El día 13 de enero se ha de cumplir el voto de la ciudad que ancestralmente nuestros antepasados juraron cumplir desde 1804, aunque el año en el que estamos tiene algo de especial por motivos de la pandemia que desgraciadamente nos ha tocado vivir. Si, desde luego, el voto se ha de cumplir este año con más sentimiento que nunca por razones palpables y en el que la fe de los motrileños se ha de mostrar públicamente en la solemne función que se ha de celebrar en la iglesia Mayor. Este año no se va a verificar la procesión con la que concluyen los cultos a la Virgen de la Cabeza y el Nazareno, sagrados titulares que siempre han gozado de la devoción en la ciudad. Y no se ha de celebrar por motivos de la Covid-19, pero en la mente de todos nosotros estará presente el rezo y la oración que los motrileños de ayer solían dedicarles para implorar la terminación de alguna catástrofe o hecho luctuoso.
Recordando la efeméride rescatamos de los archivos de EL FARO el sentido artículo que escribía el conocido redactor Paco Pérez desde Madrid el día 5 de enero de 1932. El día 13 de enero estaba muy próximo a celebrarse y en su mente no se atisbaban ni por asomo los tristes acontecimientos que iban a tener lugar en la ciudad y que provocarían la no celebración de la procesión del voto de la ciudad. Pero esta es otra historia que daremos a conocer mañana, día en el que se cumple la efeméride religiosa que recuerda los célebres terremotos de 1804 y 1884.
Domingo A. López Fernández
-Cronista Oficial de la Ciudad de Motril-
LOS TERREMOTOS DE 1804, EL NAZARENO Y OTRAS COSAS
Por, Francisco Pérez García
Está muy próximo el 13 de Enero, una efemérides de limpio motrileñismo. Este día, la ciudad cumple fielmente con el juramento de nuestros antepasados, sobrecogidos de espanto ante aquel zapateado que se bailó la tierra en un abrir y cerrar de ojos. El Voto de la ciudad es una fiesta religiosa y civil. Tiene tanto de fe ciega en el milagro como de rito litúrgico-pagano sobre la tierra labrantía. El Nazareno no se limita a pasear por las calles del pueblo entre la multitud silenciosa, sino que desde lo alto del Cerro de la Virgen, traza con su mano cárdena, a la tenue luz estelar, el signo de la cruz sobre la inmensa panera de la vega.
Yo que no soy muy beato –creo que no tendré necesidad de demostrarlo- he sentido siempre una grata emoción contemplando este acto sencillo de bendecir a mi tierra cobijada y dormida bajo la dulce luna de enero. Me ha parecido la procesión del Nazareno algo que traspasa su significado histórico para adquirir sustancia y entraña en los usos labradores. ¿En qué tierra ibérica el cultivo del suelo carece de ritos sagrados? Al hombre del terruño, al apegado a la finca, se le va agrietando el cutis como a los anacoretas del desierto y, como ellos, se va volviendo sencillo y sobrio. Mira a la tierra y cuando alza la vista es para encaminarla aprisa al firmamento limpio. Y cuando el hombre ibérico, individual, aislado, insolidario, va perdiendo su esperanza terrena, dobla la pérdida en ganancias de fe de lo inmutable y eterno.
Algunas veces yo he seguido a viejos labradores de Motril por el gusto de oírles su conversación tan llena de frases bellas, de apócopes originales, tan de solera motrileña. ¡Qué diferente es lo que va quedando¡ Fueron aquellos labradores del gesto duro y el corazón sereno; de palabras de “Rey” y refranes juiciosos; pagados de su fama y pendientes del laboreo de “lo suyo”; fueron aquellos labradores los que hicieron este Voto de la ciudad, esta procesión tan sencilla, que carece de música, de campanas y de cohetes, porqué parece que está hecha para marchar entre los campos, por los caminos blancos y los ribazos verdes.
Además ocurre que la imagen del Nazareno es, sin duda alguna, la más interesante de cuantas abundan por las iglesias y ermitas motrileñas. Hay en su rostro tal expresión de dolor humano, se asoma de tal forma el alma atormentada, que, examinándola fijamente a solas en su capilla, se siente esa congoja y deseo de abrazar que nos acometen cuando vemos a una persona muy querida en trance de inconsolable sufrimiento. Dos detalles de buen gusto le faltan a Nuestro Padre Jesús Nazareno, a mí entender, para la mejor armonía del conjunto: una cruz más tosca que dé la sensación de la realidad y un sayal pardo sobrio y sin requilorios de ninguna clase.
¡Procesión del 13 de enero¡ Para mi gusto, el Nazareno no marcharía por las calles de la población, entre luces mortecinas y adoquines mal colocados. Su procesión debiera celebrarse de día y rumbo a los campos, alejándose del caserío y penetrando por entre los caballones cubiertos de cañas dulces, a hombros de labradores. Iría Cristo gozoso de verse en aquel ambiente puro, entre hombres de corazón sencillo, bendiciendo los frutos de la tierra y a la hermandad de la tierra de los frutos. Y hasta puede que al regreso se hallasen abiertos y despejados los caminos de la vega y que las gentes exclamasen: ¡Milagro, milagro de Dios¡