EL ÚLTIMO VIAJERO ROMÁNTICO

JARDÍN DE LUNA

La luna penetró despacio

en un jardín de palacio.

Sideral, magnética,

tentando al sol para embaucarlo.

Dejó caer su vestido blanco,

desnuda, en su claro de luna,

mirada perdida y pies descalzos.

Como el sol no apareció, la luna se enfadó

y se adentró en la fuente con un dragón alado.

La vi acariciarlo, se cansó y lo condenó

eternamente a sujetar el caño.

En hierro forjado acabó trocado,

el agua en leche agria permutada,

los pájaros metamorfoseados,

ahora belicosos murciélagos en bandada.

Los chorros escupían sapos.

Los cipreses soldados desfigurados.

La muralla creció, el boje menguó.

Las yucas se distorsionaron

en serpientes siseando,

enroscadas, acechando.

De dos cascadas de coral

emanó sangre fresca de venado.

El palacio se tornó castillo,

la fuente almena ensortijada

y su gran variedad de flores

puñales ensangrentados.

 ¨¿Dónde está el sol, niño? ¡Llámalo!¨

¨No sé, luna de enero¨, dije susurrando

y ella chilló: ¨¡Tráemelo!¨

Asustado pedí a una sombra

que me hiciera hueco

en el tronco de su árbol.

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