Cuando era pequeña, una de las actividades obligadas del fin de semana (entonces vivía en Madrid), era visitar museos. Lo hacíamos siempre de la mano de mi padre. Aunque recorrimos con él todos los que la villa y corte albergaba en aquella época, el favorito de mi progenitor y por tanto el más visitado, era el del ejército.
Éramos apenas unos niños y entonces, aparte de la maravillosa seguridad que ir de la mano de nuestro padre nos transmitía, poco más recuerdo de aquellas lejanas jornadas de domingo. Solo sé, que en particular al museo del ejército, dejamos de ir porque en uno de los descansos obligados en el bar del mismo, un ratón nos pasó por encima mientras tomábamos un tentempié. Yo armé tal escándalo, que mi pobre padre debió desistir de una de sus visitas preferidas.
Eran otros tiempos, a mí, después, cuando ya fui madre, jamás se me ocurrió llevar a mis hijos (cuando aún permitían que los llevase a algún lado) a dicho museo. Creo que debería llamarse cementerio del ejército, para con ese gesto enterrar de una vez por todas lo que supone y significa.
Claro que desde entonces hasta ahora los tiempos han cambiado mucho. Las mentalidades han evolucionado de tal manera, que la no violencia ha sustituido en número de seguidores, a los que antes festejaban lo castrense y ahora es mucho más común encontrar por la calle a los seguidores de este nuevo credo, que a cualquiera de los representantes del otro.
Con un cartel en el que se ofrecen abrazos gratis, pasean por nuestra ciudad un grupo de personas, que han decidido recuperar, en un gesto tan pequeño y tan grande a la vez, el contacto entre los seres humanos, como modo de alegrar el día a sus semejantes. Esta estupenda iniciativa se pasea por todo el mundo. Los portadores de tan singular presente, siempre llevan una sonrisa en los labios, tan elocuente, que en sí misma produce el mismo efecto que ese maravilloso abrazo con el que te agasajan después.
Abrazar es una grandiosa medicina. Transfiere energía, y da a la persona que es abrazada un estímulo emocional, tan positivo como único. Un abrazo te hace sentir bien. Es también una forma de comunicarse. Con él se pueden decir cosas para las que no existen palabras.
No sé porque he relacionado todo esto, supongo que ese anónimo abrazo, me ha trasladado a aquel lejano abrazo de mi padre, tan lleno de todas esas cualidades y de paso me ha permitido, aunque sea imaginariamente, enterrar aquel viejo museo.