LOS DELFINES TAMBIÉN BAILAN
Soñé una noche de verano, que el mar había llegado hasta mi puerta. Dos delfines brincaban sin parar. No lo pensé. Me arrojé al agua y, agarrado a sus aletas, cruzamos el estrecho de Gibraltar; poniendo rumbo a las Islas Canarias y de allí a América.
Los delfines hablaban entre sí y, de vez en cuando, hacíamos saltos acrobáticos, pincelando piruetas en un horizonte de luz y agua salada. Poco a poco me acostumbré a su lenguaje y empecé a entenderles. Querían enseñarme lo majestuoso que es el mar y lo bello que es el mundo. Después de un viaje inolvidable, nadando junto a otros delfines y cachalotes, me trajeron de vuelta a casa.
Al día siguiente, tenía el acontecimiento más importante del año: la fusión, a nivel mundial, de nuestras empresas de producción de plástico con las petroquímicas chinas. Entré en la reunión ensimismado. Mis compañeros de trabajo les ofertaron grandes beneficios. Uno a uno, los directores fueron barajando cifras astronómicas de producción de plásticos, de los cuales, millones irían a parar al mar.
Llegó el momento de hablar como director general de la compañía. Tenía la garganta seca. Cogí un vaso de agua, bebí un sorbo y dije: ¨Los delfines no quieren que continuemos¨. Todos se miraron. ¨Debemos utilizar nuestras instalaciones para investigar sobre la producción de plásticos biodegradables¨, proseguí.
Nuestros colegas de Asia se pusieron súbitamente a susurrar y salieron de la sala, sudorosos y en silencio. Mis compañeros me recriminaron haber perdido tan fantástica oportunidad para expandirnos y consolidarnos a nivel mundial. El jefe vociferó y me pateó de la empresa. Al tener ya cierta edad, fue imposible recomponer mi vida laboral y acabé rebuscando entre las basuras.
Tras varios años durmiendo bajo un puente, una noche helada hubo una reyerta y me confundieron con el agresor, un pobre esquizofrénico que había apuñalado a alguien. Ingresé en el manicomio por error y, estando allí, volví a soñar con delfines. Soñé que al abrir la ventana de la habitación, aparecían de nuevo, tras los barrotes que me separaban de la libertad, danzando en perfecta simbiosis con el mar, poniendo en escena una belleza y talento deslumbrantes.
Al despertar, me vi rodeado. Un hombre sujetaba una jeringuilla. Se acercaba lentamente, hasta que lo tuve completamente encima. Sus ojos huían de sus órbitas. Tenía una expresión siniestra y la cara cuajada de cicatrices repugnantes ¡Era el mismo que mató al mendigo! De la aguja salía un líquido amarillento que olía a putrefacción.
Intenté explicarles: ¨Los delfines son unos mamíferos inteligentísimos, sienten, hablan, aman y no sólo eso ¡los delfines también bailan!”. De pronto, una extraña sensación recorrió mis venas, transportándome lentamente a un lugar lejano, donde finalicé aquél viaje, flotando al compás de las mareas…