RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

EL SUELO SAGRADO, LUGAR DE ENTIERRO EN LAS IGLESIAS Y ERMITAS MOTRILEÑAS DE LA EDAD MODERNA

Manuel Domínguez García -Historiador y Cronista Oficial de la Ciudad de Motril-

El entierro en las iglesias se habían convertido en lo normal en el siglo XVI y los cementerios parroquiales acogían solamente a aquellos que no podían pagarse un sepulcro dentro de la fábrica de los templos, donde existía una pugna por conquistar el espacio lo más cercano posible al altar mayor. Antiguamente los enterramientos se hacían fuera de lo poblado, hasta que el papa Calixto I autorizó que se instalasen junto a iglesias y ermitas. Desde fines del siglo XV las iglesias son invadidas por los muertos, costumbre que se mantiene hasta el siglo XIX. Las sepulturas eran propiedad de la Iglesia y era considerado simonía venderlas, cosa que se terminó haciendo mediante recepción de limosnas cuyo fin era, en teoría, la remisión de los pecados. Las sepulturas propias eran otorgadas por los obispos y arzobispos y su posesión incluía el “jus sepelendi et sedendi”, es decir, el derecho a enterrarse y a sentarse sobre el sepulcro de sus antepasados. Lo que si se prohibió taxativamente fue los túmulos y todo lo que alterara la superficie y la visibilidad del altar y en las sinodales se insistía que los sepulcros fuesen llanos y no sobresaliesen del suelo. Permitían colocar túmulos durante el día de las honras y exequias o durante el primer año tras la defunción para que los familiares pudiesen colocar las ofrendas.

Estaba prohibido enterrar en las gradas del altar, pero todo el resto de las naves de las iglesias se dividieron en tramos o trances. Cada trance era una línea de sepulturas, cada una de 2 metros de largo por 80 centímetros de ancho aproximadamente, situadas a lo ancho del templo. Estos espacios útiles para enterramiento estaban tasados y su precio, siempre como limosna, disminuía a medida que estaban más alejados del altar. Los últimos trances de dedicaban a los pobres, ya que la Iglesia estaba obligada a dar gratis a todos los fieles sepultura en suelo sagrado; pero al final se generalizó que los que podían pagar se enterrasen dentro y los pobres fuera en los cementerios parroquiales que ocupaban normalmente terrenos de unos 40 pasos colindantes con la parroquia. Así, también, en la muerte se reflejó la jerarquización de clases existente en la sociedad del Antiguo Régimen.

A las 24 horas del enterramiento la sepultura sería solada y barrida por el sacristán y no podía ser abierta de nuevo hasta que el cuerpo se gastase, tiempo estimado de un año, tras el cual se realizaba el “zabullimiento”, es decir, se sacaban los restos para el osario y la sepultura volvía a ser común para usarse para otro difunto.

Las familias más acomodadas disponían de tumbas y capillas propias sin restricciones con respecto a túmulos, adornos, escudos y usos en las iglesias parroquiales y conventuales y su utilidad era esencialmente funerario e, incluso, los más poderosos de la localidad, cofradías y corporaciones construían o compraban para este fin capillas en conventos y ermitas bajo las más variadas advocaciones. María Serrano y Román, mujer de regidor Sánchez de Quesada, en enterró en la cripta su capilla privada de la parroquia de la Encarnación, conocida como capilla de Santa Catalina, en 1628. En 1593 el licenciado Adriano poseía capilla propia para entierro en el lateral de las gradas del altar mayor. La familia Castrejón tenía su capilla de entierro en la Iglesia Mayor adornada con su escudo de armas; igual pasaba con la capilla de Gonzalo Pacheco de Padilla en la que se había colocado su broquel heráldico.

En decenas testamento de antiguos motrileños que he podido consultar solo uno ordena el entierro en el cementerio, el resto recoge que su entierro se haga en la Iglesia Mayor o en alguno de los conventos existentes. Pero los escasos libros parroquiales de defunciones que se conservan, nos muestran que más de la mitad de los fallecidos son pobres de solemnidad y se entierran en los trances de pobres y en el cementerio o no hacen testamento.

Plano de la Iglesia Mayor de Motril a principios del siglo XVII. (Archivo Histórico Diocesano de Granada).

La Iglesia Mayor de Motril en la segunda mitad del siglo XVII estaba dividida en tres trances de pago y tres trances de pobres.

