Por, Domingo Aº López Fernández -Cronista Oficial de la Ciudad de Motril-
“IN MEMORIAM”: Esteban Martín López (1926-2021)
El pasado viernes fallecía en el hospital Santa Ana de Motril el conocido empresario pirotécnico Esteban Martín López cuando contaba 95 años de edad. Durante su vida activa fue, sin duda, el hombre que supo iluminar las noches de fiesta de los motrileños, pero también las de los no motrileños, pues su actividad empresarial se extendió a toda Granada y parte de la vecina provincia de Málaga. Motrileño de pura cepa, Esteban Martín enraizó su vida en el barrio de las Angustias, donde fue muy apreciado y donde cada mañana, nada más asomarse al nuevo día, contemplaba de cerca la ermita de la Virgen, su gran devoción y a la que dedicaba toda su experiencia en el arte pirotécnico para hacer lucir la fiesta de su patrona con esplendor. La vida de Esteban Martín cambio radicalmente con la muerte de su mujer, decidiendo entonces dar un cambio radical a su vida. Esteban supo alejarse del mundanal ruido y trasladó su residencia al apartamento que mantenía en “La Chucha” (Carchuna), donde era constantemente visitado por familiares, amigos y muy particularmente por los surferos que practicaban esta modalidad deportiva frente a su domicilio. En este retiro voluntario Esteban Martín concedió a EL FARO una entrevista que tuvo lugar en el mes de julio de 2010 y que fue publicada en el número extraordinario de las fiestas. La entrevista aparecía ilustrada con fotografías de José Fernández Valdivieso que estuvo presente en la misma para dar cuenta del hecho y que hoy en día constituye un testimonio gráfico de gran valor. Así pues, como recuerdo y homenaje al “hombre que supo iluminar nuestras noches de fiesta” reeditamos la entrevista para llevar hasta nuestros lectores la que fue trayectoria vital de Esteban Martín López, un motrileño de pro en la ciudad que le vio nacer.
ESTEBAN MARTIN LOPEZ, “EL COHETERO”
EL HOMBRE QUE ILUMINÓ NUESTRAS NOCHES DE FIESTA
Esteban Martín se ha pasado toda su vida ligado a la pirotecnia. Ha sido su medio de vida, como también lo fue de su padre y de su abuelo. De hecho es conocido en Motril por el sobrenombre de “el cohetero”. Si hay una frase que le define perfectamente es la de ser el hombre que iluminó nuestras noches de ensueño. Porque allá donde había una fiesta oficial, una procesión o una conmemoración, allá iba el con sus cohetes, con sus tracas y castillos para enardecer los corazones y crear todo un mundo mágico y de ilusión. “El Cohetero” dio colorido a las noches de antaño, sí, en pasado, porque hoy, a sus ochenta y cuatro años, vive retirado del mundanal ruido. Fue una decisión personal que tomó cuando murió su mujer, y que le hizo trasladar su domicilio a una casa en la playa de la Chucha. Allí, frente al mar, goza de la plena naturaleza y se recrea en la lontananza al remanso del ruido de las olas. Vive de espaldas al negocio que heredó de su padre, aunque él lo consolidó y hoy dirige su hijo. Pero siempre su pensamiento esta con él, pues sabe que el trabajo del pirotécnico es muy traicionero. Cualquier descuido puede dar al traste con todo, ya que como dice el refrán “ser precavido vale por dos”. Hoy en día Esteban dedica todo su tiempo libre a departir con los amigos y familiares que a diario visitan su casa. Eso sí, respetando los momentos en que practica el deporte de la bicicleta, aunque una pequeña lesión de rodilla le mantiene alejado de ella. Para todos es y ha sido Esteban “el Cohetero” y con él hemos departido para que nos cuente su vida y nos recuerde aquellas noches de ensueño en las que el silbar de los cohetes nos hacía mirar a todos al cielo y vibrar con su resplandor.
P.-¿Esteban, cuantos años tiene usted?
