Domingo, 23 de enero de 2022
ANIVERSARIO DE LAS GALLETAS MARIA Y UNA BODA REAL EN 1874
Antonio Gómez Romera
Las galletas «María», han formado parte de la alimentación y las costumbres de varias generaciones de españoles, pues han sido parte del desayuno y la merienda familiar durante décadas. Sin duda, han sido el ingrediente ideal de las papillas con leche o plátano, de las natillas y de las tartas con chocolate con que celebrábamos los cumpleaños. El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, dice sobre ella: “1. f. galleta redonda de masa fina, sin relleno ni cobertura”.
Su origen
Fueron creadas en Bermondsey (Londres), el año 1874, por los maestros reposteros, James Peek (1800-1879) y George Hender Frean (1824-1903), propietarios de la prestigiosa «Peek, Frean & Co» (1857). Lo hacen como regalo para una Boda Real que se celebraría el viernes, 23 de enero de 1874, entre el príncipe Alfred, duque de Edimburgo, (1844-1900), cuarto hijo de la reina Victoria y Alberto de Sajonia y María Alexandrovna (1853-1920), hija del zar Alejandro II de Rusia y María de Hesse-Darmstadt). El Enlace Real tuvo lugar en la Gran Iglesia del Palacio de Invierno de San Petersburgo y fue el acto social más importante del recién estrenado año en toda Europa. «Peek y Frean», quisieron homenajear a la nueva integrante de la Familia Real Británica con este presente, una original y nueva galleta diferente a los «biscuit» que hasta entonces producían y se servían junto al tradicional té de las 5 de la tarde y a la que bautizaron con el nombre de «Marie biscuit», en su honor. Era una galleta poco tostada, pero que resistía la humedad de la bebida caliente, conservaba todo su sabor, no era muy dura y, además, incluía el nombre de la novia y un grabado de cenefas en los bordes. Los ciudadanos británicos, tan apegados tradicionalmente a todo lo relacionado con la familia Real, adoptaron esas galletas como sus favoritas, convirtiéndolas en poco tiempo en un producto sumamente conocido.
Notas biográficas de María Alexándrovna Románova
María Alexándrovna de Rusia es la primera y única Románov que se va a emparentar con la Familia Real Británica. Nace en Tsárkoye Seló, cerca de San Petersburgo, el lunes, 17 de octubre de 1853. Es la Gran Duquesa, hija de Alejandro II, zar de Rusia, y de la Emperatriz María Alexandrovna y la única hija de la imperial pareja. Vive una infancia rodeada de lujos y se dice que comparte con sus cinco hermanos varones una isla llena de juguetes y atracciones en el palacio de sus padres. Es educada con esmero y siendo sólo una adolescente, llega a dominar tres idiomas: el inglés, el francés y el alemán, aparte del ruso. Cuando María tiene 15 años de edad y pasa las vacaciones veraniegas con familiares de su madre en Jugenheim (Alemania), en 1869, conoce al duque de Edimburgo, el príncipe Alfredo, hijo de la reina Victoria del Reino Unido, un joven tímido y guapo. Caminan y hablan y tienen en común su amor por la música, pues Alfredo es un entusiasta violinista aficionado y María toca el piano. La pareja se enamora y deciden que quieren casarse, pero al comunicárselo a sus padres la propuesta no es bien acogida y tanto el zar Alejandro II (1818-1881) como la Reina Victoria del Reino Unido (1819-1901) hacen todo lo posible para separarlos. María y Alfredo insisten y continúan compartiendo su amor en la distancia hasta que cuatro años después, a mediados de abril de 1873, son autorizados a encontrarse en Italia, en Sorrento, para formalizar la relación. Aquí hacen la petición formal de mano y conciertan la fecha de la boda que se habrá de celebrar en el Palacio de Invierno de San Petersburgo con toda la pompa y el lujo propios de la corte rusa. La ceremonia se divide en dos partes; la primera, bajo el rito ortodoxo, tiene lugar en la Capilla Imperial, a la que asisten los metropolitanos de San Petersburgo, Moscú y Kiev. Los Grandes Duques Vladimir (1847-1909), Aleksej (1850-1908) y Sergej (1857-1905) y el hermano del novio, el príncipe Arturo de Connaught (1850-1942), levantarán las coronas de oro sobre la cabeza de la novia y el novio. María lleva una corona de brillantes y una capa de terciopelo adornada con una ramita de mirto, especialmente enviada por la Reina Victoria. Alfredo lleva el uniforme de la Marina Real. El Zar permanece pálido durante toda la ceremonia y después dice: «Es por su felicidad, pero la luz de mi vida se va.» María y Alfredo beben tres veces de una copa de vino y la ceremonia termina con la pareja juntando las manos bajo la estola del sacerdote. Luego, tiene lugar la segunda parte de la ceremonia: todos se trasladan al Salón Azul, donde Arthur Penrhyn Stanley (1815-1881), Deán de Westminster, une a la pareja según los ritos de la Iglesia de Inglaterra. La Gran Duquesa recibe de sus padres una dote de 170.000 libras y una asignación anual de unas 24.000 libras. Además, el Zar regala a su única hija algunas de las mejores joyas propiedad de los Romanov, incluyendo los zafiros heredados de su madre, la Emperatriz Alejandra Fiódorovna (1798-1860), así como joyas que habían pertenecido a Catalina La Grande (1729-1796). Como regalo de boda, el Zar encargó al joyero de la corte Bolin un espectacular set con diamantes y rubíes.
