LOS LÁPICES MÁGICOS DE CARLOS CRUZ
Jesús Cabezas Jiménez, quizá el poeta más motrileño y el motrileño más poeta de nuestro particular Parnaso, escribe refiriéndose al Camino de las Cañas que “pocas calles motrileñas pueden presumir de enarbolar tan alto el estandarte del casticismo local […] inagotable cuna de personajes populares, de campesinos y arrieros, de historiadores y poetas”. En aquella vía castiza y bulliciosa, polvorienta en verano y embarrada en invierno, tenía su hogar en los albores del pasado siglo el matrimonio compuesto por Miguel Cruz Pintor y Carlota Gambra Niebla, con cuatro chiquillos a los que sacar adelante. El más pequeño, de solo cuatro años, se llamaba Miguel.
Cuando Miguel creció obtuvo trabajo como empleado en la empresa Azucarera Española. Durante una estancia por motivos de trabajo en Calahorra conoció a Carmen González León, siete años menor, con la que se casó. En 1930 los felices cónyuges vivían en Motril, en la calle Cervantes, donde el 2 de julio de ese año nació su hijo Carlos, tercero del matrimonio que llegó a tener siete. Poco después, el propio Carlos ha contado que con unos cuatro o cinco días (aunque creo pudieron ser algunos más) salió con su familia con destino a Calahorra donde de nuevo había sido enviado su padre. El siguiente traslado los llevó a Marcilla, en Navarra, y allí pasaron los duros años de la guerra civil, terminada la cual se establecieron en Málaga, en la Alameda de Colón.
En la ciudad del Guadalmedina estudió Carlos el bachillerato en el colegio San Agustín. Desde pequeño fue muy aficionado a los comics que por estas tierras del Sur se llamaban “tebeos” o simplemente “cuentos”. Y como tenía aptitudes para el dibujo plasmaba en cualquier trozo de papel que cayera en sus manos aquellos personajes de la historieta tan populares entonces: Popeye, Flash Gordon, El Guerrero del Antifaz… hasta que decidió probar a convertirse él en ilustrador.
Muchos periódicos de aquella época disponían de un suplemento infantil semanal. El diario La Tarde, uno de los que se publicaban en Málaga, tenía uno de este tipo titulado Chaveas. Carlos creó un personaje al que bautizó como Chatín que le fue admitido y estuvo saliendo en la revista desde 1947 hasta su desaparición en 1948 o 1949. Rememorando aquel primer contacto con el mundo de la imprenta desde su época de madurez, comentaba recordarlo poco y que si ahora lo viera le avergonzaría.
Eran años de escasez, sueldos bajos y racionamiento. Buscando una mayor prosperidad el padre de Carlos había dejado su trabajo en Azucarera emprendiendo negocios que salieron mal. Decidió entonces, como muchos españoles, emigrar. En Argentina vivía ya una de sus hermanas y hacia allá marchó la familia en diciembre de 1949; primero Carlos y uno de sus hermanos. Su residencia la fijaron en Tigre, una ciudad portuaria de tamaño medio en la provincia de Buenos Aires. A los pocos días de llegar, ya el hermano trabajaba en un banco y Carlos en una fábrica de harinas de la empresa MRP (Molinos Río de la Plata), primero como peón y, cuando se produjo una vacante, en calidad de administrativo. Quizá no esté de más recordar para situar la situación en su justo punto, que los Cruz-González al marchar a Argentina van provistos de contrato de trabajo y una carta de acogida por parte de familiares. Es algo que solemos olvidar al hablar de que hubo un tiempo en que los españoles eran emigrantes.
No tardaron los dueños de MRP en descubrir la habilidad del nuevo empleado para el dibujo, por lo que lo pasaron a la sección de diseño y publicidad. En 1951 tiene la fortuna de encontrar trabajo en la editorial Abril, destacada en la producción de literatura popular: novelas, comics, fotonovelas… En ella trabajaba Hugo Pratt, el que años después haría famoso su personaje Corto Maltés. Pratt había llegado a Argentina también en 1949. Carlos empieza pasándole a tinta el Sargento Kirk y entre ambos artistas brotó una buena amistad que se mantuvo en el tiempo. Allí comienza el motrileño con logotipos, portadas, viñetas… En 1950 quedaba un hueco en la revista Rayo Rojo y se le encargó una historieta de relleno, que gustó. Desde entonces no para. Uno de sus primeros trabajos importantes es continuar las aventuras de Indio Suárez, personaje que había dibujado con éxito Carlos Freixas (hijo del legendario Alberto Freixas Aranguren, uno de los grandes ilustradores españoles, autor de El misterio del Murciélago Humano, La reina de Tanit y muchas más que permanecen en la memoria de los aficionados, no tanto por los guiones, que eran deleznables, sino por sus bellos dibujos).
