EL AGRICULTOR
Se despierta el agricultor y todavía es de noche.
Vive en un cortijo en el corazón del monte. Es viudo. Sus cinco hijos son ya mayores y se mudaron hace tiempo a la ciudad. No quieren que su padre les hable de arados ni sembrados y solo le ven muy de vez en cuando.
El agricultor gana poco o nada, a veces incluso pierde. Sabe lo mucho que valen sus productos pero el intermediario se aprovecha del agricultor. A pesar de todo nunca le faltará aceite, pan y vino, ni tampoco fruta, que la tiene a espuertas en sus árboles y son dulzor en sus ratos de amargura. Con sus vecinos hace trueques, intercambiando huevos por carne, leche por vino, fruta por cereales y de esa manera sobreviven, lejos de la barahúnda de la ciudad.
Así pasan los días, alejados de un mundo que otros han inventado y ellos no comparten. Universo cercano, pero a la vez tan lejano, que ha cambiado árboles por coches, campo por asfalto y los riachuelos que cruzan el monte, libres y salvajes, por presas costosísimas e inservibles.
Llegan nuevas a la casa del agricultor. Parece que el mundanal se resquebraja allí abajo y ahora la hiedra invade edificios y naves industriales. La trepadora marcha indómita y ya no hay quien la pare. ¿Dónde está el dinero? Donde había dinero solo queda el eco de carcajadas resonando en los hondos huecos de los ascensores y en los recovecos de oficinas vacías.
El cambio climático tampoco acompaña. La comida escasea. Hace meses que no llueve y muchos otros agricultores han malogrado sus cosechas. En la ¨cortijᨠse dan cuenta que el país les necesita. Son ellos los que han de alimentar a una población cada vez más hambrienta. Los tiempos del desenfreno, el ¨Mau Mau¨ y el despilfarro, desaparecieron sin dejar huella. La humanidad se tambalea hundiéndose en la miseria.
El agricultor vuelve a despertar al día siguiente, todavía es de noche y los pájaros celebran que pronto la luz del sol inundará valles, montañas y huertas… Sale el sol. Es un espectáculo indescriptible que ilumina, día tras día, la retina del agricultor. Mientras labra la tierra se oye un alboroto. De pronto, al girar la cabeza, ve a cinco hombres con sus mujeres y niños caminando hacia él con prudencia. Son los hijos del agricultor, que vienen con sus familias al único sitio donde todavía pueden sembrar esperanza y vivir felices lo que les queda de vida.
Salen los vecinos entusiasmados y juntos corren en busca de los hijos pródigos con inmensa alegría para alojarlos y ayudarles con las maletas. Algo bueno está pasando en el corazón de la foresta. Algo importante. Esa tarde el monte dormirá tranquilo como el niño que se recostó sobre el pecho de su padre.