A Pepe Aguado

Por Gaspar Esteva Rodríguez

JOSÉ AGUADO

Existe un refrán popular que solemos aplicar a todo aquel cuya vida se estira más allá de lo normal o habitual: «bicho malo nunca muere».

Lo que parece deducirse de dicho proverbio es que el bicho bueno muere antes. O que la maldad es más duradera que el bien. Que los recuerdos desagradables y negativos quedan durante más tiempo en el recuerdo, etc..

Hoy despedimos a un hombre bueno, irrepetible, cuya bondad ha sobrevivido casi un siglo. Un hombre que nace al comienzo del turbulento y violento siglo XX, con la primera guerra mundial a los pies de su cuna, con su estrenada juventud envuelta en una guerra cruel -como todas las guerras- y civil, ensayo despiadado del gran corolario que fue la segunda guerra mundial.

Jose Aguado -don Jose, como aludía el entrañable cura Ignacio Peláez al comienzo de su funeral-, a pesar de todo ello, era como esas palomas de la paz que se posan con su mirada inocente entre las cenizas de la maldad, portando en su pico una ramita de cordialidad, dulzura y buen humor.

A pesar del refranero, reivindico la durabilidad de la bondad, no solo como un recuerdo sostenible, sino como una manera y forma necesaria para afrontar todo conflicto con el que tengamos que enfrentarnos. La generosidad de personajes como Pepe Aguado es el asunto que debiera ser el más recurrente para nuestra sociedad.

Resulta preocupante que dediquemos horas a debatir o discutir los comportamientos indeseables de personajes tipo Barcenas o Urdangarin u otros similares y dediquemos escasos segundos a memorar la vida de aquellos, cercanos o lejanos, cuya dedicación, profesionalidad, ética, etc, son un ejemplo a seguir por todos.

Aquellos que protagonizan hechos reprobables deben ocupar en nuestras vidas el tiempo necesario para eliminar de nuestro consciente e inconsciente cualquier atisbo de imitación. Y ni un segundo màs.

Aquellos que han utilizado la calidez humana como herramienta de relación, el optimismo como escudo frente a la adversidad, la bondad como carnet de identidad, la ética como técnica profesional, deben permanecer como referente imprescindible y como tema de conversación hasta que sus valores calen a través de los poros de nuestra endurecida y escéptica piel.

En Motril tenemos, gracias a Pepe Aguado, la inmejorable oportunidad de alterar el refrán y poder afirmar que «¡las personas buenas, por el bien de la humanidad, nunca mueren¡». Y cuando lo hacen, nunca las olvidamos, las emulamos…

 

 

1 COMENTARIO

  1. Una tarde de verano en el «solar» de Aguado,vecino a la consulta del Dr. Aguado, sufrí una caída peligrosa,que,ademas del dolor en la cabeza, me llenó de sangre el cuello de la camisa.
    Mi familia localizo a Don Jose Aguado, que me hizo la cura correspondiente. Comentó que durante mucho tiempo llevaría la cicatriz sobre mi cabeza, todo ello con un tono relajado, tranquilizante, en claro contraste con los nervios de mi madre,que hasta que dejó de sangrar la herida no pudo estarse quieta.
    En mis viajes a Motril , cuando lo encontraba y me reconocía, evocaba siempre mis andanzas de niñez. El sosiego y las buenas maneras de don Jose destacaban en el duro Motril de la posguerra.
    Vayan para el mis mejores recuerdos

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