La vida de cada persona está formada de recuerdos ligados en muchas ocasiones a la infancia. Para mi los museos en sí mismos tendrán siempre la calidez de la mano de mi padre, que fue quien se encargó de enseñarme la historia a través de esos maravillosos templos del recuerdo colectivo.
Ayer, de alguna manera, reviví esa sensación, y lo de hice de la mano de otro hombre, que ha convertido su sueño en un cálido y maravilloso paseo por la historia de Granada, que de alguna manera es la suya también, ya que es descendiente directo de algunos de los prohombres que le dieron forma.
Hablo del Archivo Museo de Órgiva, en el que Miguel Ruiz de Almodóvar, ha tenido la generosidad de compartir su legado, que es el nuestro, impidiendo así que el olvido y su pátina de silencio lo sepulten.
Cada sala, cada cuadro, cada manuscrito, guarda en sí mismo el sentir de aquellos hombres de cuyas fuentes todos hemos bebido. Ganivet, Gabriel Ruiz de Almodóvar, Federico García Lorca, Falla, Rusiñol, José Ruiz de Almodóvar (a quien está dedicado el museo)…y un sin fin de nombres más, están allí. Y al decir que están allí, no me refiero a solo a su obra, sino a su espíritu. Es como si todos ellos hubiesen entregado el testigo de su más íntima esencia a este hombre, guardián de su memoria, que como si de un gran hechicero se tratase, los ha devuelto a la vida. O esa al menos es la sensación que se tiene cuando te va mostrando las entrañas de ese museo, que más que museo es la puerta de entrada a otra dimensión, una máquina del tiempo que te traslada a la cotidianidad de esos míticos hombres, que ahí han recuperado su esencia más humana, lejos del olimpo cultural en el que ahora los hemos colocado.
Pintores, poetas, oradores, guitarristas, cantaores, ilusionistas, todos ellos se dan allí la mano y en esa casi prefecta recreación de sus vidas, se tiene la sensación de escuchar como se rasgan las cuerdas de una guitarra, como fondo a esas bellas palabras encadenadas, recitadas por los mimos hombres que las crearon.
Como colofón a todo ello, en el mismo edificio que acoge tanta maravilla, un delicioso y pequeño teatro, para que esas vidas inventadas vuelvan a recrearse mil veces, para que esas coplas se sigan escuchando y la magia se haga realidad de la mano de aquellos que saben recrear efectos en apariencia maravillosos e inexplicables, llenos siempre de ilusión.
En definitiva una joya que está ahí, a nuestra entera disposición, gracias a la generosidad de un hombre