No fue solamente Indio Suárez el personaje que pasó por sus manos: Colt Miller y Santos Palma, muy populares en Argentina, fueron dibujados por él, así como el detective Joe Warman y muchos más.
También traba amistad con Héctor G. Oesterheld, posiblemente el más concienzudo y prolífico guionista del mundo del comic argentino, cuya producción es difícil de cuantificar por los muchos seudónimos que por motivos comerciales utilizaba. Carlos colaboró con sus lápices a dar vida visual a los guiones de su amigo y cuando este abandonó la editorial Abril para fundar Frontera intentó seguirlo, mas sus viejos patrones esgrimieron las cláusulas de un contrato en exclusiva.
De finales de 1957 son sus ilustraciones de Lucky Piedras para la revista Hora Cero. Era una trama ambientada en el Klondike durante la fiebre del oro, ese tipo de historias que nos traen a la mente los relatos de Jack London, debida también a Oesterheld que firmaba esta vez como C. de la Vega. Cuando Abril se deshizo de su sección de cómics que ya no rentaban como antes, compró sus cabeceras Paco Romay, un gallego que intentó revitalizarlas con el concurso de Oesterheld y Carlos Cruz.
Entretanto había conocido Carlos a una bonita chica residente también en Tigre, llamada Marcela-Elsa Andreotti y Cid con la que contrajo matrimonio en aquella ciudad el 8 de noviembre de 1958. La pareja se mudó a Victoria, ligeramente más al norte, no lejos de Rosario. Crecía la responsabilidad pero las retribuciones eran sustanciosas. Además de su tarea en el ámbito de la historieta no faltaba el trabajo en lo referente a ilustración de portadas de revistas, libros y demás.
Pero al inicio de la década de los sesenta se comenzaba a notar cierto cansancio en los lectores y al mismo tiempo Cruz sentía nostalgia de su tierra. Se puso en contacto con su amigo y colega Solano López que ya había regresado y trabajaba para Europa, quien le ayudó a encontrar tarea en cómics bélicos para el mercado británico. Regresó pues, solo por lo pronto, dejando a su esposa y tres hijos en Argentina, estableciéndose en la Málaga de su niñez y adolescencia, primero en un hotel hasta que más adelante se pudo reunir la familia en una casita comprada en El Palo, junto al mar. El espectro geográfico del destino de sus trabajos fue creciendo dentro de una temática variada: historias bélicas, de ciencia ficción, para chicas… al tiempo que colaboraba en alguna publicación española como Trinca, para la que creó el personaje de Juanjo, o las de Bruguera.
Y llegó el Fantasma. El 17 de febrero de 1936 habían aparecido en los principales diarios de Estados Unidos unas nuevas tiras cómicas sobre un personaje llamado The Fanton que inmediatamente cautivó la atención de los lectores. A las daily strips (tiras diarias) siguieron pronto las planchas dominicales en color.
El argumento original de la historia es de sobra conocido para cualquier aficionado al cómic: En 1536, mientras un joven y su padre viajan por aguas orientales su barco es atacado por los piratas que asesinan al padre. El barco naufraga y el hijo llega a una costa donde es recogido por los bandar, una tribu de pigmeos. Un día encuentra el cráneo del pirata asesino y sobre él jura consagrar su vida a combatir el crimen y que lo mismo harán sus descendientes. Se coloca un antifaz y viste una malla que a veces disimula con otras ropas superpuestas y así nace el Fantasma al que los nativos creen inmortal porque cuando uno muere su hijo adopta el disfraz. Las historietas comienzan con el Fantasma número 21, aunque usando el ardid de consultar las crónicas dejadas por los predecesores, se cuentan de vez en cuando las andanzas de estos.
De USA las historietas se extendieron por el mundo. En España aparece por primera vez el personaje en 1938 con el nombre de Fantomas en La Revista de Tim Tyler que se publicaba en Barcelona y que básicamente se surtía de material del The King Features Sindicate. Después en 1941 salieron unos cuadernos apaisados de Hispano Americana de Ediciones, con los interiores en blanco y negro tal como eran las tiras, y solo la portada en color. El protagonista se llamó ahora El Hombre Enmascarado, que es el nombre con que más se conoce por estas tierras. Esta es la que, con todos sus defectos, podemos considerar colección clásica. Después ha habido otras más lujosas. También nuestros diarios han reproducido las tiras, y si bien actualmente es costumbre que se va perdiendo, todavía SUR de Málaga y algún otro las ofrece en su página de pasatiempos, reducidas en su longitud inicial.
