RELATOS DE LA HISTORIA DE MOTRIL

“MOTRIL SUFRE, PERO NO DESFALLECE”. LA EPIDEMIA DE COLERA DE 1885

MANOLO DOMÍNGUEZ -Historiador-

Durante el siglo XIX aparece un nuevo factor epidémico. Se trata del colera morbo que, proveniente de Asia, se expande a partir de 1830 por toda Europa en cuatro oleadas sucesivas de una extraordinaria irradiación. Las epidemias de 1834, 1855, 1860 y 1885 afectan a toda España y a Motril, siendo la de este último año la que vamos a tratar en este artículo.

El ataque epidémico de 1885 coincidió con un año pavoroso para los motrileños. En la Navidad de 1884 se había producido el gran terremoto destructor en Andalucía que tuvo réplicas hasta el mes de abril, provocando cuantiosos daños en la ciudad y paralizando la actividad económica. Además, el invierno de 1885 fue muy frio con lo que se helaron las cañas en el campo, agravando considerablemente el problema azucarero que venía gestándose desde principios de 1884, originando una época de impórtate crisis económica que significó la ruina de muchos labradores, un paro obrero abrumador y la miseria y el hambre para miles de trabajadores y familias motrileñas. Si tenemos en cuenta que las nueve décimas partes de la población no tenía para subsistir el día que no trabajaba, nos podemos imaginar el aterrador cuadro que Motril ya manifestaba cuando hace su aparición la epidemia de colera que se presenta con tintes de dramatismo distinto en las diversas clases sociales, ya que al detenerse totalmente la poca actividad económica que aún quedaba, fueron los que vivían al día, jornaleros y obreros, los que más sufrieron no solo la enfermedad, sino también el hambruna y la necesidad.

Por otro lado, hay que tener en cuenta las condiciones higiénico-sanitarias de las que partían los distintos grupos sociales. La falta de agua corriente, de aseos, de alcantarillado y las escasas fuentes públicas en los barrios empeoraba la ya deficiente situación de higiene personal de las clases populares. A pesar de las epidemias de colera anteriores, la situación de Motril en higiene pública era deplorable en la mayor parte de la ciudad. No es de extrañar, por lo tanto, que el inicio de la epidemia colérica y su mayor virulencia se diese en los barrios de la Esparraguera, Capuchinos y Barrio Nuevo.

Desde principios del mes de julio el nuevo alcalde que había tomado posesión el día 1, Pedro Moreu de Espinosa, ante las noticias de epidemia que ya se daba en otras poblaciones, ordenaba el establecimiento de lazaretos y que se fumigaran los equipajes provenientes de lugares infectados. El 16 de julio ya hay casos de infectados en la Esparraguera y se ordena por parte del Ayuntamiento el establecimiento de cuatro brigadas de trabajadores para la limpieza de las calles ciudad, instalar lazaretos, comisiones para fumigar las habitaciones de los enfermos, pedir al dueño del antiguo convento de Capuchinos, Sr. Herrera Castillo, que lo cediese para establecer un hospital de coléricos, buscar otro local análogo en la zona de San Francisco, establecer casas de socorro para facilitar alimentos, medicinas y desinfectantes a los más necesitados, obligar a hacer escusados en aquellas casas que no los tenían, limpiar los depósitos de estiércol de los caminos, pedir a los propietarios de la fábrica Burgos que tapasen la acequia de aguas de melazas que salía de la industria y abrir dos estaciones de fumigación de viajeros y equipajes en el Ventorrillo del Lobo en la carretera de Granda y en el camino de Las Ventillas, atendidas por seis funcionarios municipales y los médicos titulares. Se preparó el cementerio abriendo grandes fosas comunes. Se creó una Junta Popular de Socorros presidida por Ruperto Vidaurreta para ayudar a los vecinos más pobres y la sociedad “Juventud Motrileña” regida por Juan Decó, también, colaboraría pidiendo caridad y auxiliando a los enfermos. El 17 de julio se reúne en el Ayuntamiento el alcalde con los todos los médicos de la ciudad, concluyendo que por desgracia la enfermedad había invadido Motril, firmado el parte oficial de declaración de epidemia el médico Francisco Díaz Domínguez. Se acuerda contratar carros para trasladar a los enfermos y difuntos, organizar una brigada de camilleros, dos brigadas de sepultureros, dos brigadas de fumigadores, ampliar el número de médicos a siete, ordenar a los farmacéuticos que facilitasen medicinas a los pobres a cuenta del Ayuntamiento y crear en la Casa Consistorial un depósito de materiales desinfectantes. Del hospital se harían cargo las Hermanas Mercedarias.

