LOS CUENTOS DE CONCHA

UNA ESTRELLA MÁS

CONCHA CASAS -Escritora-

Desde muy pequeña supo quién sería el hombre de su vida. Apenas era una mocosa regordeta y ya se reía compartiendo su vida con él. Todavía no tenía cara, ni nombre, pero ella sabía que en algún lugar perdido en el tiempo, él la estaba esperando.

Creció con la certeza de sentirse querida y esperada por ese alguien que ocupaba su corazón desde siempre. Jugaba con las muñecas, creando su propio mundo, en el que ese ser invisible tenía un lugar privilegiado.

Cada Navidad, en el Belén, ponía una estrella más como símbolo de su presencia, tanto es así, que hasta su padre, tan serio y distante, llegó a hablar del “amiguito de la niña”, como de alguien corpóreo y real.

Cuando llegó la adolescencia primero y la juventud después, todas sus amigas conocieron una tras otra el dolor, el éxtasis, la inquietud y la alegría del primer amor. Sus corazones vibraron con esa maravillosa y mágica sensación, tan cantada por los poetas y tan difícil de describir. Ella las contemplaba desde su eterno enamoramiento, con esa feliz  fragilidad que da el estado amatorio.

Fueron pasando  los años y a su alrededor empezaron las murmuraciones sobre su extraño comportamiento. Algunos malintencionados empezaron a referirse a ella como a la “monja”, ya que a pesar de su carácter abierto, sociable y alegre, nunca se le conoció ninguna pareja, ni nunca nadie la vio coquetear, como hubiese sido lo normal en una chica de su tiempo y de su edad.

Pero ella seguía comportándose con la plenitud del amor correspondido. Y año tras año, cada Navidad, seguía fiel a su costumbre de poner una estrella de más.

Sin embargo el tiempo seguía su implacable recorrido, sus amigas empezaron a casarse, o a formar pareja con sus compañeros. Sus hermanos, uno tras otro, fueron marchándose de casa. La familia cambió, los abuelos murieron, y los padres empezaron a envejecer. Empezó a sentirse aislada y a veces hasta cansada.

A pesar de su firme convicción, en ocasiones lloraba en la soledad de su alcoba

¡¿Por qué tardas tanto? ¿Dónde estás?!, gritaba desesperada al viento, que recogía sus lamentos sin darles respuesta. Nunca hasta entonces había dudado, estaba tan segura de él  que ponerlo en duda habría sido como enjuiciar algo sagrado

Pero según pasaban los años y sus huellas se dejaban notar en su rostro, la desesperación hacía presa en ella y lo que empezaron siendo unas lágrimas que se dejaban caer por sus mejillas, acabaron convirtiéndose en un poderoso torrente que arrastraba todo lo que encontraba a su paso, sueños, ilusiones y esperanza.

Aún así después de la tormenta, siempre llegaba la calma. Y la certeza de la existencia de su amado volvía a ocupar ese lugar donde cada vez con más frecuencia anidaba la incertidumbre

Murió su padre primero, y pocos meses después un virulento cáncer acabó con la vida de su madre.

Nunca se había sentido tan sola. La vida perdió todo su significado, para colmo de desgracias se acercaba la Navidad, sin duda alguna sería la más triste de su vida. Decidió que ese año la pasaría por alto.

En ocasiones se reunía con sus antiguas amigas, algunas de ellas se había, separado, otras seguían con sus maridos, aburridas y cansadas de un sueño que hacía mucho se había convertido en pesadilla en el peor de los casos, o en rutina, en el mejor.

En esos momentos la fuerza de aquel antiguo amor volvía con toda la intensidad y la certeza del mundo. Era algo tan real, que casi podía palparlo.

Su trabajo en unos grandes almacenes, la tenía ocupada casi todo el día, y le hacía prácticamente imposible olvidar por un solo segundo la llegada de la Navidad. A pesar de que en la sección de muebles, donde ella ocupaba el puesto de jefa de almacén, apenas se notaba.

Sin embargo cuando el destino tiene algo preparado para nosotros, es poco menos que imposible escapar a ello.

Alberto, el jefe del departamento de infantil, cayó repentinamente enfermo. Una gripe mal curada había desembocado en pulmonía llevando al pobre infeliz a la quinta planta del Clínico

 Precisamente en esas fechas el departamento de infantil era el más importante y no se podía prescindir de nadie, ni mucho menos sustituirlo por personal sin experiencia, de manera que mientras llegaba el delegado de ventas que la empresa iba a colocar en lugar de Alberto, ella tendría que hacerse cargo de la sección. ¿No quieres café?, pues toma dos tazas. Si había algún sitio en el mundo donde era imposible abstraerse de la Navidad, ese era sin duda la planta de infantil.

Enseguida se hizo cargo de la situación. Eran muchos años de experiencia. Solo se trataba de cambiar el talante. No era lo mismo vender un sofá, que una muñeca andadora. En apenas dos días se hizo con los mandos. Controlaba toda la planta y a todo el personal.

El rey por excelencia era Papá Noel. En medio de la sección habían colocado un enorme sillón, donde el obeso personaje reía ostentosamente, mientras los pequeños se fotografiaban sentados en sus rodillas. Presa de la melancolía, se alejó del bullicio a un apartado rincón de la planta. Allí en una pequeña tarima, habían colocado un nacimiento. Se emocionó al verlo, curiosamente le había pasado desapercibido. Ella era quién organizaba la decoración, y no recordaba haber ordenado que lo montasen. Aún así se alegró de verlo, a pesar de que su maltrecho corazón se encogió como un puño.

Durante un tiempo infinito, lo contempló en silencio, entre las lágrimas que se empeñaban en escapar de sus ojos.

En un acto reflejo, cogió una estrella y la colocó al lado de la que anunciaba la llegada del niño.

-¡Vaya, veo que no soy el único marciano de este planeta! Eso al menos es lo que me decía mi madre, cuando cada Navidad me empeñaba en colocar dos estrellas en vez de una.

Secándose apresuradamente las lágrimas, se volvió para saludar al desconocido que con tanta familiaridad  le hablaba.

Cuando lo hizo, no pudo articular palabra. Sus ojos se perdieron en los de él, y los de él en los de ella. Lo reconoció inmediatamente, era él. Por fin podía ponerle cara, nombre y apellidos.

Había venido desde ese lugar perdido en el tiempo donde siempre habitó y desde donde ella siempre lo había intuido. Su espera no había sido en vano y sin duda esa estrella, iluminaría sus vidas para siempre.

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