EL TERREMOTO DE LISBOA Y SUS EFECTOS EN LA COSTA DE GRANADA

EL TERREMOTO DE LISBOA Y SUS EFECTOS EN LA COSTA DE GRANADA

Motril agradece a la Virgen de la Cabeza y al Nazareno su protección divina

En el día de hoy, 1 de noviembre, festividad de todos los santos, se cumplen 266 años del famoso terremoto de Lisboa, fenómeno sísmico que tuvo una gran repercusión en la Península Ibérica, amén del resto de Europa y parte del norte de África. El terremoto causó una gran mortandad y la practica destrucción de la ciudad de Lisboa, al margen de trasmitir sus efectos perniciosos sobre innumerables poblaciones, entre ellas las de la propia costa granadina. Ante tan fausto acontecimiento el fervor del pueblo vuelve su corazón y sus miras hacia sus sagradas imágenes, aquellas que por tradición familiar arraigaron en lo más íntimo de su ser, para implorar su mediación divina. Hoy traemos a EL FARO un interesante trabajo que ha llevado a cabo el investigador motrileño Pablo Castilla Domínguez, quien ha centrado su tesis en los aspectos devocionales que trajo consigo el sismo y, muy particularmente, en los cultos que la ciudad de Motril ofreció en acción de gracias por haberla librado de la destrucción.

Por, Pablo Castilla Domínguez -Sacerdote-

El terremoto de Lisboa, acaecido en la mañana del 1 de noviembre de 1755, fue uno de los fenómenos sísmicos de mayor gravedad que se han dado en los últimos siglos, pues con una magnitud de IX-X en la capital portuguesa afectó a toda la Península Ibérica. Conocemos sus consecuencias en España gracias a la encuesta mandada por Fernando VI y respondida por cientos de pueblos y ciudades, que a día de hoy se conserva en el Archivo Histórico Nacional.

Litografía de la Virgen de la Cabeza de Motril.

Ya Francisco Guardia Martín y Manuel Domínguez García se encargaron en números pasados de EL FARO de tratar sobre las contestaciones remitidas desde la costa por Almuñécar, Salobreña, Vélez Benaudalla y Motril. Aquí nos limitaremos a señalar cómo mientras los tres primeros pueblos notificaron que en ellos no se produjeron ruinas o desgracias por su causa, en Motril se informó de daños en edificaciones, especialmente en la Iglesia Mayor, afectada en su nave central y, sobre todo, en su campanario, al que se refiere como «lo que queda de la torre de la Iglesia Colegiata».

Estas respuestas nos informan también de un elemento relativamente común en este tipo de fenómenos, también compartido por nuestra comarca: las celebraciones religiosas de tipo penitencial o de acción de gracias. Así, desde Salobreña se detallaba que «estos moradores se hallan haciendo rogativas en las Parroquias de esta dicha villa y las demás que comprende los lugares de mi jurisdicción, con Su Majestad Sacramentado y otras penitencias públicas y secretas para por este modo aplacar su ira». En la misma línea se entendió el terremoto desde Vélez, «atribuyéndolo a un gran aviso de la Misericordia con que nos ha mirado la Divina Misericordia de Nuestro Señor, para que, como católicos, enmendemos nuestros defectos. Por cuya piedad y misericordia con que nos ha mirado la Divina Providencia, está convocada esta villa y sus vecinos a manifestar sus debidas gracias a su Divina Majestad, por medio de una misa cantada y ofrecer a su Madre Santísima y Señor San Antonio de Padua, Patrón de esta nominada villa, en hacimiento de gracias, y hacer procesión general en ella para manifestar a este pueblo las debidas gracias que deben rendidamente dar a la Majestad Soberana».

Por lo que respecta a Motril, en su misiva se refería que «por la misericordia de Dios no ha ocurrido desgracia en persona alguna, y tampoco en animales; y en acción de gracias de tantos beneficios, los Cabildos eclesiástico y secular, convocando al pueblo, sacan en procesión a la Patrona, Nuestra Señora de la Cabeza, y a Jesús Nazareno, haciendo un octavario, con exposición del Santísimo Sacramento de la Eucaristía».

Las Actas Capitulares custodiadas en el Archivo Municipal de Motril amplían notablemente esta información. En la sesión de 15 de noviembre de 1755 se insistía en el carácter de acción de gracias, exigido por no haber ninguna víctima: «Tratóse por esta Ciudad sobre el singular favor que ha debido a la Divina Majestad por haberla preservado y a sus moradores de desgracia alguna en el terremoto acaecido el día de Todos los Santos, primero del corriente, entre nueve y diez de la mañana de él, y de la obligación en que se halla esta Ciudad de tributar a la Divina Misericordia repetidos cultos en hacimiento de gracias de tan singular beneficio». Para ver la forma en la que estos debían realizarse se escogen como comisionados a Joseph Luminati y Joseph Zarreta para que tratasen con el Cabildo de la Colegiata motrileña «el modo y forma de que se haga una procesión general sacando en ella la Imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno que se venera en una de las Capillas de dicha Insigne Iglesia, y la de Ntra. Sra. María Santísima de la Cabeza, Patrona de esta Ciudad, con toda la asistencia que sea dable, y que para más culto se celebre un setenario en dicha Insigne Iglesia y el último día de él se vuelva a llevar con igual procesión dicha Patrona a su Real Santuario».

