COSMOPOLITISMO
Hubo una vez no hace demasiado tiempo, en que encontrarse por la calle paseando, o tomando un café en una terraza o atendiendo detrás de cualquier mostrador de ropa o complementos a alguien que no fuese nativo de la piel patria, era casi anecdótico. Como si todos esos ciudadanos que hoy en día nos son tan familiares (hablo de rumanos, lituanos, rusos, colombianos, sudafricanos, peruanos, argentinos, marroquíes y, últimamente, la gran invasión de población china que nos “esquilman” la cartera desde sus bazares y tiendas de ropa y calzado), hubiesen estado aletargados, escondidos o, simplemente, desconocieran en qué lugar de un mapamundi se ubicaba España.
Y hoy, digo, nos resultan tan familiares que hasta seguro tenemos a alguno o alguna casados con un primo, una hermana o una tía abuela, y no sólo porque ya nos parezca extraño entrar en un comercio y no ver a un chino que con buena voluntad y mejor sonrisa nos atienda, ni porque a determinadas horas de la mañana o de la tarde en algunas zonas de la Avenida de Salobreña y aledaños, o en la Rambla de los Álamos o en cualquier otro rincón se formen minúsculos corpúsculos de individuos que van salpicando de acentos irreconocibles las aceras, sino porque al cabo de los años, nos hemos dado cuenta de que los necesitamos para intentar purgar nuestros pecados y mala conciencia a base de limosnas o de frágiles palabras de aliento. Pero con las palabras no se come ni se paga la factura de la luz. Ni siquiera con las buenas intenciones.
Muchas de estas personas que andaban buscando su particular “El Dorado”, se han dado de bruces con la cruel realidad y se han dejado los “piños” (literalmente), en el camino. ¿Qué queda por hacer cuando no te queda nada?. Pues eso, lo que están pensando: malvivir y malfacer. No echemos balones fuera ni busquemos culpables. La cosa está así. Es lo que toca.
Este cosmopolitismo, este boom acentuado de crisoles y culturas que vivimos actualmente (no solo en Motril, claro está, basta con pasearse por cualquier parque de cualquier ciudad española o europea), también habrá de traernos en el futuro algo con lo que no contábamos: la indiferencia. Ya lo verán venir. Porque aunque todos somos y nos consideramos de todos sitios, llegará un día en que habrá, quizás, demasiadas tiendas de ropa.
Pero todavía yo puedo, a pesar de los pesares y sin temor a equivocarme, gritar a los cuatro vientos y afirmar que soy “ciudadano de uno y muchos mundos”.-