LOS CUENTOS DE CONCHA

EL PERFUME

Concha Casas -escritora-

Brillaban las estrellas de una manera especial, tanto que aunque en principio se había levantado de la cama para cerrar la ventana, la belleza del espectáculo que se abría ante sus ojos, la paralizó frente a él.

Una quietud extraña lo impregnaba todo, apenas si se oía el  mar que normalmente llenaba de  ruidos el silencio de  la noche.

Sobre él rielaba la luna con  tanta dulzura y quietud, que parecía que la luz que proyectaba sobre la superficie marina saliese de las entrañas del agua.

Cada una de las estrellas que adornaban la bóveda celeste, lo hacía con tanta intensidad como si el sol que albergaban en ellas, quisiera imponerse en la supuesta oscuridad nocturna. 

El frío le hizo encogerse sobre sí misma, pero tan solo alcanzó a estirar la mano para coger la colcha que cubría la cama. Se cubrió con ella para no separar sus ojos ni un instante de ese firmamento que aparecía ante ella como si lo hiciese por primera vez. 

Un vértigo desconocido se apoderó de su pecho y la hizo encogerse más aún  sobre sí misma. La belleza de lo que contemplaba la emocionó casi hasta las lágrimas.

De pronto una de esas estrellas que parecían fijas  comenzó a desplazarse lentamente, muy lentamente en el cielo.

Al principio pensó que era ella, que el sueño o el tanto mirar fijamente, habían alterado su percepción, pero no, aunque muy despacio, la estrella se movía. Es más, incluso descendía. Si no hubiese tenido a las otras luminarias como referente, hubiese dudado de lo que contemplaban sus ojos.

Pero ahí seguían, la osa mayor al frente del carro y en la lejanía el coloso Orión. Aparentemente inmóviles en esa  falsa quietud que ofrece la inmensidad del universo.

No sabía si de tanto mirar y fijar la atención en ese pequeño punto que se desplazaba lento pero incansable, pero le pareció que su tamaño aumentaba.

Cambió de posición y miró hacia otro lado, las nubes habían tapado la luna y la nueva oscuridad descubrió cientos de miles de nuevas luces, un firmamento infinito posiblemente lleno de mundos diferentes al nuestro, o a lo mejor no tanto, llenos de vida, quizás distinta pero vida al fin y al cabo.

Contemplándolos en  toda su majestuosidad se le hacía difícil creer que hubiese quien dudase de la existencia de otros mundos aparte del nuestro. Éramos apenas una partícula minúscula en esa inmensidad que aparecía ante sus ojos, ¿por qué íbamos a ser los  únicos?

La quietud de la noche seguía imperturbable, sonrió ante esa maravillosa sensación que la inundaba y cerró los ojos inspirando intensamente ese aire, que de pronto se le antojaba maravillosamente fresco y limpio. 

Al abrir los ojos, dio un paso hacia atrás. La pequeña estrella que avanzaba hacia ella, ya no era tan pequeña. Es más, ya apenas si parecía una estrella. Tenía forma y color. O quizás era una mezcla de todos los colores.

De pronto su brillo adquirió tal intensidad que casi la cegó, las tonalidades del arco iris desfilaron ante sus ojos, a la par que el extraño objeto se iba acercando más a ella.

Su trayectoria varió de pronto, haciendo  una extraña elipse que lo encaminaba directamente hacia su ventana.

Estaba tan asombrada que no podía reaccionar. No sentía miedo, no sabría decir muy bien lo que sentía, puede que la perplejidad y la sorpresa no diesen cabida a ningún otro sentimiento.

De pronto, en apenas unas décimas de segundo, la nave (para esas alturas tenía claro que se trataba de una nave), se había situado frente a ella y flotaba en el cielo, como si formase parte del aire que respiraba.

La luz se hizo más intensa, casi cegadora y sin saber como, una figura traslúcida se materializó ante sus ojos.

No le dijo nada, no hizo falta. Solo sintió una oleada inmensa de amor, tan grande, que la conmocionó desde lo más profundo de sus entrañas.

La extraña criatura la miró sonriendo y le tendió una mano, agarrándole la suya en una caricia tan dulce como etérea. El aroma que desprendía era tan  delicioso, que volvió a cerrar los ojos para inspirarlo profundamente e interiorizarlo.   

La despertó el sonido del despertador, sacándola de un sueño que había sido tan real que casi le dolió comprobar que no lo era.

Sin embargo, al apartar las sábanas, ese perfume que la había embriagado la noche antes volvió a inundarla.

Miró su mano antes de olerla y sonrió, sabiendo que lo que sabía era cierto. 

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