EL DESTELLO
Esa noche la despertó de nuevo la deslumbrante luz.
La primera vez que ocurrió se levantó rápido y le dio al interruptor del pasillo, quien sabe, quizás se había quedado pulsado a medias y por eso relampagueó… Razón poco convincente, pero la necesidad de buscar una respuesta lógica a algo que quizás no la tiene, a veces es tan perentoria que incluso acaba por convencer.
Pero ya no. Tres noches seguidas no. La primera reacción fue retreparse entre las sábanas, como si estas formasen un escudo, que la pudiese defender de cualquier mal.
El pánico irracional y absurdo se adueñó de ella. Intentó poner en práctica todas las técnicas de relajación que había aprendido en los últimos tiempos. Pero cada vez que intentaba controlar su respiración, parecía como si el paso del aire la ahogase. Decidió cortar por lo sano y hacerle frente a… lo que fuera.
Se sentó en la cama. De repente se sintió ridícula. Todo estaba en paz. Curro dormía a su lado como siempre. En ese momento hasta sus ronquidos le sonaron a música celestial. Sonrió. Necesitaba controlar sus nervios; no quería bajo ningún concepto convertirse en una esclava de ellos… Ella era una mujer de su tiempo, inteligente, culta,…
Se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de los niños, dormían plácidamente. Sonrió y se sintió satisfecha.
Llevaba una vida plena, se podía decir que feliz. Por supuesto que tenía sus carencias, ¿pero quien no? Es más, no eran carencias sino ambiciones. Siempre quería más: más sueldo, un empleo mejor, una casa más grande. De hecho, ahora que lo pensaba, quizás era excesivamente ambiciosa .
Miraba su mundo desde esa noche de insomnio, y sentía que de alguna manera estaba cometiendo el terrible pecado de no valorar aquello que tenía. Sonrió para sí misma. Le hizo gracia utilizar la palabra pecado. La había descartado de su vocabulario hacía mucho tiempo… quizás desde finales del instituto no había vuelto a utilizarla, a no ser para hacerlo peyorativamente.
Aunque pensándolo bien, últimamente había recuperado viejas costumbres… incluso había vuelto a rezar. Las oraciones de su infancia volvían a su mente, sobre todo cuando cada noche acostaba a sus pequeños. Sentía que de alguna manera era una forma de conjurar cualquier peligro que pudiera acecharles.
De las oraciones había pasado a elaborar sus propias plegarias, en unas conversaciones que poco a poco fueron formando a sus interlocutores. Hablaba con todos los que ya no estaban y que en otro tiempo fueron la razón de su ser. Lo hacía pensando que “ellos” intercederían por ella ante instancias superiores
Se hallaba sumida en sus pensamientos, precisamente pensando en esos que ya no la acompañaban, cuando un nuevo destello de luz la volvió a sorprender-
-¿Qué es eso? ¿quién anda ahí?- lo dijo en voz alta. Sentía que escuchando su propia voz, se sentiría más segura
Entonces fue cuando lo escuchó. O no exactamente. Es decir, no lo oyó en el sentido estricto de la palabra, o sea a través del sentido del oído; pero en su mente se formaron claramente las palabras: soy yo, estoy aquí, me estabas llamando
De repente el miedo huyó de ella y en su lugar una serenidad infinita ocupó todo su ser. Sintió una sonrisa en su corazón y supo que sus plegarias habían obtenido respuesta.
Intuyó que estaba aprendiendo un nuevo lenguaje que se articulaba a través del corazón. En ese momento, las razones por las que había invocado al ser que se manifestaba en forma de luz, acababan de perder todo sentido. No había nada comparable al sentimiento que la embargaba. La plenitud debía ser algo parecido. Entonces comprendió que una nueva vida se abría ante ella, que una vez más, como cuando era pequeña, volvía a ser conducida al país de la magia y curiosamente por la misma persona que entonces la llevaba. Pero con una diferencia, esta vez no era al país de nunca jamás, sino a otro mucho mejor, porque era real, porque estaba dentro de ella, porque existía. Acababa de abrírsele una puerta que nunca volvería a cerrar.