PARA EL RECUERDO Y SUS NOBLES DISTINCIONES. El marqués de Vistabella y el general Hernández Velasco, Hijos Predilectos de Motril
En el día de hoy, 10 de diciembre de 2021, se cumplen 125 años del reconocimiento público que la ciudad de Motril otorgó a dos de sus más ilustres hijos, el marqués de Vistabella y el general D. Cándido Hernández Velasco. En ese señalado día del año de 1896 la corporación municipal tomaba el acuerdo de nombrar Hijos Predilectos de la noble y leal ciudad de Motril a ambos personajes e, igualmente, rotular con sus nombres dos céntricas calles de la población para que siempre se guardase memoria de sus gestas y hechos consumados para el bien de sus convecinos. Así pues, en este señalado día de la efeméride, el investigador motrileño Pablo Castilla Domínguez ha querido ilustrar a los lectores de EL FARO las particularidades que asistieron en aquel gesto de la ciudad y los méritos que contrajeron ambos personajes para hacerles acreedores de sus respectivas distinciones.
Pablo Castilla Domínguez
Muchos de los nombres dados a las calles de una población corresponden a personalidades universales que destacaron en ámbitos diversos. Pero también suelen existir calles dedicadas a otras personas que no resultan tan conocidas, y que a menudo se trata de naturales del lugar. Este es también el caso de nuestro Motril, cuyo centro histórico abunda en calles con nombres de personas generalmente desconocidas en la actualidad, pero que décadas atrás de algún modo motivaron al Ayuntamiento del momento a homenajearlos de esa manera.
Estas consideraciones nos llevan en este día a recordar a dos motrileños del pasado. En efecto, según consta en el correspondiente Libro de Actas Capitulares, el 10 de diciembre de 1896 –es decir, hace hoy exactamente 125 años– el Ayuntamiento, reunido bajo la presidencia de su alcalde Francisco de Paula Ogea Rojas, determinó nombrar «Hijos Predilectos de la Noble y Leal Ciudad de Motril» a José Martínez de Roda, marqués de Vistabella, y al general Cándido Hernández Velasco. Hay que hacer notar que el primero de ellos ya había recibido años antes, concretamente en 1894, el reconocimiento de la ciudad de Almuñécar como «Hijo Adoptivo» de la misma, distinción que estuvo acompañada, igualmente, con la concesión de su nombre a una de las céntricas calles de la población en pago a sus desvelos en favor de sus vecinos. De manera similar, en ese mismo año, Hernández Velasco había sido proclamado con el mismo título por la cubana isla de Pinos –hoy día denominada isla de la Juventud–, de la cual era comandante militar y alcalde corregidor también por los servicios allí prestados. Pero, ¿quiénes fueron, pues, estos dos hombres? Y, ¿qué fue lo que motivó tales nombramientos?
José Martínez de Roda nació en 1855 en el Palacio Ventura, señorial edificio que se encontraba ubicado en la plaza de la Cruz Verde, en el solar donde hoy se levanta la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad. Licenciado en Derecho Civil y Eclesiástico, consagró su vida a la política. Miembro del partido conservador y amigo personal de Cánovas, fueron varias las elecciones en las que se presentó como candidato a diputado a Cortes por el distrito de Motril hasta que, por fin, resultó elegido en las de 1891 y 1893, siendo posteriormente senador por Granada en 1894 y por Tarragona en 1896.
Desde su nombramiento como diputado comenzó a colaborar económicamente de forma personal con distintas necesidades surgidas en nuestra ciudad. Precisamente estas ayudas motivaron el nombramiento que recordamos. El acta de la sesión lo expresa así: «En la mente de todos está cómo derrama a manos llenas sus bondades sobre todo este Distrito ya redimiendo del servicio militar a jóvenes cuya ausencia del hogar paterno representaría la miseria y el abandono de seres queridos, ya costeando becas en el Colegio Politécnico de esta Ciudad y Seminario de Granada, inspirándose en el anhelo de hacer valer a los jóvenes pobres que revelan desde su niñez aptitudes para ser mañana glorias de esta Ciudad; ora atendiendo con numerosas pensiones mensuales a las necesidades de familias desgraciadas; ora subviniendo con el sustento diario en épocas calamitosas a los desvalidos sin trabajo o bien ayudando con fuertes sumas a los que por los azares de la fortuna ven su capital en manos de usureros para librarles de una segura ruina y acudiendo por último con largueza a todo llamamiento pecuniario que se le hace al objeto de salvar conflictos e introducir mejoras en beneficio del vecindario».
Resulta difícil contrastar las ayudas mencionadas, dado que muchas de ellas fueron a personas concretas sin que existiera registro documental. Sí que conocemos que instituyó diez becas –cinco completas y cinco medias– en el Colegio Politécnico de Motril, dirigido por Eduardo Cazorla Trujillo, las cuales se mantuvieron entre 1893 y 1909. También ese mismo año de 1896 pagó la redención del servicio militar en Cuba –1500 pesetas– del motrileño Cándido Rivas Prieto, cuyo padre se hallaba enfermo, pudiendo así evitar la guerra, permanecer en la casa y hacerse cargo de sus seis hermanos y sus padres.