Por su parte, la Junta de Socorros acordó establecer un hospital de coléricos en el barrio de San Francisco, montar dos locales en Capuchinos y San Francisco para proporcionar alimentos a los enfermos y pobres de solemnidad, pedir a la duquesa de Santoña las casas construidas junto a su fabrica azucarera para alojar allí a las familias que hubiese que desalojar de sus casas infectadas y un almacén para quien quisiera donar algunas cosas en la calle Nueva número 14. La primera actuación de la Junta fue servir un caldo sano y abundante en la sastrería de Almoguera en la Puerta de Granada.

Antiguo convento de Capuchinos, donde se estableció el hospital para enfermos del colera…

Para el día 22 de julio la epidemia se había extendido por toda la ciudad y en número de infectados y fallecidos aumenta notoriamente con más intensidad en los barrios pobres. El 29 el mal estaba en la Garnatilla, Tablones y Torrenueva. El alcalde Pedro Moreu visita los citados lugares y ordena que se construyan inmediatamente dos cementerios en las dos últimas localidades, trabajos de los que se hace cargo el maestro de obras municipal Antonio Díaz de Losada.

El mes de agosto fue el peor. Para el día 15 habían fallecido ya 400 personas. La epidemia castiga cruelmente a Motril. En segunda quincena del mes mueren otras 300 personas. A primeros de septiembre parece que la epidemia se estabiliza, aunque todavía hay nuevos infectados y fallecidos, entre ellos el subdelegado de Medicina de la localidad Manuel García y García. Para el 16 de septiembre ya no hay nuevos invadidos graves ni defunciones y a fines de mes la epidemia se considera terminada. La cifra total de víctimas debió aproximarse a las 800 personas.

El 28 un repique general de campanas y el disparo de cohetes anunciaba que había acabado el maldito colera. Por la noche la plaza de España se iluminó a la veneciana y muchas casas particulares alumbraron sus puertas. El día 29 al amanecer la banda de música recorrió con una alegre diana las calles de Motril y las campanas repicaron de júbilo. Por la tarde un solemne Te Deum de acción de gracias se celebró en la Iglesia Mayor, seguido de una procesión con la Sagradas Imágenes de la Patrona y el Nazareno, acompañados de representantes de todas las cofradías, Asociación de Señoras de la Virgen de la Cabeza, Hermanas Mercedarias y autoridades civiles y eclesiásticas. Una inmensa multitud llenó las calles del recorrido procesional.

Terminaba así otro episodio dramático en la historia de nuestra ciudad. Encomiable labor la realizada por el alcalde Pedro Moreu que siempre estuvo, día y noche, al servicio de los motrileños en los infaustos meses de la epidemia, de los miembros de la Junta de Socorros y de la Juventud Motrileña y seguramente de miles de motrileños más, cuyos nombres no citan las fuentes documentales ni la prensa de la época, que no huyeron atemorizados y se volcaron en ayudar a sus familias, amigos y vecinos más necesitados. Entre todos vencieron al colera. Como decía expresivamente el titular de un artículo publicado en aquellos espantosos días en el diario el Defensor de Granada: “Motril sufre, pero no desfallece”.

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