R.- Nací en Motril el día 5 junio de 1926 en el número 42 de la calle Buenavista o Manuel Gómez pues con estos dos nombres se conoció. Mi padre era pirotécnico y se llamaba Francisco Martín Yáñez y mi madre María López Rodríguez. Fuimos en total ocho hermanos, José, Carmen y Paco nacieron del primer matrimonio de mi padre con su mujer Felisa. Ya en segundas nupcias nacieron Antonio, Manolo, Esteban y Guillermo, que está en los Salesianos y Felisa. Ella fue la menor y estábamos todos contentos porque la cigüeña nos iba a traer una niña. ¡Que ilusión la de aquellos niños¡
P.- ¿Puede decirse que los Martín sois pirotécnicos de vocación?
R.-Hombre, mi padre siempre se dedicó a fabricar cohetes y su padre, José Martín Alvarilla también. Mi abuelo se mató en una explosión en la pirotecnia, pues vino un representante y le indicó una mezcla de clorato y sulfuro que ardía al instante, de modo que al meter las manos en el lebrillo se desintegró. Mi padre y su hermano siguieron con el negocio; remanecían de Orgiva y se vinieron a vivir a Motril. El taller estaba en lo alto de la calle Buenavista y cuando terminó la guerra hubo que trasladarlo porque estaba en plena población y eso no podía ser por seguridad, así que por ello se compró el taller en la calle de las Monjas, que por aquel entonces era un lugar despoblado donde no había ni casas.
P.-¿Pero entonces desde cuando ligado al mundo de los cohetes?
R.- Desde niño. Yo estudie en la escuela de D. Federico, pero era mal estudiante. Cuando terminó la guerra me fui a trabajar con mi padre. Mi hermano Manolo que está en Málaga trabajaba entonces en la imprenta de EL FARO, donde ganaba tres pesetas con Gonzalo Hernández. Entonces dijo mi padre que si metíamos a un hombre nos iba a costar más caro, y por eso se vino con nosotros. Eran tiempos duros y había hambre, aunque ahora también.
P.-¿Vivió de cerca la guerra civil, se acuerda de ella?
R.-Claro que me acuerdo. Cuando estalló la guerra la calle Manuel Gómez iba llena de mujeres con gorros rojos diciendo ¡viva el comunismo¡ y mi padre dijo: ¡poner los colchones en las ventanas por si disparan para que las balas no traspasen y se queden en la lana¡ También me acuerdo cuando explotó el polvorín. Estábamos en la escuela de D. Federico y habían dos hermanos que eran mellizos, los Viñas, y al momento de la explosión entró una piedra por el ojo patio y mató a uno de ellos. No se veía nada por el humo y de lo que caía del cielo. El polvorín estuvo primero en la ermita de las Angustias y por eso había muchos soldados que no te dejaban pasar por allí. La explosión en la iglesia Mayor fue un sabotaje, pues un polvorín de munición no puede explotar por una colilla, de hecho pasó también en varios pueblos. Aquí tuvieron que meterle una mecha.
P.-¿Que imagen recuerda con más impacto?
R.-Hay una que no puedo olvidar, pues soy muy devoto de la Virgen de las Angustias. Vi como la arrastraban calle abajo y como le metían fuego. La imagen era una especie de tronco que hacía de cuerpo y la cara. Como no pudieron quemarla del todo uno de ellos se entretuvo con una espiocha para hacerla astillas. La Virgen era muy querida por los vecinos, de hecho D. Mateo estuvo en la cárcel y se encomendó a ella prometiendo que si no le pasaba nada todo lo que pudiera gastar en cohetes lo haría. Los González Carrascosa hicieron la nueva imagen y en su día quemaron quince o veinte mil pesetas en cohetes. Donde quemaron la Virgen había un huerto que luego se edifico una casa que era de Antonio Castilla y allí según dicen se mueven las cosas solas. ¡Algo sobrenatural ocurre¡
P.-¿Pero esto no es lo único sobrenatural a lo que ha asistido?
