LA FAMILIA HERRERA Y EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA CABEZA EN LA EDAD MODERNA
«Dedicado a mi gran e inolvidable amigo Juan José Escribano González-Carrascosa, enorme devoto de Nuestra Señora de la Cabeza y al que le gustó mucho este artículo. En tu memoria, Juanjo».
Como casi todas las familias comerciantes provincianas enriquecidas, la familia Herrera, vecinos de Granada, pero seguramente de origen judío toledano, puso todo su empeño en conseguir su ascenso social, pese a su más que evidente coste económico.
Con seguridad esta familia granadina, consiguió gran parte de su fortuna con el comercio de la seda a lo largo XVI. El reino de Granada, debió ser un territorio muy atractivo para los judeoconversos ya que no existía, tras la conquista a los musulmanes, una sociedad tradicional, claramente jerarquizada y era una tierra llena de oportunidades, poblada por multitud de forasteros llegados de todas partes.
Los Herrera debieron, pues, prosperar económicamente y hacer cierta fortuna y en el siglo XVII pusieron sus ojos en Motril como una localidad en la que podrían desarrollar sus negocios al socaire del auge económico que estaba experimentando la caña de azúcar y la producción azucarera en esta centuria.
Es posible que uno de los primeros miembros de esta familia asentado en nuestra ciudad fuese Alonso de Herrera, que era almotalefe, es decir inspector del impuesto sobre la seda, pero fue Lucas de Herrera y Méndez el que ya aparece en Motril sobre 1631 como un importante propietario y comerciante, dedicado al arrendamiento de impuestos, como era el llamado arbitrio de “1 real en arroba de azúcar” producida en los ingenios motrileños y de cuya renta obtendría pingües beneficios y, claro está, a otra de las actividades más lucrativas como era la fabricación de azúcar, arrendando y aviando en varias temporadas el ingenio Viejo. Con los beneficios obtenidos del azúcar inicia la compra de tierras de cañas en la vega de Motril, fundamentalmente pertenecientes al mayorazgo de Contreras, y de diversas casas y solares.
Por citar alguna de sus adquisiciones, compró en 1653 a Mariana Lisón y Contreras en el sitio llamado del Puente del Salitre, situado frente a las actuales Explanadas y al Cerro de la Cabeza, un solar de 55 varas de largo por 23 de ancho, que alindaba por el sur con la acequia principal, por poniente con la puerta del ingenio de los Hurtado y por levante con el camino que va al mar. En este terreno construirían después, esta familia, su casa solariega.
Este Lucas de Herrera Méndez es el que inicia el ascenso social de la familia y venciendo obstáculos y escalando peldaños, consigue sobre 1660 comprar un cargo de regidor perpetuo del Ayuntamiento de Motril y ahora sería necesario, al igual que hacia la nobleza y gente poderosa, comprar un lugar de enterramiento digno o una capilla en algunas de las iglesias motrileñas, un asunto muy importante como símbolo de prestigio social de la época.
No debió conseguirlo ni en la Iglesia Mayor ni en los conventos ya que todas sus capillas estarían ocupadas y lo intentó en el Santuario de la Virgen de la Cabeza.
Así lo solicitó al arzobispo de Granada en varias ocasiones y que, por fin, se le concede el 15 de marzo de 1670 y en atención a las cuantiosas limosnas que hizo y a su gran devoción a la Virgen, permitiéndole un lugar para su entierro en el suelo del crucero del templo, en el primer trance e inmediato al altar y capilla colateral del lado de la epístola, donde estaba la imagen de san Telmo, para si y para sus descendientes y sus mujeres y donde, efectivamente, se enterró en el último tercio del siglo XVII, poniéndose sobre su tumba una gran losa de alabastro grabada con su nombre y escudo de armas.
Su hijo Melchor Herrera y Orduña, que también fue regidor y alférez mayor de Motril y caballero Veinticuatro de Granada, continuó en la posesión de la sepultura, ofreciendo muchas dádivas para el Cerro y donando numerosas alhajas y ornamentos de gran precio y estimación,
En 1707, en atención a su devoción y limosnas, el arzobispo granadino le otorga a Melchor Herrera y Flores, vicario general del Arzobispado y propietario del ingenio Viejo y de casi 800 marjales en la vega, y a toda su familia el uso del altar de san Telmo en el Cerro y su capilla para que “en toda ella puedan tener su entierro y escudo de armas, el ius sepelendi y sedendi”.
Por fin la familia Herrera había conseguido una capilla de su propiedad al igual que el resto de las grandes familias motrileñas, su lustre social en este aspecto estaba logrado.
Otro miembro de esta familia, fue Manuel Herrera y Flores, también regidor perpetuo de Motril y que sirvió a partir de 1706 con las armas y dineros a la causa de Felipe V durante la Guerra de Sucesión. En agradecimiento el rey otorgó a su hijo, Melchor Herrera Espinosa y Fonseca, una de las mercedes más demandadas de ese tiempo como era el pertenecer a la Orden de Calatrava, reservada a los más ilustres linajes españoles.
El palacio de los Herrera, construido a fines del siglo XVII en el solar frente al Cerro, seguramente fue la mejor casa de Motril, tal y como afirmaba el cardenal Belluga cuando ordenaba, en 1737, al arzobispo de Granada su compra para establecer un colegio y convento de Jesuitas, afirmando que tenía un bellísimo salón, ideal para usarlo de iglesia. Durante mucho tiempo la, hoy, plaza del Tranvía, fue conocida como la de los Herrera.
Esta casa fue expropiada por la Corona tras la expulsión de los Jesuitas durante el reinado de Carlos III y arrendada posteriormente a la familia Zarreta por las Pías Fundaciones del Cardenal Belluga. Posteriormente fue arrendada en 1773 a Rafael Luminati y en 1781 a Joseph de Igarzabal administrador de la Renta del Tabaco. La casa fue desamortizada y comprada por Ruperto de la Cámara en 1837. A principios del siglo XX perteneció a la familia Jiménez Caballero y quemada durante la Guerra Civil.
En los años 90 del pasado siglo XX, pude ver, cuando se cambió la solería del Cerro, el sepulcro de los Herrera. Había sido saqueado o en la Guerra de la Independencia o en la Guerra Civil y apenas quedaban unos trozos de la enorme lapida que lo cubría y que pudimos recuperar para el Ayuntamiento como recuerdo de esta familia del Motril de los siglos XVII y XVIII que, llegados a Granada con la conquista y a nuestra ciudad con el apogeo azucarero, participaron, junto a otros linajes locales, en el progresivo control de la vida política y económica, garantizándose así definitivamente su ascenso y prestigio social.