FERNANDO VIDAURRETA: UN MOTRILEÑO EN LA BATALLA DEL PUENTE DE ALCOLEA
“Permita Dios y te veas / como se vio Novaliches / en el puente de Alcolea”. Con esta imprecación maldecía un mendigo a aquellos que le negaban la limosna, allá por los agitados tiempos de la Gloriosa, en alusión a las tribulaciones sufridas junto al mencionado puente por don Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches, principal defensor de la reina Isabel II ante la revolución.
Aunque todos conocen las circunstancias de aquella batalla y sus antecedentes, no resultará ocioso recordarlas de forma somera. Como resultado de la política de los gobiernos de la reina existía una base de malestar popular. El 19 de septiembre de 1868 se produjo el alzamiento dirigido por el brigadier Juan Bautista Topete jefe de la flota surta en el puerto de Cádiz, al que se adhirió Prim, el general más popular de aquellos tiempos. Un cuerpo de ejército al mando del general Serrano partió de la Tacita de Plata iniciando la marcha hacía la capital del Reino.
Para cortarle el paso salió Novaliches al frente de las tropas realistas. El encuentro tuvo lugar el 28 de septiembre junto al puente de Alcolea, que había sido fortificado por los rebeldes mandados por el general Serrano. La metralla de un disparo de cañón produjo a Novaliches una herida en la cara que lo dejó señalado para siempre y le obligó a abandonar la línea de fuego, lo que fue el principio del fin. Las tropas leales capitularon y cuando se supo en Madrid dimitió el gobierno. La reina, que se encontraba veraneando en San Sebastián, emprendió el camino del exilio. El júbilo popular fue grande, pues se esperaban mejoras en el nivel de vida, el fin de los gravosos consumos, y la desaparición de las odiosas quintas, que nunca se produjeron, pero esa es otra historia.
En aquella batalla recibió su bautismo de fuego un joven motrileño. Se llamaba Fernando Vidaurreta de la Cámara y había nacido el 6 de marzo de 1848, siendo sus padres Fernando Vidaurreta Orsul y Dolores de la Cámara García. Uno de sus hermanos fue Ruperto al que, por las circunstancias en que lo envolvió el Destino cuando el alzamiento cantonal de julio de 1873, algunos han pretendido, magnificando los hechos, convertir en figurón de una ópera bufa, que sería astracanada si la despojáramos de la fanfarria de las marchas militares.
Fernando había ingresado con diecisiete años como cadete en el Colegio de Infantería y allí permaneció hasta ser destinado al Regimiento de Infantería de Málaga nº 40, de guarnición en Granada, donde causó alta en primero de julio de 1868. Era por entonces capitán general de Granada don José García de Paredes.
El 20 de septiembre Novaliches fue nombrado jefe del ejército formado precipitadamente para enfrentarse a los revolucionarios, así como de los distritos de Granada, Málaga y Extremadura. Inmediatamente emprendió el camino del Sur con intención de establecer su cuartel general en Granada, pero los acontecimientos le obligaron a mudar su plan sobre la marcha. Desde Menjíbar telegrafió al capitán general de Granada ordenándole hacer entrega de Capitanía a su segundo cabo y acudir a reunirse con la expedición procedente de Madrid con las fuerzas disponibles. García de Paredes partió el día 22 con un batallón del Regimiento de Infantería de Málaga en que marchaba integrado Fernando Vidaurreta, con otras unidades que pudo reunir. Los revolucionarios granadinos intentaron aprovechar la salida del capitán general levantando barricadas, rebelión que de momento pudo ser sofocada por el segundo cabo, mariscal don Enrique Enríquez García, conde de las Quemadas, aunque días después la situación se fue complicando de forma que Enríquez optó por abandonar la capital, camino de Motril.
Llegados a su destino, García de Paredes y sus hombres se encontraban la noche del 24 en Jaén. Fuerzas procedentes de otros lugares se repartían entre Andújar, Montoro y Villa del Río. Al siguiente día hubo movimiento de las tropas granadinas pero desconocemos la situación de Vidaurreta, pues mientras unas compañías de su batallón montaron servicio sobre el ferrocarril entre Andújar y Menjíbar, otras marcharon a Despeñaperros, y en su hoja de servicios nada se especifica.
