SUPERNOVA
Partimos hacia la Alpujarra granadina, mi mujer, nuestra hija y yo, a desconectar tres días. Unos amigos extranjeros nos habían invitado a su casa en Ferreirola, pueblo cuya mayor singularidad es la gran variedad de aguas minerales que allí convergen. Disfrutamos aquella tarde jugando con la niña y bebiendo aguas de diferentes colores en los manantiales. Nuestros amigos tenían un burro que nos llevaba a pozas donde nos bañamos y lo pasamos en grande. Atrás dejamos todo tipo de problemas: laborales, familiares, domésticos, de conflicto e incluso de espalda. El sonido del agua, en su incesante descender en huida permanente, era solución a cualquier disgusto y terapia para cualquier dolor. Nos sentamos a merendar disfrutando un buen chocolate caliente y unas vistas impresionantes. Nos contaron como la vida transcurría tranquila en aquel lugar, ¨aunque no faltan cosas que hacer y gente interesante que conocer¨. Entonces mencionaron a Bert, un americano que llevaba años viviendo muy cerca en una casa-cueva. El hombre les comentó que los extraterrestres acudían a un antiguo yacimiento romano, justo debajo de su insólito hogar. Les describió como aterrizaban y salían de sus naves unos seres altos y flacos, cogían piedras, decían hola (o adiós) saludando con la mano y partían sin más. No pudimos dejar de compartir un cierto grado de afinidad con un personaje como este, que podría estar más o menos pirado, pero también quizás más cuerdo que nosotros. ¨Además, siempre y cuando sea inofensivo, seguro que enseña cosas nuevas y saca de la cotidianeidad¨, pensé en voz alta. Como la niña dormía, salí a dar un corto paseo. Caminando por el monte vi una hoguera y supe que era Bert. Al acercarme, dije ser amigo de sus vecinos y muy amable me ofreció café. El fuego danzaba con la brisa y saltaban muchas chispas. Alrededor nos envolvía un mundo en donde no cabían más estrellas ¡Era un espectáculo galáctico único! ¡Un escenario astronómico inimitable! ¡Un teatro cósmico sin igual! Tras una pausa, la suficiente como para sentirme bienvenido, el anciano comenzó una lectura de la bóveda celeste tan sorprendente como digna de admiración. Primero explicó los nombres de todas las constelaciones que podíamos avistar. Posteriormente relacionó dichas constelaciones (ante mi incredulidad), con la familia, el trabajo, los conflictos personales, problemas domésticos e incluso dolores de espalda. De pronto cruzó el espacio una estrella fugaz que nos acercó aún más en espíritu a constelación y constelado. Me indicó que dichas estrellas son, en la tierra, aquellas personas que conocemos en la vida (por un brevísimo periodo de tiempo) y desaparecen dejando huella. Al referirse a la estrella polar, comparó este lucero con los hijos. ¨Un padre es un marinero que está siempre en la mar¨, afirmó y prosiguió diciendo: ¨dicha estrella le da fuerzas para remar hacia delante y le indica el camino¨. Según dijo, estudió filosofía y teología e incluso fue misionero en África. Entonces comentó cabizbajo como ¨las fantasías de grandeza debilitan… La osa menor representa a un hijo mayor que toma el lugar del padre y se hace cargo de sus hermanos pequeños. Sin embargo, la osa mayor representa el error de dicho hermano de querer seguir controlando las decisiones de la familia, siendo sus hermanos ya mayores y pudiendo tomar decisiones por sí mismos¨. Entonces susurró en voz baja: ¨hay que amar a toda persona tal y como es¨. También me animó a afrontar mi destino, ¨respetando los limites que trazan las circunstancias¨ y concluyó: ¨aunque nada como las supernovas, de cuya explosión llena de luz a veces se crean incluso planetas¨. No cesaba de observar el cielo y mencionó que quizá los extraterrestres vendrían y le llevarían en ¨el gran viaje de su vida¨. Miró su reloj, alzó de nuevo la vista y le dejé con el resplandor del firmamento en la mirada. Al día siguiente, comenté a mi esposa lo que había ocurrido y su forma de escuchar, comprender, ver las cosas tal y como son y transmitir luz a mis sombras, me hizo entender que ella era mi supernova. Antes de partir, pasé a despedirme de Bert para darle las gracias. Era una noche cerrada, no había fogata, ni estrellas y nadie respondió al llamarle. Solo una pequeña y tenue luz parecía esperarle. El mero hecho de pensar que, por fin Bert, se había ido (con sus amigos de otro mundo), iluminó mi corazón y esbozó una sonrisa en mi cara.