UN CUENTO PARA UNA HISTORIA
Enrique miró de nuevo el papel y volvió a pensar en ella. Hacía varios meses que habían roto y todavía no había sido capaz de escribir nada. Desde que comenzó su carrera literaria, cada uno de sus amores había sido fuente de inspiración. Aunque no hubiesen trascendido de una simple aventura, siempre encontró la chispa creativa para plasmarlos en forma de relato que, por otro lado, solían gustar mucho.
En su larga carrera literaria se había dado cuenta de que lo que más gusta es aquello en lo que el lector se identifica. ¿Y quién no conserva recuerdos de amor?
Sin embargo de su último amor, o proyecto del mismo más bien, no conseguía ni completar una frase.
También es cierto que fue algo tan fácil, vino todo tan rodado, que nació en la normalidad más absoluta… algo por otro lado tan ajeno a la pasión.
Encarni estaba enamorada de él hacía meses. No se veían con frecuencia, de hecho en aquel último año apenas en dos ocasiones. Pero tanto en instagram, como en las demás redes sociales que ambos compartían, rara era la ocasión en la que él al publicar, no encontraba un comentario de ella, siempre agradable, siempre halagador.
Su vida sentimental llevaba una larga temporada en dique seco, quizás por eso, cuando aquel día coincidieron en el teatro y a ella se le iluminó la mirada y el cuerpo entero al verlo, decidió que viviría aquella historia que llevaba un tiempo esperándolo, latente y fiel.
Y así fue como acordaron una primera cita, en la que por supuesto, no pasaron más allá de un tierno beso en la despedida. Hablaron de su vida, de sus divorcios, de sus sueños, de sus ilusiones y de todo eso que se habla cuando todavía no te conoces.
Fue agradable, es cierto. Se fue a casa contento, pero sin sentir esas maravillosas mariposas que suelen poner el estómago del revés.
Volvieron a verse, volvió a ser grato y volvieron a concertar una tercera cita en la que los dos sabían que irían más allá.
Y así fue como además de abrir sus almas, abrieron sus cuerpos también. Volvió a ser agradable y tierno. Poco más. Lejos de aquellas pasiones que le habían inspirado tantas y tantas historias, pero sí lo suficientemente íntimo como para calentarlos por dentro, más que por fuera.
Afortunadamente los dos tenían sus vidas tan bien organizadas, que los encuentros fueron los justos durante el breve tiempo que compartieron.
Jugaron a quererse sin planificar. Cuando ella intentaba organizar un futuro juntos, él la animaba a centrarse en el presente, que al fin y al cabo, era lo único que tenían, porque Enrique sabía muy bien, que esa historia había nacido sin futuro ninguno.
Al principio bien es cierto que llegó a ilusionarse, a pensar que quizás, a pesar de los pesares, podría ser. No sabría precisar el momento exacto en que esa pequeña ilusión se desinfló. No llegó a haber ningún desencuentro, ni desengaño, ni tan siquiera una leve discusión. Fue poco a poco, al ir conociéndola más, esos pequeños detalles que sin motivo aparente le molestaban especialmente, esas pequeñas cosas que le hacían torcer el gesto.
No se precipitó en la ruptura, es más, ni siquiera la preparó. Siguió dejándose llevar por esa normalidad que había presidido la relación desde sus primeros encuentros. Nunca le dijo nada, ni hubo nada que le hiciera sospechar lo que dentro de él ocurría.
Fue cuando llegó diciembre. Como cada año, pasaba las navidades con los pocos miembros de su familia que aún estaban por la labor de reunirse. Ese año habían decidido alquilar una casa en un pueblo perdido en la montaña, para rememorar sus infancias alrededor de la chimenea de la abuela. Y curiosamente lo consiguieron, el calor del fuego se trasladó a sus corazones que se contagiaron de las llamas y avivaron las suyas. Fue tan especial y tan distinto a las últimas veces que se habían reunido, que la emoción los embargó a todos y decidieron alargar la nochebuena hasta la nochevieja.
Pleno y lleno volvió a su casa con el año nuevo. Y entonces fue cuando se dio cuenta de que no tenía sentido seguir con algo que no era. Por eso decidió llamarla, pero al no poder localizarla, hizo lo que mejor sabía hacer, escribirle. Le explicó que en realidad no había nada que explicar, que sencillamente no sentía lo que debía sentir y ante eso, poco o nada se podía hacer…
Ella lo aceptó con dolor, pero con la misma normalidad que había regido su breve relación. Y sin grandes gestos ni apasionadas voces, como siempre, se despidieron con la misma ternura que había habitado entre ellos… como este cuento, sencillo, desapasionado, tranquilo…
Enrique puso el tercer punto de los puntos suspensivos y respiró aliviado. Por fin había escrito un cuento para esta historia.