1640: CUANDO LA LANGOSTA DEVORÓ LAS CAÑAS
Cuando se hace historia local y escasean los documentos sobre demografía o las actividades económicas, carencia tan frecuente en nuestra costa donde los archivos han sufrido expolios y destrucciones, se recurre a obras de ámbito nacional o regional intentando extrapolar lo general a lo particular. Es un recurso arriesgado porque en tiempos de expansión demográfica puede haber ciudades, villas o lugares que sufran despoblación o viceversa. Igual puede suceder que en años económicamente prósperos, algunas comarcas padezcan la escasez consecuente a las malas cosechas en una época en que una deficiente red viaria dificultaba y encarecía el transporte de alimentos.
Para la primera mitad del siglo XVII contamos con una fuente muy útil, a pesar de contener errores de fechas, en los Anales de Granada de Francisco Henríquez de Jorquera. Si acudimos a ellos para intentar conocer cómo fue 1640 para la agricultura y ganadería granadinas, nos quedaríamos con la imagen de un año regular precedido de uno bueno y seguido de otro que se podría calificar de difícil.
De 1639 se dice en los Anales que fue “abundantísimo de trigo y cebada en nuestra España y en particular en Andalucía, pues llegó a valer su menor precio el de Granada doce maravedís cada hogaza y a catorce maravedís lo más blanco; valieron las carnes en esta dicha ciudad algo subidas de precio y el tocino llegó a valer ocho reales el arrelde (el arrelde o libra carnicera equivalía a unos 1.840 gramos). Fue este año falto de frutas y otras cosas”.
El panorama había cambiado al año siguiente. “En este dicho año de 1640, por el mes de mayo, hubo en esta ciudad de Granada alguna falta de pan respecto de no haber llovido el mes de abril y visto la poca diligencia que se hacía por el licenciado Miguel de Aguayo, alcalde mayor y teniente de esta dicha ciudad en ausencia del corregidor, el acuerdo dio permisión al licenciado Miguel Ruiz de Ochoa, alcalde mayor de la justicia para que gobernara, el cual salió a gobernar en 19 de mayo y fue tan bueno su gobierno que hizo que sobrara el pan en las plazas y no pasó de dieciocho maravedís la hogaza”.
Un aumento de seis maravedís en la hogaza parecía todavía aceptable tras la comisión del licenciado Ruiz de Ochoa, por lo que podemos intuir que se trató de un año de malas cosechas pero no especialmente catastrófico. Esta es la visión que tiene Jorquera desde la ciudad de Granada, analizando el aprovisionamiento de cereales, base de la dieta de la época, y la propia experiencia de su hacienda de Alfacar, si es que entonces la conservaba.
¿Podemos aplicar a la zona costera el cuadro que para dicho año traza el analista granadino? No dudamos en afirmar que la situación fue peor. Las actas capitulares de la ciudad de Motril nos informan de una plaga de langosta que trajo de cabeza a los regidores. Acudamos a ellas: el problema comenzó en 1639.
El 3 de noviembre de aquel año en la sesión celebrada bajo la presidencia del alcalde mayor, don Manuel de Corvera y Avello, se acordó pregonar que cada vecino presentara en el plazo de ocho días cuatro celemines de canutillo, bajo pena de doce reales y dos días de prisión. Requerir al mismo tiempo a El Zéjel, Salobreña, Velez Benaudalla y otros lugares cercanos por donde se había extendido la plaga, para que hicieran lo mismo.
No era este insecto el único problema. Se encontraba España en guerra con la Francia de Richelieu; eran frecuentes los rebatos por presencia de navíos enemigos y los motrileños tenían que acudir a la playa donde se cavaron trincheras. Como todo a la vez no se puede hacer, en la sesión del 14 hubo quejas de que los vecinos no recogían la langosta en canutillo como se había dispuesto, acordando pregonarlo otra vez bajo las mismas penas. Con escaso éxito, cuanto hubo que volver sobre ello el 19. Finalmente el 31 de enero de 1640 se ordenó nuevo pregón y dio comisión a dos regidores para buscar quienes reconocieran los lugares donde aovaba el dañino animalejo y meter los cerdos que, hozando, destruían las larvas.
Poco resultado daban las providencias tomadas: el 20 de marzo el teniente de corregidor Leandro de Palencia ordena adoptar medidas para eliminar la plaga “por ser muy pequeña y menuda y estar aumentando en número”. Los remedios hasta entonces utilizados no sólo no habían surtido efecto sino que los insectos se iban reproduciendo sin control a pesar del esfuerzo económico con sucesivas libranzas.
El 7 de abril, Sábado Santo, el regidor don Juan de Zárate, que había llevado las gestiones para extinción de la plaga solicitaba más medios. Se le concedieron 1.000 reales mediante un repartimiento en las haciendas. Juan de Segura Becerra y Cristóbal Pérez de Vargas propusieron llamar al hermano ermitaño Julio Ferrerpara conjurar la langosta y que el vicario organizara una procesión para implorar de Nuestra Señora la eliminación de la misma. Cuando fallaban los recursos materiales se recurría a los sobrenaturales mediante saludadores, conjuros y rogativas. No fue el hermano Julio el único exorcista al que se acudió: también se contó con la ayuda del licenciado Diego de Mírez, canónigo de la Alpujarra a quien se atribuía haber acabado con la plaga en Órgiva, y de otro más: el canónigo Antonio de Moya. No debían ser muy potentes los poderes de los exorcistas cuando tanto refuerzo precisaban. Todos llegaron con su cohorte de acólitos y ayudantes y fueron hospedados en casas y posadas de la villa. Diego de Mírez requirió cinco cruces hechas con madera de olivo y organizar una procesión general.