En la sesión del 21 de noviembre los comisionados comunicaron el resultado de su negociación con el Cabildo Colegial, quedándose en que la tarde del domingo 23 saldría desde la Iglesia Mayor una procesión formada por ambos cabildos, las tres comunidades de religiosos –franciscanos, mínimos y capuchinos– y las cofradías y hermandades, «llevando en dicha procesión la Imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno que se venera en una de las Capillas de dicha Insigne Colegial que se ha de dirigir al Real Santuario de Ntra. Sra. de la Cabeza, patrona de esta Ciudad, volviendo dicha procesión con dicha Imagen y la de su Santísima Madre y Señora Patrona de esta Ciudad a dicha Insigne Colegial».

Nuestro Padre Jesús Nazareno.

Una vez en la Iglesia Mayor estas sagradas imágenes se colocarían en el presbiterio del Altar Mayor, «permaneciendo nueve días para tributar en hacimiento de gracias los reverentes cultos de un novenario con Misa votiva, Su Majestad patente y sermones». En la sesión se aclara también quién se encargaría de sufragar todos los cultos, «costeándose por esta Ciudad la cera precisa para los dos altares en que se han de poner ambas Imágenes todo el tiempo de los expresados nueve días, como también los costos de cera para el manifiesto y limosna de sermón del día que la Ciudad ha de celebrar su función en dicho novenario». El Cabildo secular, por tanto, se haría cargo de la cera de los altares de la Virgen de la Cabeza y del Nazareno durante los nueve días, además de la del Santísimo en el último día –el de la función de la Ciudad–, en el que también sufragaría el sermón. De la cera para el manifiesto y de los sermones de los ocho días previos se harían cargo «diferentes personas devotas que desean concurrir a dichos reverentes cultos por el mismo fin de hacimiento de gracias».

Además de estas cuestiones también se trató que diariamente se dijera un número suficiente de misas para los fieles ante los altares de la Virgen y del Nazareno, haciéndose cargo de los estipendios de las mismas la Hermandad de Ánimas: «en atención a hacerse preciso que en dicha Insigne Iglesia se celebren en los expresados nueve días bastante número de misas para que las oigan el gran número de personas que concurrirá en los expresados nueve días en dicha Insigne Iglesia, han tratado con la hermandad de las Benditas Ánimas que se sirve en ella que costeen la limosna de veinte o treinta Misas que se digan en cada un día en los altares en que se pongan ambas Imágenes, además de aquellas que diariamente se dicen en dicha Iglesia». Aun así, la Ciudad contribuiría con estas, «dándose por vía de limosna a dicha hermandad veinte libras de cera por el consumo que de esta especie han de tener por dicha razón en los expresados nueve días».

Ya no encontramos en las Actas Capitulares más referencias a la marcha de los cultos, más allá de la mención de la asistencia «a las funciones votivas» por parte de los miembros del Cabildo en las sesiones del 26 de noviembre y del 1 de diciembre.

Por último, en la sesión de 31 de diciembre, se haría relación de los gastos efectuados durante «las funciones ejecutadas en hacimiento de gracias», acorde a lo que se había determinado: 565 reales de vellón por la cera de la procesión; 50 reales de vellón por la cera del manifiesto del Santísimo en el día de la función de la Ciudad; 200 reales de vellón entregados al Hermano Mayor de la Hermandad de Ánimas por la cera y estipendios de misas «que mandaron decir en los dieciocho días que se celebraron dichas funciones» y 460 reales de vellón por la cera para los altares. Además de estos gastos, se mencionan otros dos llamativos: 8 reales y 17 maravedís de vellón por vino y bizcochos para el sacerdote y los diáconos que dijeron la Misa de la función de la Ciudad, y 166 reales y 17 maravedís por una lata de dos libras de tabaco y media arroba de chocolate para el predicador de la misma, que fue el Padre jesuita Pabón.

Así pues, teniendo todo esto en cuenta quedaron unos cultos conformados por el traslado de la Virgen de la Cabeza acompañada por el Nazareno, que a este fin procesionaría previamente hasta el Cerro; ocho días de misas, cultos al Santísimo y sermones, ofrecidos por personas anónimas; y un último día en el que, además de esas mismas ceremonias se celebraría la función de la Ciudad en la que predicaría el Padre Pabón. Vemos también cómo los días de culto se fueron ampliando, quizá debido a causa de la demanda de los fieles: de la propuesta inicial de siete días se pasaron a nueve, para acabar añadiéndose otros nueve en los que la Virgen permanecería en la Iglesia Mayor.

El recuerdo del Terremoto de Lisboa nos ha servido para ahondar en un episodio de nuestra historia local que, a pesar de la distancia en el tiempo –266 años–, no nos resulta ajeno. No en vano nuestro calendario local posee todavía hoy un «Día de los Terremotos» en el que cada año, el 13 de enero, la Ciudad se congrega en acción de gracias con un ritual muy parecido ante las mismas imágenes: la Virgen de la Cabeza y el Nazareno. No resultaría disparatado ver en aquellos cultos de 1755 la semilla de la que nacería el Voto de 1804. Al fin y al cabo, solo los separaban 49 años…

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