Este es el título de una de las últimas películas de Claude Chabrol concretamente del año 2006 y describe algo que para nuestra desgracia lleva mucho tiempo convertido en una práctica habitual, aunque sea ahora cuando nos esté salpicando de manera más brutal, tal vez porque como en casi todas las situaciones de nuestra vida sea necesario llegar al límite para explotar.
Ni más ni menos que los abusos de poder, los efectos colaterales de lo que este cineasta denomina «borrachera» «embriaguez» ese estado en el que perdemos el contacto con la verdadera realidad y de algún modo nos sentimos invencibles, por encima de las leyes, de los ciudadanos que nos votaron y confiaron en nosotros, por encima del cosmos, por encima de todo, por eso existe la total impunidad para robar a manos llenas desde las altas esferas del poder.
Sin contar con el ejemplo que se le da a la sociedad entera, si son nuestros gobernantes los primeros en meter la mano en el cajón. Y en este caso desde todos los frentes porque está ocurriendo con los políticos, los banqueros (que antes fueron políticos o no) e incluso con la monarquía.
Claro que si es cierto eso de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen, pues en este caso nos toca revisar nuestra actitud también, ¿Aceptamos el robo como forma de enriquecimiento? ¿Lo asumimos como parte del poder y ya está? ¿Algo así como tonto el que no meta la mano en la «saca»?
Institucionalizar la corrupción tiene muchas consecuencias y ninguna positiva. Institucionalizar la corrupción supone aceptarla como parte del juego político, y aceptarla supone que todos somos corruptos de alguna manera.
Para eso ideamos la justicia para que hubiera un control que nos liberara de nuestras propias contradicciones, siempre que funcione claro, siempre que depure, siempre que sea justicia y no una dama ciega que se pasea por los salones de lujo.
Para nuestra desgracia sólo nos queda confiar en ella, en que de verdad levante su mano sobre aquellos que han convertido el cinismo en su forma de vida. Para los que en nombre de la democracia se llenan los bolsillos y de alguna forma nos guiñan el ojo para que hagamos lo mismo. Para que nos convenza de que efectivamente es igual para todos, para que entendamos que el robo es un delito que sólo se justifica con el hambre. Para que las cárceles se llenen de verdaderos ladrones.
Y cuando esto suceda nos tocará darnos cuenta de que no todo vale y que la democracia no solo consiste en depositar nuestro voto cada cuatro años, sino en vigilar muy de cerca cómo se gestiona nuestro voto y en alzar nuestra voz las veces que sea necesario para que se nos escuche, para decir NO y para gritar BASTA.