1613, UN AÑO DIFICIL PARA MOTRIL
Corría el año de 1613. España estaba en plena guerra de los Treinta Años, contendiendo duramente en los campos y mares de Europa contra una potente Holanda y desde al año anterior contra una Francia que aspiraba a ocupar el puesto de potencia hegemónica que, hasta entonces, ocupaba nuestro país.
Aquí comenzaría la decadencia española en los aspectos políticos y económicos que la gestión de Felipe IV y de su valido el conde-duque de Olivares no pudieron contener.
Motril, en esta época, era una villa floreciente y que con más de 5.000 habitantes veía día a día aumentar su riqueza y su población.
La agricultura de su vega le proporcionaba en una extraordinaria producción de caña de azúcar, la industria azucarera era cada vez más importante y el comercio del azúcar motrileño llegaba a toda España y prácticamente a toda Europa; actividad económica que proporcionaba a la Real Hacienda unos sustanciosos ingresos, nada desdeñables en una época de dificultades económicas, en la que todos los ingresos eran pocos para la Corona para sufragar las guerras exteriores.
Era Motril, por tanto, una villa que necesariamente habría que conservar y defender ante cualquier contingencia bélica, añadiendo, además, que era de una gran importancia estratégica en un triple sentido: la defensa de la costa granadina, su rada del Varadero y la protección de las comunicaciones con Granada.
Este interés de la Corona por la villa motrileña se deja ver claramente en una carta cuyo traslado se conserva en el libro de actas del Cabildo municipal de 6 de marzo de 1636.
La carta va dirigida al alcalde mayor de Motril que era en esta fecha el licenciado Diego de Alvarado y la firma Juan Gómez de Olmedo, fiscal de Su Majestad y familiar del Santo Oficio de la Inquisición que le dice al citado alcalde mayor que “por lo que toca al bien público, servicio de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad y su Real Hacienda y como tal me toca justificar a vuesa merced y dar cuenta de las cosas que parece son convenientes a la paz y seguridad de esta villa y de sus vecinos y conservación de ella por servicio a mi rey”, era el encargado de avisar a la villa de Motril de los posibles peligros que podría sobrevenir.
En otro pasaje de la carta se aprecia el temor de que las armadas francesa y holandesa situadas en el Mediterráneo, intentase invadir Motril: “Es notorio las nuevas de que hay navíos de Francia y Holanda que están en estas costas así en las cedulas que cada día vienen de Su Majestad como de su excelencia el marqués de Aguilafuerte, general de estas costas, y avisos tan acertados de que están las armadas de enemigos y que están hoy de parte de franceses y holandeses, inquietándolas”.
Este temor a un ataque enemigo se veía acrecentado porque en Motril tenían sus casas de contratación comercial numerosos súbditos franceses y que parecía que hacían cierta labor de espionaje para los enemigos de España: “Suplico a vuesa merced repare que hay en esta villa mucho número de franceses ainsi encubiertos como descubiertos que se comunican con otros que están en Francia y en otros reinos de manera que tienen sus casas en esta villa de contratación y de comunicación y aunque se les ha prohibido por cédula de Su Majestad que traten y tengan comercio con franceses o con las demás naciones, en contravención de dichas cédulas y ordenes lo están haciendo cada día y esta llegando cartas de nuevas de Francia y otras partes y además de que esta villa es un lugar muy abierto y que cada día pueden y tienen avisos por mar y para dar cuenta de estado de las cosas de España como las tienen de los reinos de Francia y de otros enemigos de esta Corona que deben ser de mucho daño si se llega la ocasión en que sea necesario defenderse esta villa”.
Pero la Corona, a pesar de todo, confiaba en la lealtad y el arrojo de los motrileños que defenderían su población como tantas veces lo habían hecho a lo largo de su historia: “Se puede estar con la seguridad de que es necesaria y esta villa y sus vecinos estén en la defensa que convenga en la ocasión que se pude ofrecer si desembarcaran algunos enemigos de que es fuerza acudir a la playa a estovar a dichos franceses”.
Y por fin, el último pasaje de la carta, nos muestra claramente cuáles eran los verdaderos intereses de la Corona por la villa de Motril: “Y puede suceder quemar y abrasar esta villa y sus vecinos y siendo Su Majestad tan interesada en su Real Hacienda por la muchas alcabalas y rentas y diezmos que le pertenecen y que todo está fundado en la fábrica de cinco o seis casas de ingenios azucareros que sí los quemasen los enemigos y otros por ellos que se pueden confederar, será total destrucción y ruina de esta villa y sus vecinos, cosa muy importantísima por los dichos azucares que en ella se fabrican y sí lo que Dios no permita el caso sucediese no se podrá recuperar semejante daño”.
Efectivamente, Motril era una villa con un indudable interés económico para la Corona de España y no se le regaló ningún privilegio cuando años más tarde, en 1657, el mismo Felipe IV “teniendo consideración a los muchos y buenos servicios que la villa de Motril me ha hecho en todas las ocasiones que de servicio se han ofrecido en paz y guerra, sirviéndome en diferentes veces con muchos donativos muy considerables que ha hecho como es notorio”, le otorga el título de ciudad, la eleva a categoría de Corregimiento y le permite poder usar dosel con las armas reales junto a las de la ciudad.