En los de pago, el primer tramo se usaba para enterrar a pino, el más caro, el segundo a llano y en el tercero los entierros semaneros. En el resto de trances el entierro era gratuito. En 1650 se enterró en el primer trance, junto a las gradas del altar mayor a Tomas de Aquino y Mercado, historiador de Motril. Existía una bóveda para entierros de eclesiásticos bajo la actual sacristía y bóvedas en todas las capillas laterales de las naves. En el siglo XVIII el espacio en la nave principal se dividió en ocho trances todos de pago, quedando solo el cementerio, situado en parte de poniente de la iglesia, para entierros de pobres.

Cuando el cardenal Belluga construye en la iglesia su capilla de Nuestra Señora de los Dolores a mediados del siglo XVIII, ordena que se hagan tres bóvedas para el entierro de sus familiares y otra gran cripta bajo la nueva sacristía para entierro de curas y beneficiados. Por último, en 1783 se habían terminado las obras de una nueva nave de la iglesia en el testero que mira a la actual plaza de España, necesaria para ampliar el sitio de enterramientos.

 En la iglesia de la Victoria se realizaban también enterramientos en suelo y tenía bóveda de entierro bajo la capilla mayor para la familia fundadora, los Contreras, cripta en la sacristía, cripta en la entrada hasta casi la mitad del cuerpo de la iglesia, cripta bajo la capilla de san Blas y cripta para enterramiento de religiosos bajo la capilla de san Francisco de Paula y enterramientos en el suelo del resto de la nave principal del templo. Tenía en este convento bóveda propia bajo la capilla de Nuestra Señora de la Concepción, Simón Ruiz Jiménez y en ella se le enterró en 1719 o Úrsula de Sanjuán que dispuso en su testamento que se le enterrase en la cripta de la capilla del Santo Cristo de las Penas de gran devoción en esta iglesia.

La iglesia del desaparecido convento franciscano de la Concepción tenía, también, bajo la capilla mayor bóveda de entierro para los religiosos. Hay constancia de entierros en capillas laterales privadas como las del licenciado Nicolás de Parrizola, la de Luis Patiño de Molina y la de Antonio Travesí y entierros en el suelo de la nave principal de la iglesia.

Los regidores motrileños se enterraban en la bóveda que bajo la capilla mayor existe en la iglesia del convento de Capuchinos, condición para que el Ayuntamiento asumiese el patronato del citado convento en la segunda mitad del siglo XVII y, además, posee enterramientos en el suelo y nichos en las paredes, para sepultura de frailes y hermanos motrileños de la Orden Tercera de San Francisco de Asís.

En los que respecta a las ermitas, conocemos en la Virgen de la Cabeza dos sepulturas situadas en ambos brazos de crucero; una de capellanes y otra de la acaudalada familia Herrera; cripta en capilla lateral y tenemos constancia documental de algún entierro en suelo sin especificar el sitio exacto de la nave.

También se enterraba en las ermitas de Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora de la Aurora, Nuestra Señora de las Angustias y San Antonio de Padua.

Los entierros en conventos eran requeridos por los testamentarios más importantes como así hizo, por ejemplo, el jurado Alonso Ruiz en 1625 en el convento de la Victoria y Melchor Herrera y Orduña en la ermita de la Cabeza en el siglo XVIII; en el resto de las ermitas conocemos entierros de ermitaños, capellanes y algunos de sus familiares, hermanos de las cofradías, devotos y niños. Se usaba, también, como lugar de enterramiento el suelo de la iglesia del hospital de Santa Ana, quizá un tipo de lugar elegido más por una especial devoción.

En la nave principal de la iglesia de la alquería de Pataura se había establecido en 1602 que hubiesen cinco trances de entierro. En el primero se cobraría 8 ducados por una sepultura propia y 16 reales por el uso anual.

En 1800 debido a la epidemia de fiebre amarilla que había en Málaga, el Ayuntamiento pidió al cabildo eclesiástico de que, como solo se enterraba bajo la nave principal de la Iglesia Mayor, no se hiciera más  y que cubriesen las sepulturas con tierra, se solasen y se revoquen con ladrillos y mezcla. De todas maneras, se siguió haciéndose hasta 1804, a pesar de que ya existía un cementerio tras la ermita del Carmen. Desde esta fecha no hay ya constancia de más entierros en el suelo sagrado de las iglesias motrileñas. Sí que se hicieron algunos ilegales y en secreto en las criptas de alguna de las iglesias de los conventos, hasta que por orden municipal se ordenó cerrarlas definitivamente a “cal y canto”. Terminaba, así, la historia funeraria de las iglesias y ermitas motrileñas.

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