La intención del general Pavía era apoderarse del puente de Alcolea sobre el Guadalquivir para frenar el avance de los rebeldes, pero Serrano se había adelantado tomando ventajosas posiciones, de forma que cuando los leales a la reina comenzaban a pasar el puente se vieron sorprendidos por un nutrido fuego de fusilería y cañón, que causó una carnicería en sus filas. Herido por un casco de metralla, Novaliches se tropezó con García de Paredes al que por señas, pues no podía hablar, indicó que le entregaba el mando. Este, comprendiendo la inutilidad de prolongar la lucha por las nulas posibilidades de victoria, dispuso el alto el fuego y la retirada hasta El Carpio, desde donde emprendió negociaciones para una capitulación que fuera lo más honrosa posible.
Por su parte Serrano, Prim y los principales capitostes de la nueva situación estaban por la generosidad pues, conocedores de los irregulares métodos por los que accedían al poder, preferían no crear resentimientos. El duque de la Torre hizo llegar a García de Paredes un comunicado en el que, entre otros extremos, decía: “Haga saber a las tropas de su mando […] que en nada han desmerecido estas a mis ojos ni a los del país y en mi deseo de hermanar el Ejército les concedo la misma gracia general otorgada a las de mi inmediato mando, cuya concesión extiendo a todo el Ejército que mandó el Capitán General Marqués de Novaliches”.
El 2 de octubre publicaba García de Paredes en su cuartel general de Andújar una orden de despedida en que reproducía la comunicación del Duque de la Torre, daba las gracias a sus subordinados y los animaba a seguir cultivando las virtudes castrenses. El Ejército de Andalucía quedó disuelto, pero había que evitar el malestar entre los vencidos. Una orden de 10 del mismo mes, firmada por Prim como flamante Ministro de la Guerra, disponía en su artículo primero: “Se concede a todos los Jefes, Oficiales y clases de tropa, desde Teniente Coronel a cabo inclusive, de todas las armas e institutos del Ejército y Armada, aunque se hallen en situación de reemplazo, el grado de empleo superior al que disfrutan”. Ha sido una de las escasas ocasiones en la historia de España en que los derrotados han tenido premio.
En virtud de la anterior disposición se vio Fernando ascendido a alférez con antigüedad de 28 de septiembre. Seguidamente causaba baja en fin de octubre pasando a situación de reemplazo en el distrito de Granada. Fue una incierta estadía que se prolongó durante un año, pues el 23 de noviembre de 1869 se le destinó al Batallón de Cazadores de Alcolea al que se incorporó en Carabanchel y con esta unidad salió el 16 de febrero del año siguiente para Navarra donde se habían echado al campo las partidas carlistas, quedando de guarnición en Pamplona y otros puntos. Durante este tiempo intervino en varios encuentros con el enemigo.
Una de las consecuencias de la septembrina fue resultar un acicate para los sentimientos independentistas de una parte de la población cubana. Problemas económicos y sociales, más la injerencia de los Estados Unidos, propiciaron la rebelión. El 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel Céspedes, un abogado masón, propietario de un ingenio azucarero en Manzanillo, liberó y armó a sus esclavos y publicó un manifiesto que es conocido en la Historia como “el grito de Yara”.
La guarnición de la isla de Cuba era pequeña y estaba muy mermada por las enfermedades tropicales. El equipamiento pésimo: armamento anticuado, mala ropa y peor calzado. El rancho nos lo podemos imaginar. Además, los soldados españoles estaban acostumbrados a otro tipo de guerra donde lo normal eran las armas de fuego: fusiles y cañones con los que se luchaba a distancia, aunque a veces se llegara al cuerpo a cuerpo en el ataque a la bayoneta. Los mambises, como se llamaba a los insurrectos, conocían al dedillo la manigua en la que se ocultaban cayendo por sorpresa sobre las patrullas españolas con sus machetes que producían horribles mutilaciones, retirándose tras la carnicería. Esta guerra obligaba de vez en cuando a enviar refuerzos a la isla, y a Fernando le llegó el turno cuando el 20 de octubre de 1870 causó baja en su destino de Pamplona por pase al ejército de Cuba con el empleo de teniente, quedando en expectación de embarque.
