LOS CUENTOS DE CONCHA

LAS MUSAS

CONCHA CASAS -Escritora-

“Hoy no tengo historia” se dijo a sí mismo desesperado mientras garabateaba en su cuaderno, sin llegar a plasmar nada más allá de sus propios pensamientos.

A pesar de utilizar el ya inevitable ordenador para mandar sus trabajos, necesitaba sentir el bolígrafo en sus manos para que a través de él se concretase su capacidad creativa. Pero ese día las musas lo habían abandonado y solo daban forma a su angustia.

Durante siete años dos meses y veinte días había mandado una historia semanal a su periódico, aparte de la columna que diariamente escribía inspirándose la mayoría de las veces en las cartas que los lectores enviaban al director, las opiniones de la gente anónima sin duda alguna estaban cargadas de la originalidad que los profesionales del medio habían perdido hacía tiempo y la visión que estos aportaban eran una fuente de inspiración permanente.

Para sus historias utilizaba otros ardides. Solo necesitaba una frase, la primera. Después como en un acto mágico la historia se escribía por si misma. Y eso es lo que le había ocurrido en los 347 relatos que llevaba escritos desde aquel maravilloso día en que ¡al fin! el director del periódico donde hasta entonces escribía apenas una columna semanal, se dio cuenta de la riqueza de su en apariencia inacabable inspiración y le había firmado el contrato que ponía fin a su búsqueda.

Recordaba aquel día con una nostálgica emoción, se había sentido tan feliz que invitó a todos sus amigos a una inolvidable fiesta. No era para menos, llevaba años pronosticando ese momento, a veces entre las burlas de sus compañeros de trabajo que nunca llegaron a creer del todo en el talento del incipiente escritor. Pero él nunca perdió la fe. Confiaba en sí mismo y sabía que antes o después sería reconocido.

Ahora, al mirar hacia atrás y recordar aquella oficina en la que tantos sueños se acumularon sintió que aquello nunca había existido, que todo lo anterior a su carrera literaria no había sido más que el camino que lo llevó hasta ella y como en un viaje, solo recordaba algunos flashes, algunas vistas apenas retenidas por la velocidad. Sin embargo ese no tiempo de su existencia había abarcado casi toda su vida consciente. De hecho iba a cumplir cincuenta años dentro de unos días. No podía entender como había sobrevivido anteriormente, sin lo que ahora era la única razón de su existencia.

Claro, ahora visto con la perspectiva del tiempo y con la seguridad del que se sabe triunfador, comprendía el porqué de su continua y permanente insatisfacción. Mientras todos sus compañeros se casaron, formaron una familia y centraron sus energías y sus ilusiones más perentorias en comprarse un adosado (que acabarían poniendo a la venta al cabo de los años, para volver al centro de la ciudad), él no encontraba sentido a su existencia. Nada le satisfacía. Sabía que debía estar contento, tenía un estupendo trabajo que le reportaba unos ingresos nada despreciables, su éxito con las mujeres le permitía variar de pareja cuantas veces quisiera y elegir, cosa no muy habitual, de todos es sabido que son ellas quienes escogen a sus acompañantes. También es verdad que nunca había mantenido una historia más o menos seria con ninguna de ellas y para ser sincero tampoco la había echado de menos. Cuando sentía la necesidad del romanticismo, sencillamente escribía una historia cargada de rosas y oropeles. Pero pocas veces sentía necesidad de ello. Se había acostumbrado a su soltería y a la vida “golfa” como decía su ya anciana madre y aunque en los últimos tiempos (cosas de la edad) había restringido cuantitativamente sus salidas nocturnas, las pocas veces que lo hacía habían ganado en calidad. Quizás porque sus necesidades eran muy distintas. Ahora valoraba por encima de todo una conversación inteligente, regada con un buen caldo y flotando entre el humo de un buen habano. Visto así sonaba un tanto vulgar, pensó para si, pero que se le iba a hacer, tampoco podía ser original en todo.

Meneó la cabeza para centrarse. No tenía historia, volvió a  repetirse para sí. ”¿Dónde estará esa maldita frase que hoy no quiere venir a mi?”. Era algo tan sencillo, o al menos lo había sido hasta entonces, que no comprendía el porqué de lo que le estaba ocurriendo.

Buscó las primeras frases de sus últimas historias, solían comenzar con un adverbio, repasó mentalmente los de tiempo, los de lugar, los de cantidad… nada, ese día se negaban a traer tras de sí el resto de palabras que darían sentido y forma a unos personajes todavía inexistentes

Algunas veces se preguntaba si esas criaturas que habían nacido de su mano serían reales, quien sabe, quizás ese noventa por cien del cerebro que no utilizamos funcione por si mismo y por algunos mecanismos lejos de nuestro alcance, logran conectar los pensamientos de algunas personas y una de ellas a modo de receptor, los capta y los transcribe pensando que está creando algo, cuando en realidad solo está siendo utilizado para dejar constancia de unos hechos que de otra manera morirían apenas ocurridos.

Quizás ese fuese el papel de las musas, interconectar los pensamientos para inmortalizarlos. ”¿Que mundos tan fantásticos habrá escondidos en nuestros cerebros?” se interrogó el escritor. “Quizás lo que yo considero un don, sea solo el desarrollo de una parte de esa materia gris que vive al margen mío y tiene vida propia”

Continuaba con el bolígrafo en la mano y de pronto se dio cuenta de que no había parado de escribir. Volvió sus ojos hacia arriba y releyó lo escrito sonriendo satisfecho: esta vez la historia se había escrito a pesar de él.

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