Cartas al director.-
Torres defensivas contra el cambio climático
En junio, como cantaba Javier Krahe, nos ocupamos del mar. Aprieta el calor, pisamos arena y nos damos los primeros baños. Celebramos el día de los océanos, de las tortugas marinas, de la gente de la mar, la noche de San Juan y el final del curso escolar nos invita a hacer planes, a desempolvar gafas de bucear, a revisar colchonetas, a mirarnos al espejo.
En una de esas ocupaciones acabé comiendo en el mirador de Calahonda, frente a la torre del Zambullón, atalaya del siglo XVI venida a menos como la mayoría de las defensas costeras del Reino de Granada. Las vistas son impresionantes, recordándonos la inmensidad de los mares y la fragilidad y pequeñez del ser humano, que en sus vaivenes va dejando huellas imborrables.
Uno intenta recrearse en la belleza del paisaje, en vivir el momento, pero se torna complejo cuando las noticias se suceden sin tiempo a digerirlas y te demuestran que todo es cíclico. A mi vinieron la tragedia del Tarajal, los movimientos de arena en las playas, las limpiezas ciudadanas programadas durante este mes y, por consiguiente, las palabras cambio climático, piratas, alteración de la costa, sembraron en mi una idea.
Las defensas costeras vienen a demostrarnos que lo que está ocurriendo en la frontera de Ceuta es un episodio más a lo largo de la historia. Comparar la situación actual con la del siglo XVI, cuando Felipe II planifica la defensa del litoral y arregla y construye numerosas torres, baterías, castillos y casas fuertes, quizás no sea lo más adecuado, pero, simplificándolo mucho, viene a demostrarnos que mantener las fronteras nos ha ocupado mucho tiempo y dinero a lo largo de los últimos cuatrocientos años, y que hasta que la diplomacia y pactos de estado no se imponen a los intereses económicos y territoriales, y a la testosterona de nuestros dirigentes, el conflicto no se calma y puede suceder cualquier cosa.
Así ocurrió durante el reinado de Carlos III, que después de completar las construcciones defensivas y realizar varias expediciones de castigo contra Argel, consiguió firmar un Tratado de Paz, Amistad y Comercio, al igual que lo hizo con Marruecos, Turquía, Trípoli y Túnez, lo que permitió terminar con el estado de guerra contra los poderes norteafricanos que duraba ya tres siglos.
El declive de las defensas costeras comienza a mediados del siglo XX cuando la tecnología cambia y otros sistemas ofrecen más garantías, pero las tensiones en las fronteras siguen existiendo. Ahora la guerra se juega en los despachos, con las cuentas de resultados, con fotos de satélite, y como siempre pierden los mismos, los trabajadores, los ciudadanos de a pie, los peones que son usados como marionetas y armas arrojadizas.
Ahora, cuando se habla de defensa del litoral, lo hacemos refiriéndonos al aumento del nivel del mar y nuestros esfuerzos, infructuosos, los hacemos moviendo arena de un lado para otro. 28.000 metros cúbicos se van a mover hasta el 18 de junio en la provincia de Almería, con un coste de 200.000 euros. Dinero que desaparecerá en el próximo temporal pero que nos permitirá tumbarnos en la playa este verano.
Así que en mi convencimiento de que poco podemos hacer respecto a la subida del mar, salvo ir preparando a la ciudadanía de los peligros que se nos vienen encima, pienso en convertir esa anacrónica defensa costera en un símbolo, en la línea de defensa contra el cambio climático. Es el momento de recuperar todas esas torres para utilizarlas de laboratorios, de puntos de referencia para contar lo que está pasando en la costa, para investigar, educar, sensibilizar y formar a la ciudadanía.
Salvo los castillos y baterías más grandes ya recuperadas como museos, centros de visitantes o exposiciones, las torres a pie de playa, las atalayas en lo alto de los acantilados se están cayendo en la mayoría de los casos. Pienso en la Torre de Balerma amenazada cada vez más por el mar, y la imagino con una exposición permanente que hable de los problemas de la costa, de las consecuencias que nos han llevado a esto, de las posibles soluciones. Información que se puede completar en la Torre de Alhamilla de Balanegra y el Castillo de Guardias Viejas, y así continuar en cada una de ellas.
Incluso las ya perdidas nos pueden ayudar a entender lo que ocurre, como por ejemplo la de las Entinas, que desde hace décadas, descansa, los pocos restos que quedan, bajo el mar.
Devolvamos la vida a las torres para dotarlas de ciencia, de conocimiento, de participación ciudadana, porque el mar es imparable y ellas, con su historia y enseñanzas, se hicieron para defendernos. Pero ya lo canta Krahe «Todas las cosas tratamos, cada uno según es nuestro talante, yo lo que tiene importancia, ella todo lo importante».
Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor
14 de junio de 2021