ELEMENTO NECESARIO
Cuando la dejó Carlos, con quien ya tenía un pie en el altar, el mundo se hundió bajo sus pies. Se habían conocido al empezar el instituto, y ya fueron siempre de la mano para todo. Desde que la acompañó a casa aquella lejana primera vez, sintió que había encontrado su lugar en la vida. Por eso tras su inesperada y dramática huida, porque así fue como ella lo experimentó, como una huida, los cimientos de su existir saltaron por los aires. Tras varios años de años de terapia, ingresos intermitentes en una clínica especializada, pérdida de su trabajo, de su autoestima, de las ganas de vivir… hasta de respirar, volvió a la vida sin saber ya ni quién, ni cómo era.
Aprendió a reconocerse poco a poco en aquella nueva mujer que había surgido tras el caos y comprobó como los hombres, lejos de atraerla para formar la familia que murió antes de nacer con la partida del que ella había creído su amor eterno, le repelían.
Dos años más le costó entender que nunca más se acercaría a un hombre y otros tantos darse cuenta de que su necesidad de amar y ser amada había encontrado nuevas destinatarias, las mujeres.
Tras unos discretos y tímidos escarceos conoció a Carmen. Se volvió a enamorar como nunca creyó que volviera a hacerlo. Renació intacta la pasión, el deseo, el anhelo y las mariposas de invierno se instalaron en su interior haciéndola sentir que volvía a vivir una eterna primavera.
Solo había algo que empañaba su relación… el miedo.
Carmen, igual que ella, provenía de una familia conservadora, clásica y muy unida, de manera que quedó claro desde el principio que su “pecaminosa” relación no saldría de ellas dos. De manera que comenzaron una encadenada historia de mentiras y excusas que las llevó a recluirse de todo y todos.
En ese pequeño paraíso construido a imagen y semejanza de las dos, lograron vivir casi tres años. Aisladas y apartadas para que ninguno de los miembros de sus respectivas familias llegasen nunca a saber nada.
Pero el tiempo pasó y con él la evidencia de que vivir en una eterna mentira no conducía a nada.
Por eso aquella tarde cuando Carmen le dijo que tenían que hablar, Adela volvió a experimentar aquel vértigo antiguo que no presagiaba nada bueno.
Le explicó la angustia que vivir siempre escondidas le provocaba, el dolor que le suponía mantener a su familia al margen de su vida más íntima y también su necesidad y deseo de ser madre.
Continuó diciendo que le habían presentado a un hombre recién separado que no le había disgustado, por supuesto ni sentía ni sentiría por él jamás, lo que sentía por ella. Pero que la presión a la que estaba sometida iba minando su estabilidad y sentía que si no hacía algo, acabaría saltando en mil pedazos.
Le propuso seguir con su relación como hasta ahora, al fin y al cabo de clandestinidad y el esconderse formaban parte de su vida cotidiana. Y aunque quería normalizar su vida, no podía prescindir de ella. La amaba. Y vivir sin amor debía ser durísimo, no quería enfrentarse a esa opción. Además no sabía si su nueva relación que apenas empezaba, llegaría más allá. Pero no quería iniciarla sin decírselo antes a ella. A pesar de vivir mintiendo siempre de cara a la galería, si algo había prevalecido entre ellas, era la sinceridad.
Costó mucho medio recuperar una normalidad que ya nunca lo sería, pero de alguna manera a Adela le sirvió para ir haciéndose a la idea de que aquella historia que le había devuelto las ganas de vivir, también se acabaría.
Con el dolor a cuestas, decidió que en esta ocasión no se hundiría, que afrontaría la pérdida viviendo un duelo racional… si es que el dolor puede llegar a serlo. Al menos lo intentaría, pensó.
Pero las cosas muchas veces van mas allá de lo que nosotros creemos o queremos creer.
Pocos días después , Carmen le enseñó la foto del que ocuparía el puesto que había creído suyo.
La sangre se congeló en sus venas y el aire dejó de entrar en su cuerpo, que por unos segundos pareció desaparecer. El de la foto era Carlos. Mas mayor, con menos pelo, con más grasa… pero él. El mismo que hundió su vida se convertía ahora en el elemento imprescindible de su nuevo naufragio.
En ese momento no lloró, no pudo. Ya habría lugar para las lágrimas. Pero lo que sí tuvo claro, era que por segunda vez en su vida, un hombre, el mismo hombre, destruía su existir.