Amanecía el 6 de septiembre de 1522 cuando un barco de astrosa apariencia que parecía salido de la peor de las pesadillas enfilaba la proa hacia el puerto de Sanlúcar. Sobre su cubierta dieciocho esqueléticas figuras saludaban agitando sus bonetes en un intento de llamar la atención de los pescadores que con ellos se cruzaban y de los que esperaban un recibimiento triunfal. Pero el aspecto de aquellos espectros y el de su nave que con las velas sucias y remendadas, sin nombre de identificación pues había sido borrado por el sol y la sal más semejaba uno de aquellos barcos fantasmas de las leyendas marineras, sólo arrancaron en los más templados un gesto de indiferencia y en los impresionables un movimiento de temor, por lo que evitando la proximidad siguieron a sus tareas.
Cerca del puerto se les acercó una barca en que el representante del patrón del puerto acudía a efectuar la rutinaria inspección. Se le tendió una escala y cuando subió a bordo no pudo reprimir un gesto de repulsión al hallarse ante docena y media de seres desdentados, sucios y en cuya febril mirada se reflejaban todos los horrores del infierno. De aquella insólita tripulación se destacó quien parecía ser el jefe y comenzó con ronca voz a explicar al representante portuario: «Esta nave es la Victoria, la única sobreviviente de la escuadra de Magallanes, cinco naves que partieron de España hace tres años».
Tardó el marinero en reaccionar. Al cabo de tres años ya casi nadie se acordaba de aquella escuadra que partió a una misión incierta bajo el mando de un portugués al servicio del rey de Castilla. Muerto el almirante, sólo regresaba una nave capitaneada por Juan Sebastián Elcano.
Fondeada la Victoria escribió el capitán una carta a su rey dándole cuenta de las vicisitudes del periplo. Dos días más tarde, es el 8 de septiembre y Elcano con su barco y lo que queda de sus hombres llegan al puerto de Sevilla. El recibimiento aquí es apoteósico pues les ha precedido la noticia de su regreso. Aclamaciones de la multitud y salvas de artillería celebran su retorno. A la mañana siguiente y cumpliendo promesas hechas en los momentos de peligro los supervivientes, «en camisa, descalzos y portando un cirio encendido» como nos recuerdan las crónicas, se dirigieron vacilantes hasta la iglesia de Santa María de la Victoria. Poco después el capitán es recibido por el emperador Carlos en Valladolid y personalmente amplía lo relatado en la carta.
La expedición había salido de Sevilla el 10 de agosto de 1519 con cinco naves al mando del portugués Fernando de Magallanes, quien después de ofrecer sin éxito sus servicios al rey de Portugal para buscar por Poniente un paso distinto hacia las Islas de las Especias había obtenido la protección del emperador Carlos y que con los nombramientos de capitán general y maestre logró a duras penas completar la tripulación necesaria. Entre los enrolados figuraba un guipuzcoano fugitivo de la justicia por entregar su barco a unos acreedores extranjeros: su nombre era Juan Sebastián Elcano y desempeñaría en el viaje un papel estelar.
Sanlúcar de Barrameda, Tenerife y un largo rodeo para evitar el encuentro con portugueses les llevan a la bahía de Río de Janeiro donde arriban el 12 de diciembre; exploración del Río de la Plata y descenso hacia el sur encontrando temperaturas cada vez más frías, invernada en la bahía de San Julián donde estalla una sublevación por la caprichosa y despótica actitud de Magallanes quien reprime con dureza el motín. Dos de los sublevados son muertos y descuartizados; Juan de Cartagena, capitán de la nao San Antonio y veedor general de la Armada, así como el clérigo Sánchez de Reina quedan abandonados en aquellas inhóspitas tierras. Otros condenados a muerte son indultados por no perder una mano de obra muy necesaria. Todo esto con lujo de detalles aunque cargando las tintas sobre la anómala conducta de Magallanes pues Elcano había participado en el motín, es escuchado atentamente por el emperador.
Narra luego las mil vicisitudes hasta encontrar el estrecho que llevaría el nombre del marino portugués y los treinta y seis días empleados en atravesar su interminable longitud. El inacabable navegar por el Pacífico donde el escorbuto y el hambre se cebaron en la tripulación para la que las ratas llegaron a ser un deseado manjar, el arribo a las islas Marianas, las Molucas y Samar en las Filipinas con un Magallanes enredado en disputas tribales de los indígenas que le llevarían a la muerte siendo sustituido por su compatriota Carvallo a quien finalmente se desposeyó del mando.
Elcano es capitán de la Victoria y Gómez de Espinosa de la Trinidad, las dos naves que quedan después de que deserciones, naufragios y otros avatares diezmaran la flotilla. Todavía la Trinidad habría de ser abandonada pero la nave de Elcano con la bodega repleta de especias -un tesoro en la época- continúa una agotadora travesía, esta vez surcando el Índico y bordeando África. Veintidós hombres de los que hasta entonces habían sobrevivido mueren de hambre antes de llegar a las islas de Cabo Verde donde se aprovisionan de arroz, pero otros trece tripulantes quedan allí presos de los portugueses. Por fin una minoría elegida por el destino pudo regresar a su punto de partida tras completar la primera vuelta al Mundo, que no estaba en la idea inicial.
El emperador admirado concedió al esforzado marino un escudo en que campeaba un globo con la leyenda «Primus circundedisti me», y el perdón por el delito que con la justicia había dejado pendiente.
En noviembre de 2011 el anterior Gobierno creó una Comisión Nacional para la Conmemoración del V Centenario de la Primera Vuelta al Mundo cuyos actos comenzarían a celebrarse en 2019. El actual ha decidido suprimir dicha Comisión para conseguir «la máxima austeridad y eficiencia» en la Administración General del Estado por la imperiosa necesidad de reducir el déficit.
Siempre es laudable celebrar las glorias patrias pero cuando seis millones de españoles están sin trabajo parece prioritario salir de la situación de angustia en que nos encontramos. Con los comedores sociales llenos y la desesperanza en el horizonte no hay dinero para la gloria.