Con el tiempo y la aparición de nuevos temas y personajes el Fantasma fue perdiendo popularidad en Estados Unidos y los mercados tradicionales pero inexplicablemente surgió un renovado interés por el personaje en Escandinavia donde la editorial sueca Egmont venía publicando episodios en formato comic book, principalmente para los países escandinavos y Australia, en los que los viejos esquemas se abrían a la maravilla.
En 1987 ofrecieron a Carlos sumarse al “Equipo Fantomen” y aceptó encantado pues, como él mismo recordaba en una entrevista, había sido una de sus lecturas juveniles e incluso hubo un tiempo en que lo coleccionó. Así unió su nombre a una larga lista de míticos dibujantes. Su primer trabajo, Kano & Aybol (Caín y Abel) sobre guión de Donne Avenell gustó. En total fueron 54 los episodios por él dibujados, muchos con guión de Norman Worker que se convirtió en gran amigo. Norman escribió pensando en él guiones ambientados en España como El caballero de la Mancha donde el enmascarado compartía aventura con el mismísimo don Quijote, o El tesoro de Ronda en que acumulaba todos los tópicos urdidos por Merimé y cuantas plumas de allende los Pirineos han fabulado sobre nuestra tierra. Ni que decir tiene que Carlos se lo pasaba bomba dando vida gráfica a esas disparatadas historias. La última El cuerno de Rolando, también con guión de Worker salió en 2004. Sobre su trabajo con este personaje ha escrito L. Porras: “El Fantomen de Carlos Cruz es espectacular por su fuerza, su enérgico sentido del movimiento. En cada viñeta te arrastra la acción. Valiéndose de su extraordinaria habilidad en el trazo situando a sus personajes en los más variados ángulos y puntos de vista, en las posturas más forzadas y violentas. Personajes y decorados forman un todo épico y heroico. Carlos Cruz es un maestro del cómic, en Fantomen se desenvuelve en la mejor tradición de los mejores maestros mundiales”.
Después llegó el merecido descanso, disfrutar de la familia y los sosegados paseos por una ciudad acogedora, aunque seguía practicando el dibujo como entretenimiento, especialmente a pincel seco: retratos familiares y escenas de la vida diaria, que presentó en exposiciones o se vendían en una conocida galería malagueña. También solía ser requerida su presencia en la semana del Cómic ce la Costa del Sol en Vélez Málaga.
Falleció en Málaga el 27 de abril de 2018 dejando un excelente recuerdo en cuantos lo conocieron. Ulf Granberg, editor del Team Fantomen, le dedicó una sentida necrológica en la que evocando su primer encuentro nos dice: “Conocí a Carlos por primera vez en 1988 en Málaga junto con Luis Llorente y Norman Worker […] pasamos una tarde y una noche maravillosas en casa de Carlos -que estaba muy cerca del mar, sentado prácticamente en la playa- cenando junto a toda su familia […] Al día siguiente Carlos quiso guiarnos por Málaga y estaba particularmente ansioso por mostrarnos todas sus oficinas, dijo, y yo estaba bastante desconcertado hasta que llegamos a su primera “oficina”. Resultó ser un bar de tapas. De hecho todas sus oficinas eran bares de tapas […] Me entristece mucho saber que falleció. Fue un gran artista […] Muchos miles de lectores en Escandinavia y Australia han disfrutado y admirado su trabajo durante un largo periodo de años. Muchas gracias por compartirlo con nosotros, Carlos. Descanse en paz mi amigo”.
No quisiera terminar sin reconocer mi deuda con cuantos antes han escrito sobre Carlos Cruz: Manuel Barrero, C. Serna, F. Tadeo Juan, L. Porras…y con Gonzalo hijo del dibujante a los que doy las gracias. Sin ellos este artículo no existiría o habría sido mucho más pobre en datos. En estos tiempos de desahogado adanismo es lo menos que podemos hacer. Tampoco renuncio a expresar mi esperanza de que un avispado editor se decida a publicar en España el trabajo de Carlos tan desconocido en su tierra. Si hubiera vivido en Estados Unidos su nombre brillaría a la altura de los de Hal Foster, Alex Raymond o Burne Hogarth. Su obra entra de lleno en lo que Luis Alberto de Cuenca llamó «libros para pasártelo bien”, donde cada viñeta es una obra de arte.