LOS CUENTOS DE CONCHA

LA PRUEBA DE AMOR

CONCHA CASAS -Escritora-

Tenían 16 años cuando supieron que nunca más se separarían. Se conocían desde niños y siempre entre ellos había existido un entendimiento especial, muy especial. Tanto que con los primeros cambios hormonales dejaron de mirarse,  porque en sus miradas ya no se reconocían como él y ella, sino como una unidad que todavía por la vergüenza que produce el desconocimiento,  les empujaba paradójicamente a alejarse.

Por eso cuando lograron vencer ese absurdo pudor propio más de normas sociales,  que de lo que realmente les dictaba su corazón,  unieron sus cuerpos,  y sus almas se fundieron en ese todo indivisible que en realidad siempre habían sido.

Sin hacer caso a los consejos de sus mayores, se casaron sin haber cumplido aún los veinte años. Ambos eran rubios y ambos llevaban el cabello largo, eran tan delgados que en ocasiones parecían más seres celestiales que criaturas humanas.

Durante la primera década de su vida en común, se dedicaron a conocerse y a recorrer el cuerpo del otro hasta conocerlo como el propio.

Cuando se saciaron el uno del otro, decidieron que había llegado el momento de ser padres y en la segunda década de su matrimonio trajeron a este mundo cuatro angelotes tan rubios como sus padres y tan lindos  como solo el mucho amor es capaz de crear a las criaturas. Eran una familia de querubines, todos ellos llevaban el cabello largo y sobre todo en los más pequeños de la casa, unos rizos dorados les caían por los hombros como un precioso adorno de la madre naturaleza, que sin duda había sido generosa en parabienes para todos ellos.
Daba gustos verlos, tan guapos, tan felices, tan unidos. Eran la familia perfecta, lo tenían todo: amor, bienestar, trabajo. Prosperaban y crecían con la alegría del que sabe que lo que está haciendo es lo que ha venido a hacer a este mundo.

Si todo esto hubiese ocurrido en el mundo antiguo, cuando los dioses rivalizaban con los humanos, presos de sus mismas pasiones y necesitaban medirse continuamente con ellos para demostrar su poder, podríamos haber dicho que desde el Olimpo, contemplaron esa felicidad casi dolorosa para quien no la experimentaba y decidieron acabar con ella, o al menos enturbiarla.

Como fulminada por un rayo, ella cayó un día a la entrada de su casa y hasta que él no llegó no pudo asistirla, ni ayudarla. Un dolor agudo como un lacerante hierro ardiente, se instaló de su cabeza. Enseguida los médicos sospecharon el diagnóstico y rápidamente una ambulancia  la trasladó al Hospital General.

Los peores temores se confirmaron, un tumor cerebral la había invadido y se imponía una operación inmediata.

Es difícil creer que el mundo no se hundiera con esto, pero así fue, al menos el planeta siguió girando en su órbita como si nada hubiese ocurrido. Sin embargo para todos ellos algo sustancial se quebró, el dolor se instaló en sus corazones que se aferraron a la esperanza de un milagro para poder sobrevivir. Y fue la fuerza de su unión lo que fortaleció el agotado cuerpo de la madre de tan peculiar familia.

Cuando comenzaron las sesiones de quimioterapia y el pelo comenzó a caerse, ella acariciaba con nostalgia los bucles de sus pequeños y pasaba su mano dulcemente por el cabello de su marido dándole ánimos y fuerza para aguantar lo que les estaba cayendo encima.

Esa noche al llegar a casa, esa fantástica sincronicidad que existe entre los que mucho se quieren, les llevó a tener la misma idea. Si su mamá no tenía pelo, ellos tampoco lo tendrían. Todos ellos, desde el padre hasta el benjamín de la casa, afeitaron sus cabezas. Los rizos caían al suelo como plumas de ángeles y con cada uno de ellos, el sentimiento infinito de amor que los embargaba, parecía crecer más y más.

Al día siguiente acudieron a verla portando cada uno de ellos la mejor de sus sonrisas.

Esa noche,  en el análisis  rutinario del control de las defensas,  que tras la quimioterapia  solían descender a niveles verdaderamente alarmantes, los médicos comprobaron incrédulos que estas no solo no habían descendido, sino que  habían doblado su número.

La prueba de amor con la que la habían obsequiado los suyos, había obrado el milagro. Ella durmió tranquila. Pasase lo que pasase, sabía que nunca habría podido soñar una vida mejor.

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