R.- No. En 1942 fui con mi padre a la ermita de Dílar a preparar los cohetes de las fiestas y estuve presente en el milagro que allí ocurrió el 11 de agosto y que consta por escrito en una publicación. Había una mujer, Josefa Maldonado Heredia, de 16 años de edad, que tenía parálisis en las piernas desde hacía dos años. Casi no podía dar un paso y mientras preparábamos los cohetes la vimos llegar de rodillas por la cuesta. Estábamos el ermitaño, que se llamaba Fernando, mi padre y yo. Ella era muy devota de la Virgen y decía que tenía que curarla. Le ayudamos a sentarse y estuvo un rato rezando. Luego dijo al ermitaño que le abriera el camarín, aunque no lo hizo pues le respondió que lo que le pidiera se lo iba a conceder igualmente. En ese momento sucedió algo inexplicable, como una explosión y una luz, y la mujer se levantó y salió corriendo para el pueblo. De seguida vino todo el mundo a ver a la Virgen y más tarde recorrieron todo el pueblo en procesión. Desde luego fue un milagro y puedo asegurarlo pues estuve presente.
P.-Volviendo al tema de los cohetes, ¿como se trabajaba en la pirotecnia en aquellos años?
R.- Las comunicaciones eran difíciles para ir a las fiestas de los pueblos. Por ejemplo, cuando termino la guerra se iba a Maro andando o en autobús. También en carro, que venía de Maro a Motril a por contrabando de habichuelas. Mi padre habló con esta gente, que les decían los Bartolinas, y trasportamos los cohetes en el carro. Curiosamente nos paró la Guardia Civil y nos preguntó que llevábamos y les dijimos que los cohetes para las fiestas de Maro y no pasó nada. A Frigiliana también fuimos en un burro cargado con los cohetes. Yo he venido andando desde Dúrcal, ya que ahí terminaba el tranvía. Por los pueblos de Granada he ido andando desde Campotéjar hasta Maracena y Albolote. Los cohetes los mandábamos previamente en unas maletas que teníamos especiales y que pesaban casi cien kilos. Evidentemente teníamos que sobornar a los mozos, que hacían la vista gorda. Luego, en el pueblo teníamos que armar los cohetes con sus mechas durante cuatro o cinco días, pues el pueblo tenía que suministrar los haces de cañaveras para montar los castillos. En verano casi estábamos fuera dos meses, pues eran las fiestas de los pueblos y teníamos que quedarnos a dormir en pensiones ya que no había tanto coche como ahora.
-P.-¿la situación cambiaría con el paso del tiempo, no?
-R.- Claro. Tuvimos que sacarnos el carnet y compramos una moto con la que nos desplazábamos. Las maletas con la pólvora la trasportaba Andrés Gómez “El Cheno” hasta Granada. En ella ponía el pueblo donde debía ir y nuestro enlace la facturaba en el autobús, donde ya la recogíamos nosotros. En una ocasión se averió la moto y la reparación nos costó casi lo que habíamos ganado en las fiestas.
P-¿Pero entonces, como se hacían las gestiones?
-R.-Por carta, éramos más formales que ahora. Se escribía al alcalde, pero teníamos mucha mano con el cura del pueblo. Le escribíamos y le decíamos que las fiestas se acercaban y que cuanto querían quemar. Había mucha competencia y por eso teníamos que tener mucha relación con los curas. En Guájar Faraguit, por ejemplo, D. Pedro siempre decía que allí tenía que ir el cohetero de Motril.
P.- ¿Y cuánta gente trabajaba en la pirotecnia?
R.-Cuando el taller lo tenía mi padre estábamos mi hermano Manolo, tres niñas y yo. También otro hermano que trabajaba en la fábrica de Burgos y echaba unas horas con nosotros. En 1963 ardió el taller y nos quedamos desamparados. Estuve trabajando de albañil pero eso no era lo mío, pues se trabajaba de pie y yo estaba hecho al trabajo de la pirotecnia, que era todo sentado. Así que pensé en volver a ser pirotécnico y se lo dije a mi hermano. Me decidí y compré un terreno donde ahora esta el taller; no tenía ni un duro y fui al pueblo de mi mujer ya que allí con un simple papel te prestaban dinero y cobraban el 10%. Lo compré por 50.000 pts., cuando valía solo 15.000. Se aprovecharon porque sabían que era para montar la pirotecnia.
