“PARA SIEMPRE JAMÁS”. LAS CAPELLANÍAS DEL VICARIO MOTRILEÑO HERNÁNDEZ DE HERRERA EN 1537
Motril se había entregado a partido, es decir rendido al enemigo con algunos pactos o condiciones favorables que desconocemos, al ejército castellano el 5 de diciembre de 1489 y ocupada de hecho tras las Capitulaciones de Granada de 1492. La primera guarnición militar cristiana llega en 1493, a la que le siguen, en reducido número, los primeros pobladores cristianos y se crea la vicaría de Motril, autorizándose la erección de una primera parroquia, que de acuerdo con el Cardenal de Toledo, fray Fernando de Talavera, se abre usando el edificio bendecido de la mezquita mayor musulmana que, con el nombre de parroquia de Santiago, es la primera iglesia dedicada al culto cristiano en nuestra ciudad. Esta primera vicaría de Motril contaría con un vicario, seis beneficiados y dos curas; nombrándose como primer vicario a Francisco de Talavera, pariente del arzobispo de Granada, sobre 1502.
En 1505 ya tenemos como beneficiado en Motril a Gonzalo Hernández de Herrera. No conocemos su origen, pero sí que estudió en la universidad de Salamanca donde consiguió el título de Bachiller. En 1507 es testigo del asalto perpetrado por los berberiscos a Motril. Vivía, por entonces, en la actual calle Zapateros con otro de los beneficiados, en una casa anexa a la parroquia de Santiago y se pudieron salvar porque se refugiaron en la torre de la citada iglesia. Debió ser nombrado como vicario de la villa motrileña sobre 1508 seguramente con el apoyo de Hernando Ramírez Galindo, alcaide del castillo de Salobreña e hijo del secretario real Francisco Ramírez de Madrid y Beatriz Galindo.
Es a partir de su nombramiento cuando empieza a convertirse en uno de los personajes más importantes e influyentes del Motril de los primeros años del siglo XVI. El 4 de octubre 1509 el arzobispo de Granada, le da poderes para que se encargue de la construcción de la Iglesia Mayor de Motril, colocando el vicario la primera piedra de la obra el 8 de noviembre de 1510. En 1513 el capitán general del reino de Granada le encarga que gestione la construcción de la torre de Trafalcasis en el cabo Sacratif, En 1517 se le encarga la edificación del hospital de la villa que tuvo un costo de 49.552 reales. En 1520 construye la iglesia de Pataura y en 1528 tiene a su cargo por orden de Carlos V la construcción de las murallas de Motril. Fue mayordomo de fábrica de la Iglesia Mayor, encargado del cobro de la sisa de la Guardas del Mar, del impuesto sobre los diezmos de los Cáñamos Viejos y de la sisa del queso, del aceite y de la sal.
Es a partir de 1510, aproximadamente, cuando el vicario emprende la compra de una gran cantidad de propiedades rusticas y urbanas que lo convierten en pocos años en uno de los grandes terratenientes de Motril. Comenzó adquiriendo una gran cantidad de tierras de secano y monte bajo en el Magdalite, en el pago conocido más tarde como el de los “Perdidos del Vicario”, que le compró a Hernando el Baezí alguacil morisco de Pataura y continuó comprado hasta reunir casi mil marjales de tierra de regadío y muchas hectáreas de secano y algunas casas principales en la villa. Ignoramos el origen del capital que el vicario empleó para esta enorme adquisición de tierras.
Con la mayor parte de estos bienes el vicario, en los últimos momentos de su vida, va a fundar dos importantes capellanías en la Iglesia Mayor que existirán en la historia de Motril hasta la primera mitad XVIII.
Las capellanías son fundaciones religiosas a perpetuidad a las que el fundador le adjudica una serie de bienes para poder mantener un capellán que se dedique a oficiar misas en sufragio por el alma del fundador. Se buscaba con ello asegurar la bienaventuranza de su alma, pero, también, suponían elementos de prestigio social, personal y familiar; términos mucho más terrenales que la mera salvación del alma, intentado asegurarse el recuerdo “para siempre jamás” del fundador más allá de la muerte.
La mayor parte de las capellanías se crean por mandato testamentario y así lo hizo Gonzalo Hernández de Herrera en su testamento de 29 de marzo de 1537, que conocemos por un documento conservado en el Archivo Municipal y por una copia impresa que se conserva en el Archivo de la Curia de Granada. Un día después de su otorgamiento, moriría el vicario.
