LOS CUENTOS DE CONCHA

MALAS COMPAÑÍAS

CONCHA CASAS -Escritora-

Nada más verlo supo inmediatamente que su mundo y su vida entera pasaban por él. Era tan guapo, tan alto, tan fuerte, tan masculino, que la hizo tomar conciencia de su condición de mujer como nunca lo había hecho antes.

Se entregó a él tan incondicionalmente, que aún sin conocerlo cambió su mundo por el de él.

Tardó un par de meses en averiguar que estaba casado y que tenía un hijo. Sus caricias y promesas unidas a su amor incondicional, le hicieron aceptar lo que asumió como un mal menor. Le dio la vuelta a la situación creyendo que el objeto de su afecto y su pasión era ella, con eso le bastaba.

Fue cambiando su mundo, por dentro y por fuera. A sus amigas no les gustaban ni él, ni lo que representaba y mucho menos la metamorfosis que ella misma iba sufriendo, de manera que poco a poco se fue distanciando de ellas.

Empezó cambiando su manera de vestir, sustituyó los vaqueros por faldas de tubo, los deportivos por zapatos de fino tacón y su cara, antes transparente y limpia, la enmascaró con todo tipo de afeites y colores.

A su cambio físico, la fue acompañando un cambio mucho más profundo, que fue vaciándola de todo su anterior sistema de valores y cambiándolo por otro que hubiese sido inadmisible e insospechado en el anterior.

Poco a poco fue distanciándose también de su familia. Su madre enseguida observó los cambios que se iban operando en su hija, antes siquiera de que ella misma lo supiera. Y sin saber, sabía que andaba en malas compañías.

Pero de poco sirvieron sus avisos, solo para acelerar una marcha que era inevitable hacía tiempo.

Le puso un apartamento del que ni siquiera le entregó la llave, “Así estarás siempre esperándome”, le dijo.

Al principio le gustó, se sentía como una princesa esperando a su príncipe encantado. Cuando él llegaba, salían juntos, compraban lo necesario (lógicamente ella tampoco disponía de dinero) y luego volvía a su cárcel particular.

Enseguida empezó a pesarle, poco a poco él iba distanciando sus visitas y pasaba días enteros sola, asomada a la ventana. “Tengo mucho trabajo” le decía. “Quizás tu podrías ayudarme”, “claro”, dijo ella entusiasmada. Y así fue como poco a poco la fue introduciendo en un mundo oscuro, de negocios sucios.

Su misión consistía en llevar paquetes de los que nunca sabía su contenido y entregarlos sin hacer ningún tipo de preguntas. Solo en una ocasión comentó algo con el receptor, por romper el hielo, diría después. Esa fue la primera vez que le dio una bofetada a modo de saludo, nada más entrar. “¡Te dije que mantuvieras la boca cerrada!”.

La sorpresa  fue superior al dolor y  la humillación. Después hicieron el amor como nunca antes lo habían hecho hasta entonces y al irse le entregó una copia de las llaves. “Así podrás ayudarme más”. Le dijo.

Los encargos se sucedieron y las palizas también. Raro era el día en que no encontraba una excusa para golpearla. Ya ni siquiera hacían el amor. El desprecio de él hacia ella, crecía a la par que mermaba su autoestima. Se había convertido en una piltrafa y así se sentía.

En el colmo de su angustia vio como él traía a otra mujer a la casa y cada noche se acostaba con ella. Oía sus quejidos de placer mientras se ahogaba en sus propios sollozos.

Un día, en la casa apareció gente que ella nunca había visto. Algo ocurría, aunque no sabía muy bien qué. Intentó prestar toda su atención y logró escuchar alguna frase suelta, la última a él, que chascándose los dedos decía “yo tengo una que hago así, y salta”

Esa noche se quedó  a solas con ella y le entregó un paquete. “Mañana, coges el tren de las 10, yo mismo te llevaré” “¿a dónde voy?” se atrevió a preguntar .

Sin previo aviso se volvió y le asestó un puñetazo en la cara con tal fuerza que le saltó un diente. “¡te he dicho mil veces que no preguntes!”

Apenas dos estaciones después de arrancar, el tren se detuvo. La policía se dirigió directamente hacia ella. Y efectivamente tal cual había dicho el anónimo delator, la pistola con la que se cometió el atraco el viernes anterior, iba en su bolso”

La cárcel fue para ella algo así como el reposo del guerrero. Cuatro meses tardó su familia en conseguir sacarla de allí y demostrar su inocencia. Pero ella nunca volvería a recuperarla.

Nunca pudo liberarse de los ansiolíticos, aunque del alcohol consiguió hacerlo diez años después.

Afortunadamente nunca volvió a verlo, pero su huella la marcó para siempre, fue el precio que pagó por desoír a quienes le decían que andaba en “malas compañías”   

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