HAMBRUNAS Y ENFERMEDADES EN MOTRIL EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XIX
A principios del siglo XIX, nuestra ciudad se encontraba en unos de los peores momentos de la gran crisis económica provocada por la casi total desaparición del monocultivo cañero y la aguda caída de la producción azucarera que, desde el último tercio del siglo anterior, venía afectando con gran intensidad al principal motor económico motrileño que no podía competir con el azúcar americano, producido a unos costes bastante más bajos.
Los antiguos trapiches e ingenios azucareros habían casi desaparecido, sólo estaba moliendo en la primavera de 1801 el ingenio de la familia Burgos, aunque no lo hacia con toda su capacidad de molienda por falta de cañas. La otra fábrica azucarera que existía era el trapiche del conde de Bornos que, situado en las actual Huerta de la Condesa, llevaba dos años cerrado y sin efectuar ninguna manufactura del azúcar por no tener su dueño posibilidad de contratar cañas para moler a los labradores.
La miseria era total, el paro obrero afectaba a una gran parte de los cabezas de familia que no tenían trabajo ni en el campo ni en las fábricas de azúcar. El hambre no tardó en hacer su aparición entre las familias más pobres de la ciudad.
Las familias más acaudaladas comenzaron a abandonar la ciudad, cerraron sus casas y se marcharon a vivir a Granada y Málaga. Paulatinamente fueron cerrándose los comercios, los artesanos dejaron de producir sus productos y se clausuraron los pocos colegios que había.
Motril aparecía como una ciudad fantasma, en la que incluso la limpieza de las calles había sido abandonada por la falta de recursos de Ayuntamiento.
La Corporación Municipal bien poco podía hacer para remediar tanta calamidad, pues los ingresos de las arcas municipales eran bastante exiguos para hacer frente a las necesidades de los motrileños. Incluso la propia Corporación que estaba formada por Jaime Moreno como gobernador político y militar, Francisco María Sánchez de Bustamante, alcalde mayor; Fernando José de Pineda, Rafael Ruiz de Castro, José Ignacio Ruiz Campoy, Antonio Garvayo, Francisco Espinosa y Francisco Bellido, estimaron que lo mejor era dejar de percibir sus sueldos y destinarlos a comprar trigo para después repartirlo al pueblo.
A fines del 1800, se le había concedido a Motril la merced real de poder cobrar el arbitrio de 2 maravedís en cada carga de agua que se vendiese en la ciudad y destinar su producto a socorrer a las familias más desvalidas. Pero todo era inútil, ya que el dinero que se obtenía con este impuesto era insuficiente para ayudar a tantos motrileños que pasaban grandes necesidades. A la miseria y el hambre pronto empezaron a unírsele la aparición de enfermedades infecciosas, de tipo “tabardillo” o tifus exantemático, que comenzaron a desarrollarse en los barrios más pobres: Capuchinos, Monsú, Esparraguera y Barrio Nuevo. Enfermedades que se agudizan con la llegada del verano y con la aparición de gran número de personas afectadas por fiebres tercianas, es decir paludismo.
Lo único que pudo hacer el Ayuntamiento fue dar trabajo a unos cuantos obreros con la reparaciones efectuadas en las casas de la Matanza y Carnicerías que, situadas en la plaza Mayor actual plaza de España, estaba hechas, textualmente en los documentos de la época, un muladar.
En junio de este año de 1801, el hambre y las enfermedades eran ya insoportables. El Ayuntamiento le había pedido a Gualchos que le suministrase a crédito 60 fanegas de trigo, pero la vecina población se negó a facilitarlas, alegando que el trigo que poseían era absolutamente necesario para sus propios vecinos y que carecían de más para dárselo a Motril.
Los esfuerzos realizados por el Ayuntamiento eran inútiles, faltaba también el maíz, cuya cosecha en la vega se había perdido casi toda porque el año anterior había sido excesivamente lluvioso, y no había entrado trigo en la Alhóndiga ya hacia un mes y ni siquiera tenían harina los panaderos de Vélez de Banaudalla que eran los que tradicionalmente surtían de pan a Motril.
La falta de pan, decían los contemporáneos “ha sido la mayor que en muchos años hace se han experimentado, pues en algunas casas y familias de regulares acomodos se han quedado sin comer pan o reducido a sólo poderlo verificar en una comida y que todo ello ha resultado de la falta de grano de maíz, pues sólo se encontraron en este pueblo, según el informe del diputado del Común, una cincuenta fanegas”.
Si esto era en las familias medio pudientes, nos podemos imaginar la situación entre los motrileños pobres que basaban casi toda su alimentación en el pan.
Creemos que al fin la gravísima situación se remediaría con la compra de trigo en Granada, en Málaga o en otros lugares del reino que paliaría el hambre en Motril, reduciéndose así las enfermedades y la alta mortalidad de estos años iniciales del siglo. En los próximos años la situación económica de nuestro Motril empezaría a cambiar, se iniciaría la salida de la crisis y comenzaría una nueva era agrícola con el desarrollo del cultivo del algodón que introducido y aclimatado en nuestra vega por Bernabé Portillo y Jaime Moreno e impulsado por la Sociedad local de Amigos de la Patria y junto con la nueva industria de despepitado e hilado algodonero, posibilitaría que la ciudad iniciara, poco a poco, su despegue económico que le correspondería por poseer una vega y un clima excepcionales en toda Europa. Pero no tuvieron suerte los motrileños de esta época de la primera década del siglo XIX, primero el terremoto de enero de 1804 y después, a partir de1808, la Guerra de Independencia y sus secuelas, retrasaron el desarrollo de Motril hasta mediados de los años 20 de esta centuria.