Es Navidad. Sé que esa aseveración es una redundancia, pero la resalto porque precisamente por ser la época que es, vuelvo a asomarme a estas páginas tan queridas para mí.
La intención primera que me llevaba a hacerlo era la de felicitar a todos y todas los que durante tantos años me leyeron desde aquí, y a los compañeros que cada noche hacen posible que ustedes lo hagan. Pero como suele ocurrir en estos medios, la realidad manda y se impone a lo simplemente deseado.
Cerca de mí, en realidad últimamente cerca de casi todos nosotros, ha habido un caso de malos tratos. Tan terrible posiblemente como todos y sin duda tan doloroso como el que más.
En este caso hay menores implicados y quizás por eso, por ser niños y por ser Navidad, esta columna tiene que ser obligatoriamente para ellos.
Por su bien, dicen las autoridades, los han desterrado. Por si no fuera poco vivir con el trauma de lo vivido, uno más… total, ya están acostumbrados a sufrir.
Alejados de su medio, de su familia, de su gente, viven un destierro impuesto, encerrados en algún lugar indeterminado y perdido, donde los que realmente están perdidos son ellos.
Mientras el agresor se pasea libremente entre nosotros. Suponemos que a la espera de un juicio que debía ser rápido y no sabemos porqué no lo está siendo.
Las circunstancias de este caso están tan llenas de irregularidades (porque espero que sean irregularidades y no lo común a todos ellos) que nos tienen con el alma encogida a un pueblo entero.
Ha fallado todo, desde el sistema judicial al social. Creo que nos estamos equivocando. Hay figuras jurídicas, penales, que deben retornar. Porque ese destierro que se les impone a las víctimas no debería ser para ellas.
Se supone que la figura del destierro desapareció porque la ley trata de reinsertar, no de castigar. Y en esta contradicción tan dolorosa, lo que hace es castigar aún más a las víctimas.
Sí debe volver el destierro, pero para el agresor. La vulnerabilidad de las maltratadas y sus hijos es tal, que alejándolos de su familia, de su gente, de sus amigos, de su vida, de su medio, solo consiguen aumentar un dolor infinito que amenaza con ahogarlos.
Ante una lacra social como la del maltrato, la sensibilidad debe extremarse. Señores políticos, legisladores en general, piensen un poco con el corazón para no dañar más a quien tanto daño ha sufrido.
Y a pesar de todo les deseo feliz Navidad, pero sobre todo se la deseo a esas pobres criaturas que ni siquiera sé si sabrán distinguir la fecha en la que estamos.