EL VERBO PROSCRITO

  SI CERVANTES LEVANTARA LA CABEZA

JUAN JOSÉ CUENCA -Escritor-

No hace mucho hablábamos en un artículo de los beneficios que puede aportar a nuestro organismo abrir la boca igual de ancha que el túnel de La Gorgoracha y soltar insultos a diestro y siniestro. Comentábamos que la persona que se pasa todo el día insultando liberaba unas toxinas que le hacían sentir especialmente bien.

Pero claro, hay insultos e insultos. Hay quienes tienen un ingenio merecedor del Premio Cervantes, aquellos que te están llamando lo peor pero lo hacen con tanta gracia y  con una palabreja tan desconocida para nosotros que nos quedamos tan conformes dudando si nos han insultado o no; existen también aquellos que se decantan por improperios más comunes y castizos, insultos que todos reconocemos y ante los que nos ponemos en guardia. Nos vamos a referir hoy a aquellos insultos que se salen un poco de lo normal ya sea por su gracia, su rareza o su originalidad.

Un insulto es una palabra que es utilizada por el emisor con el fin de lastimar u ofender a otro individuo como tal. Qué constituye un insulto o no, depende en gran medida de los convencionalismos sociales y culturales. Antropológicamente, qué constituye o no un insulto solamente puede ser definido en el nivel émico de las ciencias sociales. Hay que reseñar que, así mismo, dentro de la pragmática puede plantearse también qué constituye o no un insulto.

Por norma general el insulto es una práctica social desaprobada y rechazada. Aunque depende del individuo al que va dirigido, éstos se refieren a la sexualidad, apariencia, a los progenitores, discapacitados físicos o a las capacidades mentales de la persona a la que se insulta. En resumen, cualquier cosa que pueda ofender o molestar a aquél al que va dirigido.

Si bien los mejores insultos son los que generan dudas en el que los recibe. Y para ello los insultos en español de pueblo, de los de toda la vida, se llevan la palma. Un insulto a tiempo sin ser demasiado ofensivo sienta bien, descarga tu ira. Siempre que no nos pasemos, claro. Estos son los insultos más originales que podemos encontrarnos en español:

1.- Roba panes. Torpe, con limitaciones.

2.- Merluzo. Torpe, tonto.

3.- Asalta trenes. Algo más que un vividor.

4.- Botarate. De poco juicio.

5.- Chiquilicuatre. Piltrafilla o mequetrefe.

6.- Fantoche. Grotesco, hace referencia a la imagen.

7.- Petimetre. Que sigue todo lo que está de moda. Sin criterio.

8.- Perroflauta. Sucio o de extrema izquierda.

9.- Quitahipos. Tan feo que te quita el hipo de golpe.

10.- Chupóptero. Que vive del cuento.

11.- Mindundi. Un don nadie.

12.- Piojoso. No muy limpio.

13.- Sanguijuela. Que te quita todo.

14.- Majadero. Medio loco.

15.- Papafrita. Alguien muy tonto.

16.- Cagalindes. Ser literal.

17.- Panzaburra. Torpe y tranquilón.

Variados, para todos los gustos, originales a más no poder y con el sabor agridulce de las palabras que desconocemos cuando las oímos, estos insultos provocan incertidumbre en quienes los reciben, no se sabe muy bien a lo que atenerse porque ignoramos si realmente estamos siendo insultados o nos están lanzando alguna especie de piropo. A no ser, claro, que el emisor y el receptor de la palabreja en cuestión se hayan criado en el mismo charco y ambos conozcan de antemano en sus propias carnes su significado. Significado que pasará desapercibido a un foráneo al que no le quedará más remedio que sonreír bobaliconamente esperando a que alguien los saque del trance.

Las palabras de una lengua sufren procesos de transformación que pueden ser motivados tanto por causas externas (psicológicas, sociales, influencias de otras lenguas), como por causas internas (procesos dentro de la propia lengua). Los insultos no quedan fuera de estos parámetros, por lo que hay que reseñar que muchas de las palabras que ahora clasificamos como palabrotas no eran consideradas en un principio como insultos, sino que el significado ofensivo se incorporó a ellas bien avanzado nuestro idioma. Con una carga semántica única sin la cual sería imposible explicar el significado de las groserías, no pueden ser reemplazadas por ninguna otra expresión.

En el lenguaje escrito la presencia de insultos ha sido muy común y su uso ha quedado registrado en todas las épocas del español, incluso en el perfilado lenguaje poético.

Leyendo todo esto ¿a que no nos sentimos ahora tan culpables pensando en cada una de las veces que hemos soltado un exabrupto por la boca? Tampoco vayan a pasarse. Todo en su justa medida.

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