FINIS AFRICAE

LOS NÓSTOI. EL IMPROBABLE REGRESO DELGOBERNADOR JAIME MORENO

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla.

Kavafis. Ítaca

Francisco Guardia -Escritor-

Fue el octavo antes de Cristo un siglo bendecido por las musas que nos dejó como legado y regalo dos de los libros más bellos de todos los tiempos. Son los que atribuidos a Homero llevan los nombres de Ilíada y Odisea. Como todo el mundo sabe, el primero narra algunos episodios de la guerra de Troya y el segundo el regreso de Ulises u Odiseo, uno de los guerreros aqueos que participaron en aquella lucha, a su isla de Ítaca. Nos podríamos preguntar quién no ha disfrutado en algún momento de su vida con la lectura de la Odisea: las maravillosas aventuras de Ulises y sus compañeros en el accidentado regreso a Ítaca desde la devastada Troya, los mil y un incidentes ocurridos en el periplo, la amenaza de las sirenas, el encuentro con el feroz Polifemo en la isla de los cíclopes, y el retraso por los devaneos con Circe y Calipso… la llegada por fin a la añorada Ítaca y el encuentro con Penélope acosada por sus pretendientes, o el hijo que no recuerda a su progenitor.

 Pero entre uno y otro poema hubo una serie de relatos que contaban la vuelta de los otros héroes supervivientes del conflicto. Son los nóstoi, plural de nóstos palabra griega que significa “vuelta a la patria”, “regreso al hogar”, con lo que la Odisea sería un nóstos más, que ha gozado de una feliz pervivencia.

El éxito de estos relatos se funda en el sentimiento de simpatía que el héroe despierta en el lector, quien no se resigna a imaginarlo por siempre ausente y expatriado. Por eso se fabula su regreso, y es tan fuerte el afán de traerlo de vuelta que ni siquiera la muerte es obstáculo infranqueable a su retorno. Basta con argumentar que en realidad no murió y seguir prolongando su vida en la ficción. Un buen ejemplo serían la serie de leyendas que nos relatan lances de la vida de don Rodrigo el último rey visigodo, posteriores a la batalla de Guadalete donde se supone que pudo morir, la negación del deceso del rey de Portugal don Sebastián en Alcazarquivir que dio lugar al sebastianismo y el rocambolesco asunto del Pastelero de Madrigal novelado por nuestro Manuel Fernández y González, o más modernamente las novelillas populares que resucitan a Joaquín Murrieta tras su muerte “oficial”.

En la historia de Motril hay dos personajes muy queridos a los que por motivos distintos se ha intentado ver de regreso después de que abandonaran la ciudad, pero francamente, sin negarlo de manera rotunda porque eso necesitaría una investigación tan exhaustiva que para quien esto escribe roza lo imposible, no nos convencen y más bien creemos lo contrario. Me refiero a Manuel Rodríguez Martín y Jaime Moreno Lacorte.

Del primero leo en un librito de biografías motrileñas debido a la pluma de don Antonio Ayudarte que “apenas salió alguna vez de su rincón de San Fernando, donde salvo muy esporádicas y cortas excursiones (una de ellas a su pueblo)…”. El autor nos habría prestado un impagable servicio si hubiera hecho referencia al documento en que se basaba para tal afirmación, pues por lo que sabemos don Manuel nunca abandonó la ilusión de volver algún día a su pueblo natal, pero hasta donde llega nuestra información parece que nunca se materializó su deseo a pesar de ofrecimientos de amigos motrileños para acogerlo y de que en uno de sus escasos viajes llegó una vez relativamente cerca.

En cuanto a Jaime Moreno es cierto que fue muy querido en Motril durante el periodo de su mandato. Después las ausencias enfrían las relaciones humanas y si a eso añadimos una guerra que, aunque siempre nos la imaginamos de españoles contra franceses, en realidad fue también civil y dejó muchos odios y rencores, muertos, exiliados y arruinados; enemistades, en fin, entre los que un día fueron sus amigos, nos encontramos un panorama poco placentero. Por eso intuimos que no era el momento más propicio para un retorno festivo. Siendo las mismas, las personas son otras, como afirma Carlos García Gual en su introducción a la traducción de la Odisea por J.M. Pabón para Gredos: “El regreso de algún modo es imposible, porque el tiempo lo ha variado todo”. Quisiera aclarar que no niego que volviera a Motril, solo que, aunque tuvo oportunidades, las condiciones no eran las más felices y, como santo Tomás, tendría que ver, para convencerme, un documento fehaciente que lo demostrara.

Sobre Jaime Moreno ha escrito repetidamente nuestro actual cronista oficial don Manuel Domínguez asegurando que después de su gobierno de Málaga regresó a Motril, que fue de nuevo gobernador de la ciudad a la que volvió en 1814 donde murió a los pocos días, siendo enterrado con grandes manifestaciones de luto y acompañamiento de autoridades y pueblo en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen como había sido su deseo.

Siento un gran respeto por don Manuel que tiene una fecunda obra donde escudriña los más heterogéneos misterios de la historia motrileña, pero me temo que en este asunto se ha dejado seducir por alguna fuente no fiable. Como en el caso de Rodríguez Martín, lo que puedo asegurar sobre el regreso de Jaime Moreno es que soy escéptico y me parece improbable en los dos sentidos del adjetivo: poco verosímil e imposible de probar (por falta de documentos). Repito, sin embargo, que no puedo negarlo, porque habría que conocer su día a día lo que no es el caso, pero lo que sí tengo seguro es que el buen brigadier nunca más fue gobernador de Motril ya que no volvió a ostentar tras su salida poco airosa de Málaga más cargo público que el de veinticuatro de Granada por poco tiempo. Por supuesto tampoco murió en Motril, sino en Granada y jamás ha estado enterrado en el Carmen, sino que, como una vez escribí, aunque pienso que predicaba en el desierto, en la ciudad del Darro espera las trompetas del juicio final. Séale la tierra leve.

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