Aunque no se menciona en el acta, también sabemos que donó 5000 pesetas para las obras que se efectuaron con objeto de devolver el río a su cauce tras las riadas del Guadalfeo de 1892, y que en 1895 ayudó económicamente en sus estudios de oposiciones al doctor Diego Segura López. Por último, en 1898 donó a la Virgen de la Cabeza un manto y una saya, los cuales todavía hoy se conservan entre su ajuar, siendo portados por la Patrona de Motril en ocasiones especiales.
Si la vida del marqués de Vistabella estuvo determinada por la política, la de Cándido Hernández Velasco lo fue por el ejército. Nacido en 1846 en la calle entonces conocida como «Jurado Medina», en 1862 ingresó en el Colegio de Infantería. Subteniente en 1866, teniente en 1868 y capitán en 1872, en septiembre de ese año marchó a Cuba, donde permanecería en distintos destinos. Sus hazañas militares durante los conflictos cubanos –de las que periódicamente daba cuenta la prensa local– propiciaron que continuara su ascenso: comandante en 1874, teniente coronel en 1888 y coronel en 1895. Pero fue su ascenso a general de brigada por Real decreto de 27 de noviembre de 1896 –motivado por su victoria en la acción de Tumbas de Torino y Manajas– lo que se terminaría traduciéndose en el nombramiento que consideramos.
En la edición del día siguiente el periódico «El Popular» se felicitaba por el ascenso, invitando al Ayuntamiento de Motril a que regalara al nuevo general las insignias –bastón, faja y entorchados– y la espada. Sin embargo, el Liceo granadino, a propuesta del motrileño Díaz Domínguez, sería el primero en proponerse hacer ese presente, conformando para ello una comisión junto al Casino Principal, la Sociedad Económica y la Cámara de Comercio de la capital.
No sería hasta el 2 de diciembre cuando desde Motril una comisión de relevantes personalidades de la época –entre ellas los señores Aizpiolea, Cuevas, Sevilla, Hernández y Herrera–, enviara una felicitación al nuevo general y abriera una suscripción popular para encargarse de regalarle sus nuevas insignias. Al siguiente día «El Defensor de Granada» se congratulaba por la decisión: «A Motril correspondía hacer algo en honor de su ilustre hijo, con mayor motivo, por cuanto las glorias y laureles de este, no pueden menos de alcanzar a la pintoresca ciudad costeña». Así mismo, dirigía una crítica al Ayuntamiento por su pasividad hasta el momento: «El Ayuntamiento de Motril tiene el deber de cooperar a la hermosa obra que la iniciativa del pueblo que dirige y administra realiza, no solo por sí, sino también en nombre de este y con el carácter de la representación oficial y nosotros esperamos que, llenándolo cumplidamente, estampará el nombre del bravo general en sus libros de actas, concediéndole una hermosa distinción».
Todo esto motivaría que el Ayuntamiento, además de concederle el nombramiento, decidiera colaborar con la recaudación abierta: «Teniendo conocimiento la Corporación de que por varios señores de la localidad se había abierto una suscripción popular para regalarle las insignias de General a su compatriota, el Ayuntamiento […] acordó ayudar con todas sus fuerzas a la realización de tan generoso pensamiento».
No quedó la cosa aquí: en la misma sesión el Consistorio también decidió conceder el nombre de cada uno de ellos a dos «de las mejores calles de la población». De esta forma, la calle «Jurado Medina» pasó a llamarse «Marqués de Vistabella» con dos objetivos: «para que quede como imperecedero recuerdo de ese personaje insigne» y «para que pueda servir de estímulo a los que le sucedan y que como él abriguen en su alma tan inagotable fuente de caridad y nobles sentimientos». Por otro lado, la calle «Nueva» comenzó a denominarse «Hernández Velasco», «para que quede como imperecedero recuerdo su glorioso nombre perpetuando las hazañas realizadas por el que tanto brillo da al pueblo que le vio nacer». En 1897 se encargarían a un marmolista de Granada las lápidas con las nuevas denominaciones de ambas vías.
Han pasado 125 años desde aquella sesión. Martínez de Roda falleció en 1899 y Hernández Velasco en 1918. Su memoria prácticamente ha desaparecido. Del primero conservamos todavía su calle –incluyendo la lápida originaria–. Del segundo ni eso, pues la calle a él dedicada retomó su nombre originario. El día de hoy es ocasión para que como ciudad busquemos conocer nuestra historia y rememorar nuestros antepasados. Para considerar los objetivos buscados por el Ayuntamiento de entonces: recordar sus méritos y emular sus virtudes.