FUGAZ COMO LAS ESTRELLAS
Se tocó el pelo como tantas veces. Era un gesto inconsciente que la acompañaba desde siempre y que acabó convirtiéndose en una de sus señas de identidad. Ese día apenas había dormido, y más que andar por la calle, flotaba sobre ella.
Él se había acostado tarde, era verano y sus noches invitaban a ensoñaciones que solo bajo las estrellas son posibles. Aún así se levantó temprano. Quería vivirlo todo, la noche y el día, uniéndolos a veces y generándole ese estado de laxitud que solo las vacaciones veraniegas aportan al espíritu y al cuerpo.
Se desperezó y se asomó al balcón en el justo momento en el que ella pasaba por debajo más que tocando, acariciando sus cabellos.
La reacción física fue tan inmediata y evidente que se fue a la ducha con una precipitación desacostumbrada.
Decidió salir a desayunar fuera y apenas puso un pie en la calle, por segunda vez en tan breve espacio de tiempo, se cruzó de nuevo con ella. No lo pensó, la abordó directamente invitándola a desayunar. Cosa que por supuesto y lógicamente, ella rehusó.
Aún así, siguió su camino con la calidez de la voz del joven pegada a su piel. Sonrió para sí y continuó la jornada entre el sopor del calor y el cansancio acumulado que solo logró superar, tras la plácida siesta que se echó antes incluso de comer.
Pero hay encuentros que están escritos en el libro del universo y que por más esquivas que sean las circunstancias, están llamados a ser incluso por encima de ellas.
Contra todos los buenos propósitos que a lo largo del día se había hecho a sí misma, esa tarde al caer el sol, salió a dar un paseo por una zona por la que habitualmente jamás transitaba.
Él volvía de practicar uno de sus deportes favoritos y abrió el garaje que le habían prestado para guardar su kayac.
Al pasar por la puerta que nunca había visto abierta, ella entró, hacía tiempo que le estaba dando vuetas a la idea de comprar una plaza de garaje y ese estaba prácticamente al lado de casa.
Y así fue como se encontraron de nuevo, esta vez frente a frente.
Eres el de esta mañana ¿verdad? Le dijo ella. Sí, -contestó todavía incrédulo, pero dispuesto a no perder esa nueva oportunidad – después de esto una cerveza nos tendremos que tomar ¿no?
Y así fue como el destino enlazó el de ambos y en una noche tan fugaz como las estrellas que los acompañaron, se amaron como si se conocieran desde siempre. Sus bocas se buscaron ansiosas añorándose aún sin haberse visto, pero hambrientas de un sabor que echaban de menos hacía tiempo. Todo el tiempo que precedió a los abrazos y en el que sus conversaciones sobre lo divino y lo humano se mezclaron como poco después se mezclarían sus cuerpos. Con la facilidad de lo que está llamado a ser, con la alegría que el roce piel con piel genera en los que lo experimentan, con la sencillez del deseo que raudo acude a ser satisfecho.
Solo el cielo los vio y por un segundo infinito se unió a esa pasión que se desataba a sus pies, enviando sus estrellas, que esa noche, fueron en exclusiva para ellos.