EL SECRETO DE LAS COSAS
Dicen que las palabras suelen guardar los secretos de las cosas, quizás por eso él callaba.
Carlos era el padre de una extensa familia, cinco hijos, la abuela y un viejo tío solterón, que siempre vivió con ellos, conformaban aquella pequeña y ruidosa tribu.
Quizás por eso, entre tanto ruido, destacaba su silencio. Porque su silencio se oía, parecía como si lo precediese. Todos giraban la cabeza cuando él aparecía en el salón y por unos segundos, parecía que pasaba un ángel. Claro que esa sensación apenas duraba lo que él tardaba en acomodarse en su sillón de orejas.
Había conocido a la que fue su mujer y madre de todas esas criaturas, cuando terminó sus estudios secundarios. Por ella y por Lucas, que llegó sin que nadie lo llamase, abandonó el futuro que desde que desde su más tierna infancia, sus padres habían soñado para él.
Pero no le importó, todo lo dio por bueno, el pequeño negocio que sus padres le ayudaron a montar, con lo que habían ahorrado para sus estudios universitarios; el trabajar casi de sol a sol para mantener a esa nueva familia, que inexplicablemente y a pesar de los medios utilizados, aumentaba cada año. Nada le importaba, adoraba a Carmen por encima de todas las cosas. Se enamoró nada más verla y apenas ella clavó sus pupilas en él, supo que había encontrado su sitio en la vida.
Se querían tanto, que parecían no darse cuenta de las privaciones que pasaron, sobre todo al principio, para poder apenas subsistir. Si Carlos había tenido un mal día, al llegar a casa y abrirle ella la puerta con su eterna sonrisa, olvidaba lo ocurrido y la suya volvía a dibujarse en su rostro.
Siempre tenían algo que decirse, se seguían divirtiendo juntos, como en los primeros días de su noviazgo; cada uno de ellos sentía, que no había nadie en el mundo con quien pudiera sentirse mejor.
Y así fue mientras fue. No podría decir con certeza cuando empezaron a cambiar las cosas, cuándo Carmen comenzó a apartarse de su lado y cuándo empezó a ponerle excusas para no hacer el amor con él. Tampoco podría precisar cuando sus conversaciones se trocaron en discusiones, ni cuando notó en su mirada, que ya no era la suya.
Sintió que el mundo se había puesto bocabajo y que toda su sangre se le agolpaba en la cabeza, impidiéndole ver. Se perdió de sí mismo, porque él mismo era ella, y ella ya no era él. Un dolor sordo y seco se acopló en su corazón, en el mismo lugar donde antes solo había amor y dicha.
Empezó a beber y un extraño ocupó su cuerpo, que aunque seguía siendo el mismo, era irreconocible a quienes lo querían.
Por eso aquella mañana, cuando lo llamaron diciéndole que Carmen había muerto en un aparatoso accidente, y que su acompañante también había fallecido, las palabras huyeron de sus labios.
Solo él supo que ella abandonó este mundo junto con su amante y en nombre del amor que en él nunca se había apagado, ni se apagaría mientras viviese, ocultó a sus hijos y a sus allegados esa triste realidad, que moriría sepultada en su interior.
El dolor por su pérdida física, le devolvió la calma que su pérdida sentimental le había robado. Lloró por ella en silencio, como transcurriría su vida a partir de entonces, porque como él bien sabía, las palabras guardan los secretos de las cosas y por eso él, había decidido guardar sus palabras.