DESDE LA TORRE
Otra vez Noviembre, con sus noches largas, días pobres, escasos de luz. Y otra vez la cal, las flores nuevas, los rezos viejos, ante la tumba, tapando años de olvidos. Y otra vez las mismas pisadas, coqueteando con el tiempo, sin atreverse a dejar de ser verano ni a ser invierno. Y otra vez la tradición, las tarde cortas, las noches largas, la neblina en las lomillas, haciendo más grandes a las montañas.
Otra vez Noviembre, con las castañas en las esquinas, el jersey oliendo a alcanfor, y los libros poco paseados, paseando; el brasero dando las primeras intimidades. Silencio en los pájaros que cambian sus plumajes. Las nubes chorreando colores fantasmales. Y sobre Noviembre el hombre, condenado a seguir caminando y caminando. Y otra vez Noviembre desnudando árboles hasta convertirlos en fantoches enteleridos, irreconocibles bajo la luz de la Luna. Las estrellas comienzan a brillar más en sus madrugadas y su roció barniza los campos. El paso más lento, más achicadas las ilusiones, más grandes las melancolías. Y los hombres sin saber nada del hombre, prefiriendo ir sin compaña.
Otra vez Noviembre, largo en silabas y corto en luz, viejo en el calendario buscando Diciembre para morir. Mes de la apatía, la pereza, la nostalgia, el suspiro, donde Don Juan Tenorio, una vez más enamora y engaña a doña Inés. Mes de leyendas y cuentos íntimos contados en la mesa-camilla al calorcillo del brasero de leña vieja y a la luz del quinqué de bronce antiguo, heredado. Y otra vez Noviembre el de las primeras lluvias, el de todos los Santos y los Difuntos. Mes de retazos de otros meses que en los atardeceres parece que nos difumina hasta casi no reconocernos. Nubes negras, engañosas, sin agua. Y otras, jirones blancos, banderas de algodones que navegan por el cielo. Mes que nos entristece. Y desnuda al árbol y la escoba del viento arrincona a las hojas muertas, las sierras sin nieves, enseñando sus descarnadas fealdades, y a la mar le nacen manchas de colores sucios. Impropios de la mar. Nada se parecerá a los campos ni a los mares de primavera. Y otra vez Noviembre, mes en que las campanas de los campanarios suenan más íntimas, humedecidas, casi ensordinadas que invitan al hombre con humildad resignada, casi de puntillas para no molestar, a los templos para rezar. Las oímos pero no escuchamos el lenguaje del campanario. Preferimos la neblina que tapa, que adormila; la tibieza, el calorcillo del brasero, las noches largas y silenciosas, la costumbre, la vereda conocida. Y es que los hombres siempre estamos en Noviembre.