DESDE MI ATALAYA
Se cumplen 90 años de nuestro FARO y su dirección me invita a que comparta mis propios recuerdos del Decano de la prensa provincial.
Mi memoria personal, desde ésta ya madura edad, se remonta a los últimos años 60, pero no me sustraigo a apuntar una pequeña reseña histórica del semanario. Fundado por Alonso Terrón, al final del anterior periodo monárquico, El Faro atravesó la fase republicana bajo la intervención del Frente Popular, vivió la Guerra Civil y fue testigo de la larga y dura postguerra, bajo la dirección de Gonzalo Hernández Auger, de quien tomó el relevo Antonio Montero Barranco, ya iniciado el despegue económico nacional y motrileño, de tal manera que prestó testimonio de los inicios prometedores de la fábrica de papel, la implantación de los primeros institutos de bachillerato y otras muchas mejoras en nuestra ciudad.
Llegada la Transición, tomó las riendas Vicente Fernández Guerrero. Fueron tiempos de ilusión y reformas. El Faro se subió al carro de la libertad, testimoniando los grandes cambios que experimentó Motril junto con toda España. No hace demasiado tiempo agarró el testigo de ésta ya veterana publicación José Manuel González Arquero, subido en la modernidad tecnológica y mediática, pero reservando el poso de un periódico nacido por y para los motrileños. Y hasta aquí éste breve repaso histórico.
Mis recuerdos de El Faro se remontan, como ya decía, a los últimos años 60. De niño me gustaba leer la crónica social, ya desaparecida de los diarios, casamientos, natalicios, defunciones. Recuerdo vivamente el apartado que José Rodríguez Campos poseía, La actualidad en ripios, donde, con agudeza y retranca motrileña, daba repasos ripiados a las situaciones de relevancia local y nacional, eso sí, con buena cintura y evitando los posibles arreones del morlaco llamado censura.
El Faro de entonces también tenía reservado un espacio a colaboraciones intelectuales; los artículos de Gutiérrez Ríos, de nuestro ministro Julio Rodríguez Martínez y de algún otro catedrático, dieron al semanario un caché notable.
Entrañables eran las colaboraciones de Fulgencio Spá Cortés, que desde su Torre narraba experiencias, siempre cercanas al corazón y tocando la sensibilidad de los lectores con la suya propia y motrileñísima. También Fulgencio era casi el cronista emotivo de los decesos, aplicando a cada necrológica idéntica dosis de corazón que a sus narraciones costumbristas.
Más tarde Nicolás Bonilla inició una sección nostálgica, La Buhardilla de El Faro, donde con constancia e ilusión, iba publicando imágenes de un Motril antiguo y desaparecido, antecedente en papel de un quehacer que, ya digitalizado, me ocupa desde hace casi diez años.
Por último quiero hacer una petición, no ya solamente a la actual dirección de El Faro, porque estoy seguro que sería tarea fuera del alcance de una sola persona, sino llamando a ello también al propio Ayuntamiento y a otras instituciones públicas. La petición no es solo mía y se trata de proceder a la digitalización de los archivos del Semanario, desde donde sea posible. La existencia de ese archivo digital supondría una herramienta de formación histórica para los ciudadanos y, a la par, una fuente riquísima para la investigación histórica del Motril del siglo XX. En éste 90 aniversario, que no todo quede en rememorar el pasado, sino que éste nos sirva para el futuro, esa es mi invitación a, como decía Serrat, quien corresponda.