Los Gálvez

CONCHA CASAS
Hace setenta y seis años, concretamente en Febrero del 37, una familia se vio obligada, como tantas otras, a abandonar su casa, enseres e incluso a algún familiar impedido que no podía desplazarse.
Huían de las bombas que por tierra mar y aire querían acabar con todo vestigio de vida.
Y de alguna manera lo hicieron. Indiscutiblemente acabaron con la vida que había sido la suya hasta entonces.
Esa diáspora los obligó a refugiarse donde encontraron asilo y durante los años en los que los españoles se siguieron matando, continuaron unidos en una especie de campamento de supervivencia, en el que incluso llegaron a ser felices.
La guerra acabó y ellos la perdieron y con ella perdieron todo lo que les había dado su identidad. Sus prósperos negocios, sus propiedades, e incluso su unión. Comenzó así una diáspora que los separó para siempre.
Algunos sufrieron la cárcel, otros el exilio y casi todos la miseria. Sin embargo el recuerdo de aquel mundo que ya no existía y que en algún momento fue el suyo lo atesoraron como el mayor bien posible.
Pasaron los años y poco a poco fueron reconstruyendo sus vidas, casi todos con fortuna, unos más y otros menos, es cierto, la reconstrucción nunca es fácil.
Solo un miembro de aquel extenso clan volvió a su lugar de origen y en él, como el ave fénix, de sus cenizas levantó un pequeño negocio que con el paso del tiempo llegó a ser tan puntero como los que sus antepasados dirigieron con tanto entusiasmo.
En él cada verano se reencontraban los que se habían ido, y cada estío los que ya no estaban volvían a estar presentes en las mil historias que ellos revivían una y otra vez, para que las generaciones siguientes supieran quienes eran y de donde venían.
Los niños jugaban ajenos al dolor que revivir ese pasado año tras año causaba a sus mayores, pero en ocasiones, uno u otro que acertara a pasar por allí, a veces se paraba a escuchar lo que para él o ella eran simples cuentos de viejos.
Y como tales, como cuentos, los fueron atesorando en la memoria, hasta que al crecer comprendieron la trascendencia de todo lo que en su día escucharon casi sin querer.
Ahora, setenta y seis años después, cuando ya de aquellos que contaban no queda nadie o casi nadie, han vuelto a reunirse. Fue el pasado sábado, aquí en Castell. Era, es, mi familia y lo único que puedo decir es que en el sentimiento, hemos vuelto a ser uno, los Gálvez.

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