Cuando un autor de novela de género acierta a perfilar un personaje que consigue amplia aceptación internacional es natural que vuelva una y otra vez sobre él explotando el filón y también que tras su muerte no quieran los propietarios de los derechos renunciar a las ganancias que pueden obtener de un público entusiasta ávido de nuevos episodios.
La lista sería interminable y sólo voy a recordar un caso muy actual. Recientemente los herederos de Ágata Christie han autorizado la publicación de una nueva novela protagonizada por Hércules Poirot, el detective belga creado por la Dama del Crimen a pesar de que en «Telón» se encargó de dejarlo bien muerto y enterrado. Será responsable otra mujer: Sophie Hannah («Los muertos se tumban», «Morir de amor») que ya ha probado su maestría en el género de intriga.
Buena muestra de esta amalgama de literatura, nostalgia e intereses comerciales es lo sucedido con el personaje cumbre de Iam Fleming, James Bond. Prescindiendo de «El hombre de la pistola de oro» aparecida cuatro años después del óbito del escritor y sobre la que hay discrepancia sobre si quedó terminada por él o intervino para acabarla Kingsley Amis, son muchos los episodios protagonizados por el agente con licencia para matar debidos a diferentes plumas. Tantos que ignoro su número y la mayor parte me son desconocidos.
De cualquier forma estos continuadores han intentado dar al personaje una identidad lo más similar posible a la que le insufló el creador. Una delusoria excepción fue «Carta blanca» (2011) de Jeffery Deaver, que editada en España por Umbriel sembró el desconcierto y provocó el rechazo de quienes guardan un buen recuerdo de las narraciones de Fleming. En primer lugar se rejuvenecía a Bond haciéndole vivir en una época que no es la suya y, cediendo a la dictadura de lo políticamente correcto, se nos presentaba a un 007 no fumador y que siente escrúpulos cuando debe apiolar al malvado de turno.
Ahora de la mano de William Boyd y editado por Alfaguara nos llega el último episodio del popular agente. Se titula «Solo», así también en el original, e intenta rescatar al genuino James Bond que bebe como un cosaco, fuma igual que un carretero y no le tiembla el pulso cuando debe llevarse a un prójimo por delante. Por cierto: no le perdono a Boyd el despectivo juicio hacia nuestro vino de Jerez que pone en boca de 007 («Yo ni siquiera lo usaría para cocinar»). Espero que si alguna vez aparece por aquella ciudad bodeguera lo tiren al pilón.
La novela nos narra la misión del agente en Zanzarim, un imaginario país africano que recuerda vagamente una República Togalesa en la que hubiese aparecido petróleo, con el objetivo de parar una guerra civil. La aventura le llevará de Inglaterra a Zanzarim para regresar a su patria y pasar después el charco hacia los Estados Unidos en una particular y solitaria empresa de venganza. Pero si quieren saber más, mejor leen el libro.
La traducción de Susana Rodríguez-Vida es buena con algún mínimo desacierto: aunque el vocablo «fajina» pueda ser en ocasiones sinónimo de «faena», en el argot militar nadie habla de «uniformes de fajina» sino de «uniformes de faena», y si bien la palabra inglesa «specific» puede traducirse tanto por «específico» como por «explícito», en la afirmación de Blessing de que ha dado pocos detalles (p. 263) suena mejor «No he sido muy explícita», en lugar de «muy específica».
Termina la novela con un final abierto, pues al final se descubre que el principal villano sigue vivo y con deseos de venganza lo que presagia que William Boyd nos prepara una secuela si, como posiblemente ocurrirá, la nueva aventura de James Bond tiene éxito entre el público lector.
Hablando de esta saga me decía un amigo: «¿Tú concibes un personaje del estilo de Bond pero español y creado por escritor también español?» Y la verdad es que no. Cada escritor y cada personaje literario es hijo de su ambiente. Aquí el patriotismo -¿oyen mucho esa palabra?- está en horas bajas; sobra además «buenismo». Causaría rechazo un tipo que va por ahí cargándose gente aunque sea en bien de su país, y por otra parte no podría tener el sofisticado apoyo con que cuenta Bond entre las fuerzas armadas y servicios secretos del Reino Unido, simplemente porque nuestro ejército y sus medios están reducidos a la mínima expresión. Recuerden en el pasado la crisis del fletán con Canadá y actualmente la de Gibraltar. Por eso ellos tienen a Bond y nosotros a Torrente.