ALCANZAR LA OTRA ORILLA

ALCANZAR LA OTRA ORILLA

Manolo Velázquez -Párroco-

Todos tendemos a quedarnos cómodamente instalados en nuestras propias riberas, en vez de soltar amarras y adentrarnos en el mar.

Preferimos chapotear en nuestras orillas de siempre, sin correr el riesgo de navegar por las aguas abiertas y profundas del Universo y de la Historia.

Lo cual supondrá tener que afrontar huracanes y tormentas, hasta poder alcanzar esas otras orillas olvidadas del mundo, que reclaman justicia y dignidad.

Sin duda que es mucho más cómodo vivir rezagados, anclados en la orilla de nuestras seguridades, ignorancias y prejuicios… en la ribera de «acá”, en nuestra propia ribera, en nuestra singular situación… sin querer acercarnos a esa orilla tan olvidada de los «otros», los diferentes, los despreciados, los ignorados… los sin historia, sin avales, sin defensa, sin prestigio… pero llenos de dignidad y de razones…

Y cuando se trata

de vida humana,

de dignidad humana y

de derechos humanos…

no hay orillas que valgan, ni puede haber fronteras, ni vallas, ni alambradas que resistan.

No podemos permanecer por más tiempo tranquilos, cómodamente instalados en la orilla conocida de un sistema depredador, injusto, insostenible y violento que empuja a morir a muchos hermanos nuestros, justo al borde de nuestra orilla.

Por eso, hay que seguir remando mar adentro hasta alcanzar ese otro horizonte del mundo nuevo que hay que hacer.

Se trata de un reto ineludible.

Sin embargo hay en nosotros una fuerte resistencia interior a realizar este viaje.

Lo cual se expresa en el texto evangélico con la metáfora de una fuerte tempestad: el viento huracanado, las olas que rompen contra la barca, el agua que empieza a invadirlo todo…

Todo esto es un símbolo de lo que le está sucediendo al grupo embarcado en la aventura de Jesús… que, con frecuencia, estamos asustados.

Y este miedo que nos paraliza solo se puede superar gritando con fuerza… avivando y despertando nuestra fe en ese Jesús de Nazaret que llevamos un poco dormido, secuestrado, y quizá bastante arrinconado en la trastienda de nuestros tinglados y en el trasfondo de nuestra conciencia.

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