P.- ¿a raíz de ahí, todo marcharía mejor?
R.- Empecé de cero y con dinero prestado. Trabajamos mi mujer y yo como negros y para que te hagas una idea, ella se hacía cien docenas de cohetes al día. Yo paralelamente iba buscándome la vida. Tuve un accidente en el que se me quemó un muchacho. Se nos murió y sufrí bastante; para mí se queda. Luego ocurrió la explosión de la pirotecnia en 1963, en la que mi hijo Esteban escapó de milagro. Ocurrió sobre las diez de la mañana y yo mismo tuve que sacar a una de las muchachas bajo los escombros. Hace poco me enteré que mi padre, al sentir la explosión iba hacia allí gritando ¡mis hijos, mis hijos¡ El sabía lo que era eso y te puedo decir que este oficio no se aprende nunca.
P.-¿Pero en Motril las fiestas siempre fueron para ti?
R.- Siempre, y siempre las cobrábamos nada más terminar, no como ahora. En Motril se celebraban tres fiestas, la Virgen de la Cabeza y dos en octubre, la de las Angustias y una semana después la Pastora. Esa feria de octubre el paseo de las Explanadas se llenaba de “chambaos” de cañaveras y columpios. A esas fiestas acudía todo Motril y la gente compraba los cohetes para ofrendárselos a la Virgen. Para que te hagas una idea, cuando la Pastora pasaba por la calle Ancha se vendía más de un millón de pts. en tracas. Era digno de ver.
La conversación con Esteban es amena y entretenida, pues no para de contar anécdotas y curiosidades de épocas pasadas, pero lamentablemente hemos de terminar. Ha sido toda una vida dedicada a un trabajo con mucho peligro y donde siempre se ha de estar con los pies en el suelo. Te mueves en una ralla de la que no te puedes pasar y has de controlar en todo momento los movimientos, las mezclas de productos y las reglas que el trabajo te marca. Si te equivocas, no tienes tiempo de enmendar el entuerto. No te enterarás y todo quedará volatizado en décimas de segundo. En la pirotecnia la muerte te acecha a cada momento. Aun así te da satisfacciones, pues Esteban tuvo la dicha de conocer innumerables pueblos de España. Algunas nocheviejas acudió a reputados hoteles como el Estrella Polaris de Torremolinos y Fuengirola a hacer explotar sus famosas tracas de fin de año. La recompensa fue más moral que pecuniaria, pues fue felicitado por los numerosos extranjeros que allí pasaban sus vacaciones. También rodó un spot publicitario para Coca Cola que fue visionado en la televisión canadiense. Los cohetes de Esteban explotaban iluminando las letras que componen la firma comercial. No se hizo famoso, pero en su interior pudo gozar el momento y cobrar una buena cantidad por ello. ¡Que tiempos aquellos¡ Dejamos a Esteban en su casa y nos despedimos de él a la orilla del mar. Le damos las gracias por perder un poco de su tiempo y relatarnos sus vivencias ligadas al oficio de pirotécnico. Pero, igualmente tenemos que reiterárselas por sorprendernos en aquellas noches de ensueño cuando éramos unos niños. Aquellas fiestas pasadas nunca hubieran sido las mismas sin los cohetes y tracas de nuestro paisano, Esteban Martín “el Cohetero”.
Ocurría el 22 de febrero de 1953. El consejo de Ministros había declarado de interés nacional las obras de los nuevos regadíos de Motril y Salobreña, lo que suponía la transformación y puesta en cultivo de más de 2.700 Has de tierras hasta ahora improductivas. De seguida el pueblo se concentró espontáneamente en la plaza de España y la banda de música recorrió jubilosamente las calles de Motril. La instantánea recoge ese momento, y podemos contemplar en su centro a Esteban Martín disparando los cohetes. Día de fiesta en Motril, sí, y como no, la pirotecnia de Esteban no podía faltar a la cita con sus tracas y cohetes.