EL NÉCTAR DE LOS DIOSES
“¿Has notado alguna vez la mano de la melancolía, esa que se acerca sin dejar aflorar las lágrimas a los ojos? Produce un sentimiento complejo, como de dulzura, culpa, tristeza… y nos visita al final de la primavera y al comienzo del otoño. A Valle Inclán le movía a escribir las sonatas y a mi, a encerrarme en un mundo onírico donde solo habitaban recuerdos infantiles, olores, sonidos, sensaciones (el ruido de las sayas de mi abuela, el aroma del pan y el chocolate, el aire de la tarde que refresca, los trigales mecidos por el viento…) cuando pienso en todo eso me asalta el miedo porque me parece que ya se acerca la última vuelta del camino y miro atrás y veo todo lo que no he hecho, todo lo que te debo, todo lo que pudimos ser… y así me enroco otra vez en esta pena, que es pura melancolía y que nada tiene que ver con la tristeza. Y aunque no te escriba y aunque esté en silencio, tu sabes que te tengo siempre cerca esperando que los hados nos sean propicios”
Releyó una vez más la carta, esa y tantas otras que hablaban de mariposas de invierno, de ascenso a la gloria en tiempo de adviento y de todas esas cosas que se dicen los amantes cuando el fuego de la pasión aún no se ha consumido y juegan a creer que su amor es eterno y único
Había transcurrido mucho tiempo desde que esas palabras fueron sentidas con tanta fuerza, que no pudieron quedarse dentro de su dueño porque lo hubiesen abrasado, con la misma fuerza que lo quemaban las caricias de la que fue su amante.
Laura las leyó con ternura, aún calentaban su espíritu aunque lejos de las llamas que en su día provocaron. Fue un amor intenso y pleno. Se amaron con la pasión de los quince años cuando en ambos hacía tiempo que asomaban las primeras canas. Fue tan inesperado como bien recibido y en ese tiempo tan infinito como breve, saborearon las mieles del placer que supone repetir el nombre del amado con los labios del amor, que lo convierten más que en nombre en título. Sonrió con el recuerdo y la sonoridad de ese nombre volvió a caldear su corazón.
Se buscaban sin esconder el consuelo que la necesidad mutua les provocaba. Cada abrazo era volver a casa, a un útero inmenso, tan inmenso como el amor que los alimentaba, un paseo sobre las nubes, tras la voluptuosidad de la pasión. Y nunca sintieron tanta como cuando la sintieron, él por ella y ella por él. Fue un tiempo lejos de la pena, de la culpa o del doblez que el ser amantes debería haberles acarreado
Nunca hubo reproches hasta que los hubo y los hubo porque se cumplió su tiempo con el primer calor de Abril. Y no fue porque el pasar del mismo causase deterioro, sino porque aquel Edén en el que no necesitaban nada más que esos momentos robados al tiempo, comenzó a pedir más. Y no cabía más porque ya se había entregado todo. Quizás se acabó por eso, porque ya solo quedaba perder, restar de lo que hasta entonces había sido una eterna suma.
Suavizaban las penas propias aliviando las del otro, el placer revertía al ser dado y la fragilidad del deseo se mantuvo intacta desde el primer encuentro hasta el último. Por eso su historia fue la de una pasión, porque jamás bajó el peldaño que acaba convirtiendo en cenizas el más abrasador de los incendios.
Dejó la carta sobre su regazo, cerró los ojos y suspiró con la serenidad que produce la certeza de que lo vivido mereció la pena y con la calma que otorga el haber tenido el privilegio de beber el néctar de los dioses, siendo una simple mortal.