EL ÚLTIMO VIAJERO ROMÁNTICO

VIRUS

Iñaki Rodríguez -Escritor-

Dos ángeles divisaron a unos diablos en una tierra remota. Los querubines les siguieron a una distancia oportuna, hasta que se metieron en una solitaria e inmunda tasca, sita en los confines del mundo, la Venta del Trueno. Perplejos se quedaron al descubrir que aquellos demonios eran los siete reyes del maligno. Entró primero y muy decidido Asmodeo y justo detrás de él Baal. Sólo un momento después Paimon, Belial y Beleth y acto seguido Pursom y Balam. Los dos espíritus celestes sintieron la obligación de espiarles y, guareciéndose en el tejado, escucharon atónitos a los anticristos. Asmodeo, un demonio muy antiguo, encargado de convencer a Eva de probar el fruto prohibido, pidió a los allí reunidos su colaboración para dar un zarpazo a la población mundial.  Su intención era enfermarnos y matarnos de una muerte asfixiante y lenta y así robar todo el aire del planeta y regocijarse, a su vez, en nuestro sufrimiento. Para ello planearon una epidemia ideando un virus infernal. Tras un conjuro maléfico Baal se convirtió en una tarántula con tres cabezas horripilantes. Asmodeo, con cuerpo humano y cola de serpiente y tres cabezas, la primera de toro, la segunda de un hombre y la tercera de carnero, se levantó de su silla. Mientras, Belial, cuyo nombre está en los rollos del mar muerto, tomó forma de bestia con espada y escudo. Beleth salió primero y montado en su caballo pálido se fue surcando un cielo tremebundo. Balam se transformó en humano con cabeza de carnero y Pursom, antiguo guardián del trono de Dios en el paraíso, en humano con cabeza de león. Ambos salieron juntos y se subieron a lomos de un gran oso que les llevó hasta el bosque donde escaparon entre la espesura. Baal abandonó también el lugar y haciendo un agujero se adentró en él y desapareció en las entrañas de la tierra. Belial se despidió de Asmodeo y montado en su carnero subió al monte hasta que se perdió de vista y por último Asmodeo, el organizador y jefe del apocalipsis, se marchó riéndose y sus carcajadas atronadoras retumbaron en el techo. Los dos ángeles se tambalearon y casi caen al suelo. Pero resistieron y sujetándose entre ellos consiguieron mantener el equilibrio y al ver que ya no había ningún demonio cerca alzaron el vuelo. Tras un largo trayecto descendieron los enviados de Dios hasta una preciosa ermita en medio del desierto. Allí les recibió el Arcángel San Rafael, cuyo nombre significa ¨medicina de Dios¨, encargado, no solo de la salud del ser humano, sino también de la fortaleza del planeta y deprisa le contaron todo lo que había acontecido. ¨ ¿Para qué necesitarán el aire?¨ preguntó con dulce voz uno de los ángeles. A lo que San Rafael contestó: ¨Los demonios del inframundo se hacen invisibles a los ojos y transitan por el éter. Si se adueñan de dicha sustancia gaseosa el universo entero será suyo. Entonces echaron a volar de nuevo y al llegar a una gran ciudad se encaramaron al campanario de una iglesia. La urbe estaba vacía, los hospitales llenos a rebosar y el dinero ya no servía de nada, pues nada se podía comprar. San Rafael apuntó al mundo con su dedo índice diciendo: ¨Aunque os habéis enriquecido a costa de la salud de cielo, mar y tierra y crecido en desmedro del hambre y la enfermedad de millones de hermanos vuestros y abandonándolos a su suerte, yo creo en vuestro corazón y arrepentimiento e imploro a Dios nuestro Señor, que esto os sirva de lección. Avanzaréis, desde ya, sin hacer daño, pendientes del prójimo y del planeta y no tanto de vosotros mismos¨. Al marcharse, San Rafael se fue parafraseando la biblia una y otra vez, a modo de mantra, «revestíos de toda la armadura de Dios para que podáis resistir a las insidias del diablo, que no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires. » Aquello causó un antes y un después. En la tierra volvió a reinar la compasión y los ladrones del aire fueron obligados a volver a un lugar lúgubre y espeluznante, donde arden las almas egoístas. Imperio de Mefistófeles, llamado vulgarmente infierno.

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