MI SAN VALENTÍN
La busqué por ríos y acequias y no la encontré. Traté de avistarla en montes y valles, pero no la vi. Pregunté a un pastor y dijo que iba hacia la Playa de las Azucenas. Atravesé la vega con el corazón encogido y al llegar a ese paraje, la vi de rodillas en la arena, guardando caracolas en su impoluto vestido blanco. Permanecí quieto, observándola. Fui a llamarla y quedé mudo, contemplando cómo se parece al paisaje que la vio nacer. La inmensa cantidad de espirales que allí hay explica su infinita capacidad de amar, pues ella acoge a cada ser querido con la misma bondad con la que esta hermosa playa auxilia a miles de seres vivos ¡Parece que todos quisieran venir! Su carácter sosegado es el mar en calma, que abraza a la orilla delicadamente, colmando de paz el alma de quién la trata. Por el contrario, cuando se disgusta, es el océano enfurecido, grandiosa ola que llega hasta Torrenueva, salta al paseo y choca estruendosa contra edificios y chambaos, pero desaparece por plazas y calles y regresa al mar, tímida y en silencio. Su alma es esa playa salvaje en mitad de la civilización, tesoro escondido en dirección al cielo. Allí encontraron a la Virgen de la Cabeza, rodeada de azucenas, víctima de un naufragio, hace medio milenio. Azucena y Susana, Susana y Azucena, dos palabras y una misma raíz. Unas huellas solitarias me recuerdan su forma de andar, única, especial, interesante a más no poder. Siempre que ando las veo y me hago la misma pregunta: ¿de quién serán? y acabo imaginándome que son las que dejó cuando era niña y todavía perduran en la faz de la tierra. No se borraron porque el mar no las quiere borrar. Camina tan bonito que les ha perdonado la muerte. Las cañaveras y plásticos que se asoman a la ribera, son la dureza y fealdad que tiene la vida y en ella se transforman. El puerto, una invitación continua a viajar y descubrir nuevos mundos, sin miedo. El faro Sacratif, luz y guía para traerla siempre sana y salva, de vuelta a casa donde sus seres queridos la esperan. Las palmeras recuerdan su elegancia espectacular. Las campanadas de la iglesia, su dulce y alegre voz. Los espigones, dedos extendidos, dando la mano al mar, a los océanos ¡Al universo entero! Las estrellas iluminan el espectro celeste de sus pensamientos y su puesta de sol, bello corazón de luz brillante y asombroso colorido. Si alguna vez lee esto se preguntará quién soy. Tan sólo un viajero romántico que se ha reencontrado con ella en el camino y sueña con acompañarla hasta el final ¨en la salud y la enfermedad, en la alegría y en la pena¨… hasta que la muerte nos intente separar. Entonces, cuando nos llegue a cada uno la hora, ella será mar y yo arena, para no separarnos jamás.