¿Ha merecido la pena «salvar la navidad»?
La cobardía de nuestros políticos -de todos los colores- y la irresponsabilidad de todos nosotros, le va a costar la vida a decenas de personas en los próximos días. Todos hemos apretado el gatillo, apuntando indiscriminadamente contra nuestra familia, amigos y allegados. Así de duro, pero así de cierto.
Nadie puede decir que no lo sabía. Los científicos y sanitarios se han dejado la voz, advirtiéndonos del peligro de «salvar la navidad», entendiendo por tal la celebración de estas fiestas, como si no estuviera circulando entre nosotros un virus que ya se ha cobrado la vida de, entre cincuenta y ochenta mil españoles, más de mil de ellos granadinos.
Los científicos y sanitarios nos avisaron, alertaron a nuestros gobiernos y clamaron en los medios de comunicación, para evitar la tragedia que estamos empezando a revivir en estos días … Pero había que celebrar, festejar, regalar y vivir la navidad.
Con una falta de coraje impropia de servidores púbicos, nuestros gobernantes no se atrevieron a tomar las medidas necesarias, que no eran otras que las de haber restringido al máximo la movilidad. Nadie se ha muerto por no poder celebrar la navidad, pero muchos si van a morir por festejarla en las condiciones de este año. Así de duro, pero así de cierto.
Pero si nuestros dirigentes han acreditado una cobardía política notable, la responsabilidad de lo que se nos viene encima, es también nuestra, porque si ellos no se han atrevido a adoptar las restricciones que todos los expertos reclamaban, ha sido por el temor a la reacción de la ciudadanía, a no poder festejar la navidad como si no pasara nada. O lo que es lo mismo, por miedo a la reacción que pudieran tener en unas futuras urnas, las decisiones que deberían haber adoptado.
Las consecuencias de la cobardía de unos y la irresponsabilidad de otros, ya están aquí. La incidencia acumulada a nivel nacional, rozaba ya el pasado miércoles los 500 casos por cada 100.000 habitantes, cifra absolutamente escandalosa que por sí sola ya aconsejaría un confinamiento domiciliario. El número de contagios batió ayer el récord de toda la pandemia, tanto a nivel nacional, como andaluz, las víctimas mortales se cuentan por centenares al día … y aún no ha llegado lo peor.
Y ahora asistimos al mayor ejercicio de hipocresía posible, que no es otro que escuchar los lamentos de quienes podíamos haber evitado este drama, tanto políticos como ciudadanos. Asistimos a una loca carrera en el aumento de las restricciones en movilidad, horarios de actividad, cierres de sectores, etc … Eso sí con un mes de retraso y algunas miles de muertes después.
Es cierto que si cada uno de nosotros ejerciéramos la más elemental responsabilidad, serían indiferentes las restricciones que adoptaran nuestros políticos. Ya somos mayorcitos, estamos perfectamente informados y sabemos lo que tenemos que hacer para no enfermar, ni provocar que otros enfermen y si no lo hacemos, en la mayoría de los casos, es por nuestra irresponsabilidad y egoísmo.
El panorama se ha puesto tan feo, que quienes hace unos meses despotricaban contra el confinamiento domiciliario, como el presidente andaluz Moreno Bonilla, ahora se lo reclaman al Gobierno como agua de mayo. No parece que Moncloa esté muy por la labor, mayormente por no volver a pasar por el purgatorio parlamentario que tuvieron que padecer en la pasada primavera.
Pero no debemos olvidar que de nada sirven confinamientos, más o menos estrictos, si después cada uno puede hacer lo que le dé la real gana, sin consecuencias de ningún tipo, que es exactamente lo que ha venido ocurriendo hasta ahora.
Con este panorama está claro que solo las vacunas nos sacarán de atolladero, siempre y cuando nuestros gobernantes no lo echen todo a perder, lo cual tampoco es descartable. Pongámonos pues manos a la obra, teniendo en cuenta que nuestra principal obligación, debe ser la de cuidarnos nosotros y hacerlo con quienes tenemos alrededor y llegar en plena forma al día en que nos vacunen. Entonces y solo entonces podremos decir que hemos vuelto a la bendita normalidad.