LA TABERNA DE HEMINGWAY
En la taberna de Hemingway vive un rey. Ingenioso y divertido, lleva a su misterioso reino a quien lo pida, para después devolverle a la realidad de su vida, borrando del recuerdo todo lo que allí vivió. El rojo rubí es su color favorito. Unas veces está como un mar, hecho un plato, tranquilo. Otras, es torrente caudaloso que se desborda por los riscos de los montes, sin causa ni sentido. Puede parecer tu mejor amigo, pero si le pierdes la mirada, te traiciona y olvida que una vez te conoció. Le llaman vino.
Manolo el pintor está en una esquina. Una vez escuché que, cuando era niño, se perdió y algo (que nunca se supo) le ocurrió en la ¨Rambla de las Brujas¨, una solitaria senda que une mi pueblo con el mar. No habla con nadie y ahora vive sólo en una cueva del Sacro Monte de Granada. Tiene un burro, algunas cabras y también gallinas. Pinta poco, pero cuando lo hace, son dibujos sin vida, grisáceos, oscuros, de niños llorando y llamando a sus madres. En aquella esquina, rodeado de finos hilos de humo está Antonio, un escritor ya anciano, hablando de lo rápido que pasa la vida y contando anécdotas divertidas de su juventud. Además, Antonio conoce como nadie mi pueblo, en toda su extensión. Cada vereda, cada monte, cada calle…
Entre ellos hay un río de gente que produce un murmullo constante, parecido al ruido de la corriente. Un murmullo, ni siquiera interrumpido por los golpes del cristal contra el pino cada vez que Lola, la tabernera, sirve en la barra otro vaso de vino. Allá al fondo, Luis, el ¨cantaor¨, bebe para olvidar un viejo amor y trata de recordar cualquier canción. Por fin se arranca, con un cante de las minas, cantando como mineros y marineros ¨los dos se juegan la vida¨. Mientras, en la taberna de Hemingway, se ven pasar más aceitunas, vino, rabanillos, chorizo y morcilla, que la gente transporta de un lado a otro por ese río de personas, sonriendo, charlando y haciendo amigos. La puerta está abierta y, aunque estamos en Noviembre, no hace frío. Empieza a llover. En la chimenea, Lola ha metido una sartén enorme con migas y ha puesto a Arturo a removerlas y le dice: ¨¡Con alegría!¨. Primero llueve mansamente, luego con furia. El agua lo conquista todo, a su paso calle abajo. Un aguacero cae fuerte sobre el asfalto. Ya no se escucha el enorme alboroto que sale del lugar. Sólo lluvia. ¿Como se llama la música que hace la lluvia? Imagino de pronto estar sentado con Hemingway, allí, en el tranco de aquel bar, charlando de cualquier cosa o simplemente callados, mirando como llueve e imaginando un mundo mejor… Entonces despierto de mi breve ensoñación, porque alguien me da una cuchara y, con ella en mano, me arrimo a las migas. Todos comen despacio, nadie tiene prisa. Alguno ni siquiera tiene donde ir, cuando entre la noche y se vaya el día.
Fue entonces cuando chocó conmigo el viejo Kiko. Se disculpó. Nos sentamos juntos, bebimos vino y nos hicimos amigos. ¨Subí hasta lo más alto, escalé montañas y salté por donde nadie se atrevió a saltar¨, me dijo. ¨Crucé mares y océanos navegando hasta el infinito. Una vez, dos veces, mil veces tropecé y caí por pozos secos, hondos y oscuros, pero siempre me levanté con fe, al ver un nuevo amanecer. Conocí al toro y a la higuera y aprendí de la hormiga el coraje en la constancia. Entonces descubrí que este valle de lágrimas es, en verdad, el paraíso perdido y me di cuenta que los árboles tienen razón, hay que buscar la luz, como hace el ciprés, el aguacate, el olivo…, hay que ser como el sol, dar calor sin esperar remuneraciones de nadie¨ Entonces preguntó: ¨ ¿Estás de acuerdo amigo?¨ Respondí ¨si¨ (sin estar muy seguro si lo entendía) Prosiguió y al rato me di cuenta que ya no era él quien hablaba, era el vino.