El que la madera fuera de olivo y no de otra especie podemos atribuirlo a la simbología de este árbol en el cristianismo. Sin ser exhaustivos recordemos que cuando Noé suelta la paloma desde el arca por segunda vez, regresa con una ramita de olivo, o el aceite inagotable en la alcuza de la viuda de Sarepta mientras duró la sequía en la comarca. Ya en el Nuevo Testamento, en su momento de máximo triunfo popular, la entrada en Jerusalén, es recibido Jesús con ramas de olivo y en el de mayor angustia acude al Huerto de los Olivos para confortarse en la oración. También el zumo del fruto de este árbol está presente en el ritual de cuatro de los siete sacramentos de la Iglesia.
No faltarían después problemas a la hora de pagar a unos y otros. Las arcas no andaban boyantes y el arzobispado, al que se solicitó ayuda, tardaba en responder por encontrarse en sede vacante por fallecimiento, en diciembre del año anterior, de su titular Fernando de Valdés y Llano, que había sido un prelado absentista ocupado en sus tareas de presidente del Consejo de Castilla.
A esas alturas Zárate estaba cansado de unas competencias que no recibían el necesario soporte económico. En la sesión del 11 de abril se leyó una queja de varios vecinos porque había dejado de cumplir sus obligaciones con respecto a la eliminación de la plaga y se le instaba a reanudarlas. Alegó no haber recibido la libranza de 1.000 reales y pedía ser exonerado de su comisión. Fue una reunión tensa en la que se agregaron otros individuos para auxiliar a Zárate que persistía en su empeño de apartar de sí tal responsabilidad. Finalmente se acordó cumplir lo dispuesto bajo pena de 20 ducados y pago de los daños que sobrevinieran.
Con la llegada del verano parece que la plaga quedó erradicada cuando nada quedaba por destruir. En la sesión de 17 de agosto presentaba Zárate una cuenta de los gastos y el alcalde mayor pedía justificación de las cobranzas realizadas a los vecinos para matar la langosta, pues ya se sabe que a río revuelto… A partir de entonces se empieza ya a pensar en la campaña siguiente en la que de algo debió servir la experiencia adquirida.
Como vemos, las actas capitulares nos facilitan suficiente información sobre el desarrollo de la plaga y medidas adoptadas por el cabildo, pero muy pocas sobre los daños en sí. Algo nos informan en este sentido un puñado de cartas escritas entre el 12 de marzo y 3 de septiembre por Antonio de Peñalosa, administrador del estado del Cehel, a don Luis Zapata Portocarrero que por entonces litigaba la titularidad del mayorazgo y jurisdicción con su primo don Fernando de Toledo y Mendoza Portocarrero. Este mayorazgo poseía tierras en Motril por lo que la información se extiende al trozo de costa comprendida entre esta ciudad y La Rábita.
En estas misivas se informa de que la cosecha de seda fue desastrosa como todo lo demás a lo que se unía el “suceso de Gualchos” (en referencia a la entrada que hicieron los moros cautivando a buena parte de sus vecinos). Y en una de estas cartas dice (actualizo la ortografía): “seda, queso y ganado ya lo está (perdido) Dios ha, y la cebada admitida postura a 8 reales y la ganancia del arrendador es guardarla a tiempo demás de que a esto se recrece la seca y langosta y ruina de Gualchos y despoblación de los demás lugares que de solo Sorvilán, Albuñol y Albondón se han ido trece vecinos, y de Gualchos todos y dicen ha mandado el ordinario tapiar la puerta de la iglesia y destecharla, otros dicen que el gobernador quiere derribar todas las casas” […] Hoy se ve es gran esterilidad con la langosta y pocos vecinos y baratos los frutos de la seda; está valiendo hoy a 28 reales, hasta 31 y 32. El trigo a 15 y la cebada a 8 reales aquí (se refiere a Torvizcón). En Motril a 17 y 10”.
En otra de 27 de julio insiste en que se trata de “un año que por la seca y langosta y ruina de Gualchos es el más apretado que conocen en esta tierra […] y no solo en saquear Gualchos se ha perdido el lugar sino el de Sorvilán y Albuñol, que de temor se van muchos. En Gualchos no queda ya ninguno porque todos se han ido a Motril y otras partes, y la mayor causa que para ello han tenido ha sido la langosta que les quita los frutos, con que dicen que sin provecho aventurar tan gran daño como que les cautiven no les está bien. […] Vale el trigo aquí a 15 reales, la cebada a 8 reales. En Motril vale a 10 la cebada y a 17 el mejor trigo”.
No nos resistimos, por último, a copiar unos párrafos de la carta de 3 de septiembre: “No hay trigo ni cebada que llevar ni hay con qué ir a comprar nada porque está pereciendo esta tierra […] En Motril solo Juan Muñoz cogió cebada; trigo dicen que ninguno: hasta las legumbres destruyó la langosta, y muchas hazas de cañas, cosa que nunca ha hecho, y este año que viene quedará todo asolado si Dios no lo remedia”.
Un año para olvidar aquel de 1640.