Por fin el 8 de enero de 1871 parte de Cádiz a bordo del vapor Santander, de la compañía Trasatlántica, y desembarca el 26 en La Habana, siendo destinado al Batallón de Cazadores Guías de Rodas. Su estancia en la isla hasta fin de junio de 1874 fue un continuo guerrear, sucediéndose las escaramuzas, acciones y golpes de mano cuya relación omitimos pues la mayor parte aparece citada en la documentación con topónimos que hoy poco nos dicen. Después fue nombrado habilitado, pero en julio de 1875 se reincorporó a la vida de campaña. Se suceden entonces temporadas de operaciones al frente de su tropa y otras desempeñando destinos burocráticos hasta que en fin de agosto de 1877 causó baja por enfermo y se le pasaportó para la Metrópoli, embarcando el 8 de septiembre en el vapor Santander, del que desembarcó el 26 en Cádiz, marchando a Motril donde quedó en situación de reemplazo. De su estancia en la Perla de las Antillas trajo como recuerdo el nombramiento de capitán (30 de octubre de 1872) y varias condecoraciones.
Durante este periodo de descanso obtuvo el grado de comandante por una gracia especial con motivo de la boda del rey el 27 de marzo de 1878, y en noviembre del mismo año pasó destinado al regimiento de Infantería Álava, nº 60, de guarnición en Málaga. En enero de 1880 se trasladó con su batallón a Sevilla, pero el 20 de marzo comenzó el uso de dos meses de licencia concedidos por el capitán general de Andalucía para Motril, que son cruciales en su biografía pues los aprovechó para contraer matrimonio en aquella ciudad con la señorita María de las Angustias Auger y Moreu. A principios de diciembre pasó destinado a Cádiz, donde el tiempo transcurre con escasas incidencias: una breve estancia con su batallón en Algeciras, otros dos meses de licencia para Motril, o el nombramiento de profesor de la Academia de Sargentos que existía en la capital gaditana.
En Cádiz vivía con su familia, que ya empezaba a crecer, en un pabellón del cuartel de Santa Elena, un edificio dieciochesco cercano a Puerta de Tierra ya desaparecido, pero del que tenemos fotos que dan idea de su sobria belleza. Allí ocurrió un suceso aciago que vino a enturbiar la vida del comandante. En la madrugada del 6 de julio de 1885, a la edad de veintiocho años, falleció su esposa doña Angustias a consecuencia, según certificado médico, de “hipertrofia del corazón”. Los funerales tuvieron lugar en la parroquia castrense gaditana, bajo la advocación del Santo Ángel de la Guarda. De aquel breve matrimonio quedaban tres hijos menores: Angustias, Concepción y Jaime.
Don Fernando nunca más se casó y desde entonces dio prioridad a la educación de sus hijos procurando la proximidad a su familia motrileña, con frecuentes licencias y evitando destinos lejanos. Así consiguió permanecer entre Granada, el propio Motril y en especial Málaga. Aunque en ese largo periodo tuvo algunos destinos fuera de Andalucía, se las ingenió para no incorporarse o permanecer en ellos un tiempo mínimo. Al final de su carrera se le asignó el gobierno militar de Almería. Tenía para entonces el grado de coronel y su salud se encontraba quebrantada, por lo que intentó, con escasa fortuna, buscar remedio en los baños de Lanjarón. Por fin, el 7 de abril de 1909 dispuso el capitán general de la 2ª Región su pase a la situación de reemplazo por enfermo con residencia en Málaga, hasta que una Real Orden de 29 de noviembre le concedió el retiro para la misma ciudad, en la que falleció el 22 de abril de 1911.