En el testamento, escrito y firmado de su mano, Hernández de Herrera, afirmaba que “yo vivo en la villa de Motril, donde ay peligro de moros, enemigos de Nuestra Santa Fe Católica y no sé si moriré en su poder súpitamente”. Ordenaba ser enterrado en la capilla que tenía en la Iglesia Mayor, que seguramente estaba en espacio que hoy ocupa la puerta que da a la plaza de la Libertad y que fue abierta en 1761, quitándose la capilla del vicario.
Tras una larga profesión de fe y de sus creencias en la que pide a Dios que “lleve a ni anima a la gloria del Cielo, con sus santos ángeles, para la qual fue criada y me libre de las penas del infierno”, en el testamento ordena todas las mandas de misar por la salvación su alma:”Item, mando que me digan los beneficiados un centenario abierto de misas por mi anima”; memorias: “mando que los beneficiados de Motril, que son al presente o fueren para siempre jamás, me digan una misa cantada de la Concepción de Nuestra Señora dentro de mi capilla el miércoles de cada semana para siempre”; obras pías como la que manda al “al hospital de la villa, un colchón y dos sabanas y una manta y una almohada”. Sigue el testamento con las cláusulas de aspectos más económicos y concluye que pagadas todas las mandas y obras pías que refiere hasta quedar libres y fuera de deudas todas sus posesiones, funda dos capellanías “para siempre jamás” que se han de servir en la Iglesia Mayor de la villa de Motril y en su propia capilla, quedando los capellanes obligados a decir una misa diaria todo el año, dedicadas expresamente a las advocaciones de diversos santos y fiesta religiosas que el vicario cita minuciosamente en su testamento; ordenando, también, que anualmente deben comprar cuatro libras de cera que se quemarían sobre su sepultura el día de Todos los Santos. Señalaba los capellanes y ordenaba que siempre tendrían que ser hijos de vecinos de Motril.
Para la primera capellanía nombraba a Juan de Baeza, hijo de Juan de Baeza y Mari López, por los buenos servicios que le habían hecho y después de los días de Juan, la capellanía fuese para su hermano Gonzalo de Baeza. Dejaba como bienes para esta capellanía su casa principal en la plaza mayor que “tiene cuatro tiendas”, una huerta cercada de nueve marjales frente a la ermita del San Sebastián, 405.5 marjales de tierras de regadío situados en los mejores pagos de la vega como Fadín Adayán, Paumar, Sarracín y Paterna, entre otros, y varías hazas de secano junto a la puerta de Castil de Ferro, en el Camino de la Viñas y una viña el Magdalite.
Para la segunda capellanía designaba Francisco de Lamas, hijo de Francisco de Lamas y de Beatriz González. La dotación de esta capellanía consistía en una casa principal que, por documentos posteriores, sabemos que estaba situada a mitad de la calle Puerta de Granada; una huerta grande toda cercada con casa y palomar en el pago Canatajayar de 65 marjales, con 215 morales grandes y muchos pequeños. Esta importante huerta fue conocida durante siglos por la “Huerta del Vicario” y estaba situada cerca de la zona de la Puchilla. Además, le adjudicaba otra huerta de dos marjales en Aynanéz, 376,5 marjales de tierras de regadío en la vega en pagos, también, de buena calidad como el ya citado de Fadín Adayán, Balatealmarge, Alinchil y Rochil; 50 marjales de majuelo en Liena y una viña en el Magdalite.
Dejaba como patrón de estas capellanías a Andrés de Castilla y a su muerte el patronato pasaría al Concejo municipal de Motril, que sería el encargado de designar en el futuro los diversos capellanes que ocuparon las “Capellanías del Vicario”, a veces tras largos pleitos.
Con el paso del tiempo estas capellanías tan enormemente dotadas económicamente, se fueron diluyendo y muchas de sus propiedades vendidas, a pesar de que Hernández de Herrera prohibía expresamente en su testamento que su patrimonio fuese enajenado; otras pasaron a ser propiedad de la Iglesia o se perdieron en manos de particulares por pleitos de lindes y tenencias. Hasta su capilla, cuyo retablo fue pintado por Pedro Machuca, fue destruida.
A fines del siglo XVIII, prácticamente nadie se acordaba de la fundaciones del vicario Gonzalo Hernández de Herrera. Al menos su memoria, que él pretendió establecer en su testamento “para siempre jamás”, duró dos siglos.