Una vez casados, María y Alfredo se van a vivir a Inglaterra, a “Clarence House”, en Londres. María y Alfredo van a tener 5 hijos: el primero, Alfredo, nace el 15 de octubre de 1874; un año después, el 29 de octubre de 1.875, María, que llegará a ser Reina de Rumanía, la princesa Victoria Melita, el 25 de noviembre de 1.876, en la isla de Malta; la princesa Alejandra el 1 de septiembre de 1.878 y la princesa Beatriz el 20 de Abril de 1.884, que contraerá matrimonio con el infante Alfonso de España y duque de Galliera. El 22 de agosto de 1.893 la Gran Duquesa se convierte también en duquesa de Sajonia- Coburgo y Gotha, después de que su marido herede ese título de su tío abuelo Ernesto II, que ha fallecido sin descendencia. El matrimonio se construirá un palacio en Coburgo (Alemania) donde pasarán largas temporadas, el Castillo de Rosenau.
María tiene una aciaga despedida del siglo XIX, pues en febrero de 1899 su único hijo varón, Alfredo Alejandro Guillermo Ernesto Alberto se suicida al verse involucrado en un escándalo con su amante, Mabel Fitzgerald, nieta del cuarto duque de Leinster en medio las celebraciones de los 25 años de casados de sus padres. Al parecer, Alfredo se dispara con un revólver mientras el resto de la familia está reunida para la celebración del aniversario. Alfredo sobrevive y es asistido en el castillo Friedenstein (Gotha-Turingia durante tres días y después es enviado al sanatorio de Martinnsbrunn en Gratsch, cerca de Meran, Condado de Tirol (Austria- Hungría), actualmente Italia. Alfredo morirá allí, a las 4 y 1/4 de la tarde del 6 de febrero, a la edad de 24 años.
La otra triste circunstancia que afecta a María es que su marido fallece de un cáncer de garganta fulminante el 30 de julio de 1900. Desde entonces no tendrá una residencia fija ya que alternará ésta entre Alemania, Inglaterra, Rusia y Francia. En la Primera Guerra Mundial (1914-1918) toma partido por Alemania, sin olvidar al Reino Unido. La Revolución Rusa (1917-1923) causa la muerte de decenas de sus familiares a manos de los bolcheviques y la pérdida de casi todo su patrimonio. Ella llegará a decir que “me repugna la situación actual del mundo y de la Humanidad. Han destrozado a mi amada Rusia y no menos a mi querida Alemania…”. María Alexandrovna tiene que vender todas sus joyas para sobrevivir y está cada vez más delicada de salud. Finalmente fallece de un infarto el 24 de octubre de 1920 en Zürich (Suiza), a los 67 años de edad. Sus restos mortales descansan al lado de los de su marido y de los de su hijo, en el mausoleo familiar de “Friedhof am Glockenberg” en Coburgo (Baviera-Alemania).
Colofón
Los detractores de las galletas María las comparan con la denostada bollería industrial, por su gran cantidad de azúcar y grasas. Pero, como recuerdan muchos nutricionistas, no existen alimentos buenos o malos, sino una alimentación saludable o no. Además, depende de la marca y el tipo. Según un estudio de la revista “Consumer”, para un desayuno cotidiano, las María son más apropiadas que las Doradas y que otras muy consumidas, pues su grasa es más saludable, tienen más fibra y menos calorías.