Ocurre a menudo que el único momento en el que la política se acerca a las personas es en período electoral. Pasadas las elecciones los ciudadanos dejamos de ser interesantes para los potenciales cargos públicos y pasamos a convertirnos en un engorro que en el peor de los casos les recuerda sus mentiras.
Tristemente sucede en todos los espectros políticos ya representen a la llamada izquierda o a la derecha. O ese lugar indeterminado en el que todos quieren estar porque es como tener un pie dentro y otro fuera representado por eso que se denomina centro. Pasadas las elecciones ya nada importan las buenas intenciones, los efusivos abrazos, o las promesas electorales que son como las promesas que pueda hacer un ardiente enamorado en pleno calentón. Es decir, pasada la calentura se olvidó la promesa.
Por esto y por otras muchas cosas se instala en nosotros una apatía creciente que está convirtiendo la abstención en algo preocupante para los sistemas democráticos. Menuda democracia si al final no vota nadie. Pues este continuo trasiego de mentiras, traiciones, compadreos, tráficos de influencias, prevaricaciones, enchufismos, grosería e insulto. Cinismo en definitiva, está convirtiendo la práctica política en todo lo contrario de lo que debería de ser, que es en definitiva el servicio a los ciudadanos que representa. Porque no olvidemos que un voto no es un cheque en blanco sino un préstamo de confianza. Votamos en quien confiamos para que ejecute las acciones que creemos son necesarias e importantes.
No votamos para empobrecernos, ni para que la educación de nuestros hijos pierda calidad y se masifiquen las aulas. No votamos para que los políticos se enriquezcan a nuestra costa, ni para que protejan a los poderosos para sacar beneficios propios. No votamos para convertir la salud en un mercado.
Las personas no deberíamos ser nunca mercancía. No votamos para hacer guerras que maten a nuestros hijos. No votamos para que se elija a dedo a las personas .Ni para que el trabajo se convierta en una angustia existencial. No votamos para que nos exploten los que hemos votado ni para que ellos dejen que lo hagan otros favoreciendo contrataciones basura. Votamos con la esperanza de construir sociedades más justas, armónicas y solidarias.
Escucho con frecuencia la frase «no me interesa la política, hay demasiado engaño, estafa…» Y es cierto que en ocasiones cuando algo no nos gusta optamos por mirar hacia otro lado. Pero es que en este caso no podemos hacerlo porque la política es el recibo de la luz, la escuela de nuestros hijos, la universidad de los jóvenes, el trabajo, la vivienda, la salud…
Todo eso y más se decide y arbitra a través de la política.
Dicen que resistir es una manera de vencer. Lo tenemos difícil porque además y como causa y efecto al mismo tiempo de la decadencia política se produce el triunfo de los mercados. Como dice Carlos Fuentes*: «el mercado se ocupa de resolver los problemas de la oferta y demanda laboral… El Estado es malo, el mercado es bueno, el Estado es ogro, el mercado es un hada…» Todos conocemos lo que supone el triunfo de los mercados. Tristemente soportamos una crisis económica que no parece tener salida a consecuencia de la avaricia de Los Mercados. Sería interesante preguntarle a un político inyectado con el suero de la verdad ¿Qué es más importante, el mercado o las personas?
*Carlos Fuentes: Uno de los principales exponentes de la narrativa mexicana. Su obra incluye novela, cuento, teatro y ensayo. Texto extraído de su novela «Adán En Edén»
Mucha verdad lo que dices. Muy bien Begoña
Habrá que esperar a la democracia del co-razón para que desaparezca tanta sin-razón basada en la razón desnuda.