El otro día me dirigía hacia la biblioteca provincial. Llovía. Es curioso como un mismo fenómeno varía tanto contemplado en un sitio o en otro. En campo abierto, cerca del mar, en el monte, la lluvia sabe a bendición. Huele a bendición y como tal es recibida… sin embargo en la ciudad no. Encapota el cielo y al esconder el sol, el gris del asfalto es todavía mas gris. La circulación, apenas caen dos gotas, se convierte en una caótica trampa de la que en ocasiones, parece imposible salir. En la calle los paraguas de unos y de otros entrechocan y a veces, cuando las travesías son estrechas, se hace también imposible circular.
En medio de ese pequeño caos, intentaba evitar charcos y salpicaduras de los coches, cuando al girar una esquina, me topé con una improvisaba «habitación»
Varios colchones alineados bajo unos soportales, servían de vivienda a unas cuantas personas personas. No pude precisar cuantas, puede que tres o cuatro. Había también perros y bultos.
Sentí el pudor de haberme metido en la privacidad de alguien, sin haber sido invitada y procuré hacer como que no veía para hacer menos evidente mi intromisión.
Cómo serán sus vidas, me pregunté. Y encima lloviendo, pensé. Me los imaginé a todos ellos pequeños, en brazos de sus madres, protegidos del frío, del hambre, de las inclemencias en general… y una pena terrible atenazó mi corazón al pensar en ellas, en esas mujeres que, como todas, querrían lo mejor para sus crías.
Al llegar a mi destino comenté con una amiga lo que acababa de ver. Ella los conocía porque pasaba por ahí a diario. Detrás de cada uno de ellos había una historia. Todos habían llevado una vida normal, tuvieron casas como las nuestras, familias, trabajo y aspiraciones.
El proceso que los llevó hasta esos húmedos y fríos colchones era similar en todos los casos. Y si una palabra los podía definir, era la de pérdida.
Primero perdían el trabajo. Pero mal que bien, con los pocos ahorros que tuvieran, los meses de paro, alguna que otra chapuza, iban tirando…. Hasta que de pronto y sin saber ni cómo, fueron prescindiendo de lo básico. De la calefacción primero, con lo que el frío que desde que comenzó su descenso a los infiernos se apoderó de sus almas, se instaló en sus huesos también. Y poco a poco de todo lo demás.
Están ahí, los vemos a diario, existen… mañana nos puede pasar a cualquiera… Esta sociedad nuestra ¿no puede hacer nada por evitarlo?… mal vamos .